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Tribuna
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Los vértigos de la perplejidad

Era, lo había sido siempre, un señor de las letras. Sus Memorias, editadas en España en 1994, ofrecieron la imagen elegante, serena y sabia de un gran señor, penetrante, incisivo y autocrítico sin piedad pero generosamente comprensivo y tolerante para las obras y conductas ajenas. Esa imagen se correspondía con su persona, desligada de sí misma y atenta al otro, a los otros. Pude comprobarlo en la reunión de un jurado literario en el que tuve el honor de compartir las deliberaciones con él. Su precariedad física no se compadecía con su entusiasmo literario.Fue en 1940, con La invención de Morel, cuando Adolfo Bioy Casares perpetró una de las más audaces innovaciones de la narrativa contemporánea en español: demostrar que la trama, el argumento, seguía siendo válido en literatura. Eran los años de la apoteosis faulkneriana y del triunfo de Proust. Y he aquí que, de pronto, Bioy postulaba centrar de nuevo la narración en la trama, en la aventura, en el argumento mediante una formidable invención: la máquina de imágenes de Morel, una máquina capaz de crear la ilusión de la inmortalidad. Jorge Luis Borges elogió en términos absolutos esta obra de "imaginación razonada", como la llamó.

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A la vez que reivindicaba el arte de contar historias, el narrador argentino escribía una página nueva en la historia de la literatura fantástica, de la que se convertía en uno de los principales maestros en español, en unión de su fraternal Borges. Bioy, Borges: la asociación es común e inevitable. Los hermanó la amistad y la visión compartida de muchos problemas literarios, que se tradujo en una serie de obras escritas por ambos, por Biorges, como se ha dicho. Quince años mayor que Bioy, Borges reconocía con esta empresa común las dotes de su colaborador. A su vez, el autor de La invención... proclamó repetidamente su admiración por aquél, a quien consideró siempre su maestro.

Sólo con la quiebra del realismo alicorto de la larga posguerra comenzó a abrirse camino en España de modo efectivo el género fantástico. Después el reconocimiento mundial a Borges le dio ya carta de naturaleza; en 1990 la concesión a Bioy del Premio Cervantes certificaba la validez de un modo de entender la literatura. Hoy, el relato fantástico se ha convertido en una forma canónica de los géneros narrativos; en esta expansión el influjo de Bioy Casares, al igual que el de Borges, ha sido determinante.

La concepción que de lo fantástico tiene Bioy se halla lejos de la poética surrealista o del misterio romántico. Sus narraciones usan estrategias y modos típicos de la novela policiaca; se desenvuelven, pues, según un sistema lógico de concatenaciones. En realidad, en este aspecto, Bioy, como Borges, se nutre del modelo primordial del género: Edgar Allan Poe; de ahí el rigor constructivo que sustenta sus relatos. A veces se diría que es un clasicista que hace literatura fantástica. Es, sin duda, un escritor preocupado por los enigmas y claves de la vida humana; de esta preocupación deriva en parte su cultivo del género: "Al borde de las cosas que no comprendemos del todo -ha escrito- inventamos relatos fantásticos para aventurar hipótesis o para compartir con otros los vértigos de nuestra perplejidad".

La crítica suele distinguir dos etapas en la obra de madurez del autor de La invención de Morel. (Dejo a un lado la obra ensayística, miscelánea y en colaboración). La primera, que se extiende desde 1940 hasta 1954, se caracteriza por el dominio de lo fantástico. En ella hay que situar, además de la citada Invención..., obras como la novela Plan de evasión y los libros de cuentos La trama celeste y Las vísperas de Fausto. La segunda etapa, desde 1954 en adelante, añade la ambientación bonaerense, la acentuación de los detalles en la configuración de los climas, la utilización del humor y el empleo de la lengua coloquial rioplatense. De este último periodo datan títulos como las novelas El sueño de los héroes, Diario de la guerra del cerdo, Dormir al sol y La aventura de un fotógrafo en la Plata y los libros de cuentos Historia prodigiosa, El lado de la sombra, El gran serafín, El héroe de las mujeres e Historias desaforadas, más sus dos obras de los últimos años: Una muñeca rusa y Un campeón desparejo, publicadas ya en esta década.

La primera de estas obras corrobora al maestro del género -valga el excepcional relato Bajo el agua- y la segunda es una deliciosa novela corta, montada con materiales leves, casi insignificantes, comenzando por el héroe (o antihéroe) de su historia, taxista buena persona y enamorado, caballero andante de la vida y el amor. Eran estos dos libros el testamento de un excelente narrador.

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