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Tribuna
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El lado cómico de la realidad

Enrique Vila-Matas

Un día, llegué cinco minutos tarde a una cita con Bioy en un bar.-No pasa nada -dijo al verme-. Sólo que se ha dormido el Cinzano del cenicero.

Era un maestro en crear fantasías que surgían de la propia fantasía y que, al mismo tiempo, tenían todo el aire de ser reales.

Es injusto que haya estado siempre a la sombra de Borges, pues la tendencia al barroquismo de éste se difuminó cuando entró en contacto con las tan difíciles simplicidad y claridad del estilo de Bioy.

Me encantaba de Bioy su tendencia a ver el lado cómico de la realidad, en todos los entierros encontraba motivos para reírse. No es extraña esa tendencia de Bioy si tenemos en cuenta que veía a la realidad durmiendo en el interior de una muñeca rusa.

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Siempre pensó que lo único real es lo posible. Para él, la realidad era fantástica en cualquier momento, tanto en los sueños como en una enfermedad, como en la hora de nuestra muerte. Lo fantástico estaba, por ejemplo, en el pasillo de nuestras casas. Decía que uno puede estar caminando de noche por el corredor de su casa y apagarse de pronto la luz y estar -como tantas veces hemos estado- perdido, y que ahí había un simulacro de algo fantástico.

De vez en cuando la vida nos da una visión momentánea de algo que quiebra el orden de la realidad. Y si, como se ha dicho, sólo lo real es posible, la realidad es fantástica, la muerte también, la inteligencia le servía a Bioy para llegar a conclusiones de este estilo.

La inteligencia le servía para escapar de lo que nos tiene atrapados. Sabía que, como decía Kafka, hay algún malentendido, y ese malentendido será nuestra ruina. Pero como él ya vivía en las ruinas de su experiencia y conocía muy bien ese corredor del Tigre en el que por un agujero se escapa uno del malentendido, se dedicaba a ver el lado cómico de la realidad, inventaba y escribía y escapaba de la muerte porque sabía que escribir es agregar una habitación a la casa de la vida.

No en vano Bioy ha imaginado astucias desde siempre para disolver el tiempo y el espacio que nos tienen atrapados y como, además, leyó en un libro la aventura del hombre que burló a la muerte, seguro que ahora se ríe de su entierro, pues no olvidemos que no se cansó de repetir que el humorismo es sin duda la más alta forma de la cortesía.

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