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El poeta Derek Walcott y otros cinco premiados recogen los Nobel de 1992

2.000 personas asistieron a la ceremonia

Como cada 10 de diciembre desde 1901, con motivo de la entrega de los premios Nobel correspondientes a este año, Estocolmo se convirtió ayer en el centro de la atención mundial. Ocho millones de suecos y varias decenas de millones en el mundo siguieron a través de las cadenas de televisión una ceremonia que pese a su carácter ritual, en la que sólo se renuevan algunos de los protagonistas, mantiene su capacidad de convocatoria que le acredita un renovado interés. Cuatro científicos, un economista y el escritor Derek Walcott recibieron de manos del monarca sueco, Carlos Gustavo, el diploma, medalla de oro y cheque correspondiente. Dos partituras musicales interpretadas por la Sinfónica de Estocolmo preludiaron la entrega de los premios.

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En los alrededores de la Konserthuset (casa de conciertos), donde se celebró la ceremonia, miles de pequeñas candelas entablaron una lucha desigual contra las sombras que a media tarde cubrían la ciudad sin tener esta vez la contrapartida luminosa de la nieve. En el interior de la Konserthuset, las luces, las flores, los trajes de etiqueta y el tenso silencio previo a la iniciación del acto ofrecían una visión un tanto irreal que contrastaba no sólo con el entorno inmediato exterior, sino con el más lejano del mundo sacudido por tantas penurias. Aquí se estaban premiando los hallazgos de algunos hombres, que por su significado se han proyectado hacia la humanidad.Una concurrencia estimada en unas 2.000 personas, diplomáticos, políticos, representantes de la cultura y las finanzas, familiares de los premiados y anteriores receptores del premio habían tomado asiento en lugares prefijados con anticipación.

El escritor y miembro de la academia sueca, profesor Lars Gyllensten, en nombre de Ia Fundación Nobel que administra el legado de Alfred Nobel, pronunció el discurso de bienvenida a los invitados. Tras felicitar a los ganadores de este año, mensaje que hizo extensivo a los participantes de la ceremonia de entrega del premio de la Paz a Rigoberta Menchú en Oslo, explicó que la adjudicación de los premios es responsabilidad exclusiva de los referidos jurados, cuya decisión es totalmente independiente de la fundación. Este es un aspecto, dijo, que a menudo se ha prestado a malas interpretaciones.

La interpretación de un movimiento de la Octava Sinfonía de Beethoven precedió el inicio de la entrega de los premios. El primer convocado a recibirlo fue Georges Charpak, físico francés nacido en Polonia de una familia judía, que se hizo acreedor al premio por su descubrimiento y desarrollo de un detector especial de partículas que posibilitó significativos avances no sólo en el campo de la física.

Seis minutos más tarde le tocó el turno al químico Rudolph A. Marcus, canadiense nacionalizado norteamericano, quien recibió el premio por su contribución a la teoría de las reacciones de las transferencias de electrones en el sistema químico.

Tras otro intermedio musical correspondió a los dos científicos ganadores del premio de medicina, Edmond H. Fischer y Edwing Krebs, por su contribución al estudio de las proteínas.

La siguiente pausa musical tuvo un punto alto cuando el cantante sueco Gosta Winberg entonó los versos de la celebrada pieza de Donizetti Una furtiva lágrima, como preludio a la recepción del premio por parte del escritor Derek Walcott. Correspondió al académico y presidente del Comité Nobel de Literatura, profesor Kjell Espmark, presentar a Walcott; y lo hizo expresando que intentar apresar el trabajo oceánico del escritor antillano en una fórmula sería una empresa absurda si el mismo Walcott no hubiera deslizado hábilmente, en de sus textos, algunas claves para entenderlo.

El norteamericano Gary S. Becker fue el último de la lista y recibió el premio de economía.

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