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Tribuna
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El Parque de las Estatuas

Andrés Ortega

En las afueras de Budapest, hay un parque llamado de las Estatuas. En vez de destruirlas, han reubicado allí unas 50 de las mejores de la época del comunismo en Hungría, para el que quiera recordar. En el fondo, aunque sea escondido o virtual, todos tenemos un Parque de la Estatuas, pues así como la guerra fría nos pilló a todos, también su final, simbolizado en la caída del Muro de Berlín, nos ha afectado a todos. Entre otras cosas porque lo que de verdad hizo reventar el muro, y a la Unión Soviética, no fueron sólo las gentes, sino eso que se ha venido en llamar la globalización.Quizás, en la dureza del cambio, algunos en el Este echan de menos la estabilidad y seguridad que brindaba la protección total del Estado, para malvivir o para aprovecharse de la situación. Pero realmente, ¿qúé queda de todo aquello? Poco, muy poco. O si se prefiere, mucho tiempo perdido en balde, al menos para los que tuvieron la mala fortuna de caer del lado malo del Muro de Berlín, que simbolizaba el muro de toda Europa. En Hungría y en otros países el comunismo -eso que algunos insistieron absurdamente en llamar el socialismo real- no fue autóctono, como en Rusia, sino que lo impuso con la bota el partido y el Ejército soviéticos. Por eso el mercado y la democracia se han recuperado más rápidamente, aunque no del todo, en esa Europa desalojada que en Rusia, donde nunca habían llegado a prender los hábitos democráticos, ni el mercado, ni esa sociedad civil cuyo redescubrimiento en Europa, en toda Europa, al decir de Anthony Giddens, ha sido una consecuencia principal de aquel 1989.

Hubo un lado bueno: el de Europa occidental, en el que floreció la democracia, el mercado y ese sistema que se vino a llamar el Estado del bienestar, en buena parte para oponer un sistema abierto frente al cerrado de los soviéticos. ¿Toda Europa occidental? No. Pues la guerra fría y la división de Europa también sirvieron para perpetuar, en aras del anticomunismo, dictaduras como la de Franco en España o la de Salazar en Portugal. O incluso, más adelante y en otra geografía, golpes de Estado como el de Pinochet en Chile. En nombre del comunismo se han cometido muchas atrocidades. En nombre del anticomunismo, no pocas también.

Aquel mundo tenía un orden, que algunos echan de menos. Éste no. Por eso no cabe pensar que el fin del muro, de la guerra fría, de la Unión Soviética y de todo lo que conlleva, ha afectado y promovido un proceso de cambio únicamente en el Este, donde a veces, como en los Balcanes, ha regresado lo reprimido en forma de nacionalismo. También hemos cambiado, estamos cambiando, en esta parte de Europa que se ha quedado como vaca sin cencerro. Si la unificación de Alemania no ha sido digerida aún por los propios alemanes, ¿cómo va a serlo por los franceses? Rusia da coletazos post-imperiales. Y Estados Unidos, que se ha quedado como Reina solitaria, pretende que no le aten las manos, y da bandazos tras haber perdido ese principio unificador de su política exterior y parte de su interior que durante 50 años fue el enfrentamiento con la URSS.

Ya no existe esa referencia en negativo. Pero tampoco otra en positivo. De ahí el desconcierto, la perplejidad de tantos, en la derecha o en una izquierda. La Internacional Socialista se reúne en París para aprobar una renovación basada sobre una idea de Progreso Global -es decir, parafraseando a Octavio Paz, la búsqueda de nuevas respuestas generales a las preguntas de siempre, aunque en un mundo distinto, y a otras nuevas-, pero los socialistas europeos, mayoritarios en la gobernación de los Quince, siguen sin dar con una visión propia de Europa. Los europeos tienen sin embargo, con la ampliación, el desarrollo del euro, y la puesta en pie de una Política Exterior y de Seguridad Común, junto a otras dimensiones, la posibilidad de renovar un proyecto esencial para evitar quedarse en un Parque de Estatuas. De sal.

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