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Tribuna:EL SUEÑO DE UN ESCULTOR MÍTICO
Tribuna
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26 piedras para Eduardo Chillida

ACierro los ojos, meto la mano en el río y saco de allí la primera de las piedras que quiero llevar a Zabalaga, la casa de Eduardo Chillida.

La mano (M2) dice entonces: la piedra es suave y casi tan grande como una manzana grande. Siento su peso con claridad, y si dejara de empujarla hacia arriba, ella me vencería y caería al suelo.

Después de un momento de reflexión, la mente (M1) añade: es una piedra de alabastro. Estuvo durante siglos en una ermita antigua, pues formaba parte de su altar. Luego, el altar fue destruido y sus trozos cayeron al río. Tengo la impresión de que, al recuperar la piedra que ahora sostienes sobre la palma, recuperamos también las alegrías y tristezas de los que alguna vez rezaron cerca de ella.

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B

Siempre con los ojos cerrados, busco la orilla del río y dejo allí, en la línea donde se juntan lo húmedo y lo seco, la piedra grande como una manzana grande. Luego cojo la segunda piedra.

M2 dice: es bastante más pequeña que la anterior, pero pesa casi lo mismo. Aparte de eso, tiene forma de prisma.

M1 añade: la materia con que está hecha esa piedra se llama basalto. No sé de dónde vendrá: quizás fue expulsada de las profundidades de la tierra junto con la lava de un volcán, quizás formó parte de un aerolito que alguna vez, en tiempos muy lejanos, cayó por aquí. Si la tocaras con el espíritu del islam, te parecería una hermana pequeña de Kaaba, la piedra sagrada que Gabriel entregó a Abraham y ahora está en La Meca.

C

Negro con blanco, dejo el basalto junto al alabastro y saco del agua la tercera piedra.

M2 dice: es grande, más grande todavía que una manzana grande, pero pesa menos que las dos anteriores. En uno de los lados tiene hendiduras en forma de cruz.

M1 añade: ninguna piedra te debería resultar tan familiar como la que ahora sujetas, pues se trata de caliza. No ha llegado aquí desde el espacio sideral o las profundidades de la tierra, ni tampoco desde un altar, sino que siempre ha estado entre nosotros. Es la piedra que forma las montañas de nuestro país.

D

Ya hay tres piedras en la orilla, y tan grande es la armonía entre ellas que decido dejarlas solas. Sí, colocaré las restantes piedras al otro lado, en la parte de la orilla que queda a mi izquierda. Tras esa decisión, robo al agua la cuarta piedra.

M2 dice: es más ligera que la anterior y no tengo que hacer tanta fuerza hacia arriba para mantenerla en alto. Tiene forma de cubo y pequeños agujeros por todas partes.

M1 añade: parece un dado grande. La guardaremos como símbolo del azar que preside nuestra vida.

E

Abro los ojos durante un momento y veo que todo continúa igual. El río corre, al agua persigue el agua. Vuelvo a cerrar los ojos. Saco la quinta piedra.

M2 dice: tiene forma de estrella.

M1 hace memoria y recita: Estrella de la tarde, tú traes todo lo que dispersó la Aurora: traes la oveja, traes al cordero, traes donde su madre al zagal.

F

Ya tengo tres piedras a mi derecha y dos a mi izquierda. Sin demora, saco la que igualará los dos lados.

M2 dice: es una piedra casi redonda y que, curiosamente, también tiene su estrella. La llave grabada en el lado más oscuro.

M1 añade: se trata de un fósil. Lo que ahora estás examinando con tus dedos es, en realidad, un erizo de mar. Vivió aquí hace cuatrocientos millones de años.

G

Después de cuatrocientos millones de años, ya está el erizo junto a la estrella y el dado. Después de mirarlos un momento, vuelvo a cerrar los ojos y saco la séptima piedra.

M2 dice: tiene forma de G mayúscula. O de un signo de interrogación, quizás.

M1 añade: me pregunto con asombro sobre lo que no sé.

H

El sonido del río se me hace de pronto presente, y permanezco unos instantes absorto en las variaciones que, sin alejarse de los límites del silencio, crea el agua con sus choques o sus cambios de velocidad. Luego busco la octava piedra.

M2 dice: es una piedra que, en proporción, pesa mucho.

M1 añade: porque tiene mucho hierro. El hierro es una materia más densa que la caliza o el alabastro. Más densa, más plena, más oscura, más lenta.

IJKLMNÑOPQRS

Abro los ojos y miro hacia lo que tengo delante, primero hacia la otra orilla y luego, más detenidamente, hacia la superficie del agua. Sí, hay piedras suficientes, hay exactamente 11 piedras grandes entre las dos orillas, no será difícil cruzar el río.

Cuando ya he cumplido mi propósito, M2 pregunta: ¿qué número hace la piedra que voy a coger ahora?

A lo que M1 responde: es la número 20, porque también las que nos han servido de puente son para Eduardo Chillida.

Me pasa una cosa curiosa con la piedra número 20, dice M2 después de salir del agua. Me doy cuenta de que la tengo sobre la palma, pero no siento su peso. Tampoco siento ninguna necesidad de empujar hacia arriba para evitar su caída.

Es la piedra del silencio, dice M1. Todas las piedras anteriores se hacían notar, hablaban. Pero ésta calla. Es como si hubiera dejado de gravitar.

T

Abro los ojos y veo que las piedras, en esta parte del río, están muy gastadas. Cojo una de las más aplanadas.

M2 dice: me ocurre lo que con la número 20. No la siento. Eso sí, me doy cuenta de que es más reducida que la anterior.

M1 añade: es igual que la anterior, salvo en un detalle. Ésta de ahora lleva más tiempo en el agua. El tiempo la diferencia.

U

Otra piedra más, tan desgastada que casi no se diferencia de una diminuta lámina de agua.

Dice M2: si no fuera porque está mojada, no la sentiría. Sólo me sentiría a mí misma.

Con cierto humor, M1 añade: a lo mejor no se trata más que de agua, o de una materia que está un poco más allá del agua. Al fin y al cabo, y según se ve al analizar la lengua de nuestro país, UR, agua, es la materia madre, la que luego da lugar a LUR, ZUR, EDUR, HEZUR, URTE y todas las demás.

V

Recojo ahora una piedra frágil, una especie de bolita.

Está vacía, dice M2.

El vacío no pesa, añade M1.

X

Con la punta de los dedos índice y pulgar, recojo la piedra número 24, una piedrecilla.

Tiene forma de X, dice M2.

Con asombro, me pregunto sobre todas las incógnitas, dice M1.

Y

Repito la operación apurando aún más el esfuerzo de mis dedos.

Tengo algo sobre la palma, pero no sé qué es, dice M2.

Creo que es una ramilla en forma de Y griega, añade M1.

Z

Abro los ojos para elegir la última piedra, la que ha de completar la lista de las 26.

No he hecho más que preguntarme cómo terminará lo que empezó con el trozo de alabasto, cuando una poquísima cosa, una especie de mota de polvo, viene volando por encima del río y se posa sobre mi mano abierta.

No siento nada, dice M2. Ni peso, ni forma, ni olor, ni humedad, ni nada. Nada de nada.

Sin embargo, añade M1, tienes algo. Tienes un punto, uno de esos puntos de los que habla la geometría. Un punto que no es nada, pero que ocupa un lugar. Un punto que, paradójicamente, indica el cenit de la lista, el final.

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