La cultura hace frente a la tribu
Decía ayer Rolf Becker, el editor bávaro que ha convertido en culto su admiración por Eduardo Chillida -"mi amigo para siempre desde hace cuarenta años"-, que el escultor vasco "es el símbolo de la cultura más profunda". Desde las raíces y tradiciones a la universalidad y la curiosidad impenitente por descubrir todos los rincones de las formas, los materiales y las gravitaciones, Chillida emociona en Alemania más quizás que en cualquier otro país del mundo.Por eso, Rolf Becker ha hecho un homenaje a Chillida, pero también a la nueva República unificada de Alemania, al comprar él, personalmente, la obra Berlín para que honre el recinto de la cancillería en la nueva capital. Berlín va a ser la gran ciudad de la modernidad de la nueva Europa, y Chillida, este vasco universal, de aquí, de Donosti y Zabalaga, pero de todos los rincones del mundo en los que el ser humano siente la emoción del espacio y el tiempo, de los materiales que hacen la vida y su entorno, tenía que estar presente allí. Lo estará como nadie, en el lugar de máximo honor. Zabalaga es un prodigio de belleza y además el monumento que la gran familia Chillida, en un esfuerzo propio, sin ayuda alguna, ha forjado en homenaje al hombre que, durante toda una vida pletórica de fuerza creadora, integridad y resolución ética, ha sido su núcleo y referencia.
Vasco generoso
Chillida tiene ese carácter vasco generoso, valiente en su proyecto y seguro siempre de la nobleza de sus objetivos, que ha estado presente en tantas grandes gestas de la humanidad, y que tanto necesitamos recordar cuando las camadas negras de la tribu intentan sembrar el odio y el sectarismo, la violencia y la maldad más mezquina en nombre de este pueblo. La cultura con su grandeza y dignidad se enfrentaba ayer a la tribu. Los ojos claros de la emoción estética hacían ayer en Zabalaga extrañamente irreales las pesadillas de un entorno de mirada torva y tribal que busca enemigos para ser sí mismo.Quisieron ayer algunos reventar el gran homenaje que, encabezado por el Rey Juan Carlos I, la familia de Chillida había organizado en honor de uno de los grandes artistas de nuestro siglo que tiene ya su magnífica obra culminada.
Eduardo Chillida, como otros vascos que han amado y aman su tierra, el mundo y sus misterios, que quieren al ser humano y exploran hasta sus más recónditas riquezas, ha hecho una aportación a la cultura universal que ningún canalla podrá jamás no ya arrebatarle, ni siquiera poner en duda. Cuando todos esos que viven de destruir y matar sean polvo despreciable, Zabalaga seguirá siendo el grandioso testimonio de la fascinante obra de un vasco irrepetible.
Babelia
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