Réplica sobre los alimentos transgénicos
El autor responde en este artículo a las críticas vertidas por Jorge Riechmann y Gregorio Álvaro a un escrito suyo anterior sobre los alimentos transgénicos y sus posibles consecuencias
Jorge Riechmann y Gregorio Álvaro publicaron un artículo con matices técnicos titulado Más vale prevenir que curar (EL PAÍS, 4 de febrero), en respuesta a un artículo mío (Los alimentos transgénicos, EL PAÍS, 20 de diciembre de 1997). Como científico no creo que la mejor forma de entablar un debate sobre temas técnicos sea a través de un periódico, pero los señores Riechmann y Alvaro hacen al comienzo de dicho artículo una alusión a mi quehacer profesional que me obliga a responderles. Los científicos vivimos de nuestra credibilidad, por ello considero que dichos autores, al opinar que mi artículo está lleno de "importantes imprecisiones y omisiones científicas" sin enumerarlas cometen una falta de rigor. Por contra yo afirmo que el artículo Más vale prevenir que curar está plagado de errores, pero a diferencia de ellos los voy a enumerar y comentar a continuación. De entrada conviene aclarar que un alimento transgénico no es lo que ellos definen. Los alimentos transgénicos no sólo son aquellos en los que se ha introducido un gen proveniente de otra especie por medio de la ingeniería genética, porque existen casos descritos en la literatura donde lo que se ha hecho es silenciar o cambiar la expresión de genes del organismo modificado sin añadir DNA de otra especie. La falta de información que los autores tienen sobre lo que es un alimento transgénico se acrecienta a medida que se profundiza en la lectura de su artículo. Así, el decir que para construir alimentos transgénicos se utilizan "vectores de transformación parásitos genéticos a menudo inductores de tumores y enfermedades, como sarcomas, leucemias" es incorrecto, a pesar de que unas pocas líneas después se intente matizar con la frase "aunque normalmente se mutilan en el laboratorio". El lector debe saber que ninguno de los alimentos transgénicos comercializados hasta la fecha contiene un gen que cause o esté de algún modo ligado a leucemias o sarcomas. Es cierto que algunos de ellos contienen fragmentos de un plásmido que produce un crecimiento tumoral en plantas denominado el tuor de la agalla del cuello, una enfermedad exclusivamente vegetal. Por cierto, que cuando comemos algún vegetal con esta enfermedad, cosa muy frecuente, ingerimos varios millones de copias de este plásmido sin que por supuesto desarrollemos un cáncer, ya que no tienen efecto en los animales. Pero es que, además, y como ellos matizan, en los alimentos transgénicos todos los genes responsables de este fenotipo han sido eliminados y, por tanto, es imposible que se desarrolle la enfermedad vegetal. Capítulo aparte merece la reflexión sobre las resistencias a antibióticos. Los autores del artículo pintan un panorama desolador por el que al ingerir un alimento con un gen de resistencia a un antibiótico, la flora de nuestro estómago se volverá inmediatamente resistente al mismo con el consiguiente problema de salud pública. No hablamos de aparición de resistencias por toma inadecuada de antibióticos, sino de aparición de las mismas por transferencia de genes entre especies. Pues bien, a pesar de los muchos estudios realizados, los científicos aún no hemos podido demostrar la transferencia de dichos genes entre bacterias en el estómago, mucho menos desde un trozo de alimento en digestión a una bacteria. Algo más: los autores apelan a la Organización Mundial de la Salud para dar idea de la gravedad del problema de las resistencias a antibióticos. Se olvidan, o desconocen, algo: la OMS celebró en el año 1993 un seminario de expertos para estudiar el problema de los genes marcadores de resistencia en alimentos transgénicos. Entre las conclusiones de dicho encuentro se puede leer la siguiente: "La presencia de genes marcadores per se en alimentos no constituye un problema de salud" (Health aspects of marker genes in genetically modified plants, Unidad de Salud Alimentaria de la OMS, página 17). No obstante, los últimos desarrollos de alimentos transgénicos, gracias a la aplicación de nuevas técnicas, tienden a eliminar los marcadores de resistencia, otro aspecto no comentado en el artículo que analizamos.
Se podrían enumerar muchas más ImprecIsiones, pero la brevedad manda. Es de especial relevancia el comentar que no hay un sólo dato experimental que indique que los 27 muertos y los 1.500 enfermos del síndrome de eosinofilía-mialgia al que los autores hacen referencia se deba no ya a los alimentos transgénicos, sino tan siquiera a la ingeniería genética. Todo lo contrario, los datos apuntan a una impureza química no eliminada en la purificación del triptófano. Claman los autores por un debate social como también lo hacemos los científicos. Pero el punto de arranque del mismo debe ser la realidad científica y un respeto hacia los razonamientos y la profesionalidad de los demás. Me consta la actitud abierta a dicho debate por parte del señor Riechmann y reitero desde estas líneas mi ofrecimiento personal a cualquier iniciativa que en este sentido se lleve a cabo.
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