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Anales alemanes

Joaquín Estefanía

Refiriéndose a otros acontecimientos, Arnold Toynbee escribió: "La historia está otra vez en marcha". Frase analógica de lo que ahora sucede en Europa. La cumbre de Dublín no ha defraudado las expectativas unitarias de los líderes más europeístas; acaba de cumplirse un año desde que Polonia inició la transición del socialismo realmente existente al capitalismo mixto, generalizándose la experiencia al antiguo bloque del Este; la doctrina de las piezas de dominó caídas no se ha cumplido en Vietnam, sino en el telón de acero. Y hoy se ponen en marcha dos procesos que marcarán la vida cotidiana de muchos europeos: la liberalización de la circulación de capitales entre ocho países de la Comunidad Europea (el resto, entre ellos España, lo hará de aquí a 1993) y la unidad financiera y monetaria de las dos Alemanias.Pasa a la página 13

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Apenas han pasado ocho meses desde la caída del muro de Berlín hasta este momento en el que la República Democrática Alemana (RDA) pierde su fisonomía socialista y la mayor parte de la soberanía nacional; se acabó el refugio de Bertolt Brecht. Y es probable que desde: aquella noche histórica en que se fundieron en un abrazo los primeros alemanes libres de ambas zonas hasta que Alemania sea irreversiblemente una, no haya más de un año de diferencia. Periodo casi insignificante en el devenir total de la historia, pero tan significativo o más que el largo paréntesis de los ciudadanos de la Europa oriental.

El tratado de unión monetaria, económica y social entre las dos Alemanias es el paso más grande hacia la unidad política de los dos países. A partir de hoy no habrá más que una moneda, el Deutsche Mark (DM), y los marcos orientales que no sean cambiados (uno por uno o dos por uno, según la casuística) serán piezas de escaso valor para los coleccionistas. Serán minúsculos recuerdos reconvertidos de otros tiempos, al igual que el bloque de hormigón que como una llaga atravesaba Berlín se ha convertido "en una pista de baile, una galería de pintura, un tablón de anuncios, una pantalla cinematográfica, un videocasete, un museo y, en palabras de la señora de la limpieza de mi oficina, un simple montón de piedras", como ha escrito un historiador norteamericano en El Correo de la Unesco. Triste destino para el monumento más representativo de la guerra fría.

La armonización del marco -el Bundesbank, banco central de la RFA, será la única entidad emisora de moneda alemana a partir de ahora- es sólo el instrumento de la convergencia a la que aspiran los ostlers (orientales) que el pasado 18 de marzo votaron conservador como mejor garantía, opinan ellos, de conseguir una emulación en el consumo de sus hermanos del otro lado. En la firma del tratado que entra en vigor hoy -rubricado, para mayor ironía, sobre la mesa del primer canciller de la RFA, Konrad Adenauer, en el palacio de Schaumberg-, Helmut Kohl formuló la gran promesa: la generalización de la economía de mercado proporcionará a los ciudadanos de la RDA la posibilidad de un nivel de vida floreciente, semejante al de los occidentales, a cambio "de trabajar duro". Los alemanes orientales tratan, pues, de olvidar cualquier concepción milenarista -el sacrificio de las generaciones actuales en aras del bienestar de las del futuro- que se revele como una trampa ideológica y aprovechar los mejores logros del sistema de mercado; quieren la recompensa a su esfuerzo en este mundo, olvidándose de la otra cara de la fiesta: el paro, la marginalidad, la desprotección. Produce melancolía acordarse de las grandes utopías de la Revolución en relación con el presente ramplón que se desea.

Para conseguir la unidad instrumental y la unidad política el canciller Kohl y su Gobierno han hecho las concesiones que nunca consintieron a sus aliados. Éstos se cansaron, durante muchos años, de pedir a la RFA que actuase de locomotora de la economía mundial y soltase las riendas de su economía reactivándola, aunque ello supusiese un poco más de inflación. La rigidez de la respuesta alemana contrasta con la rapidez con la que la RFA alegró la coyuntura en el momento en que miles de ostIers treparon por el muro de hormigón a este lado del paraíso.

A partir de ahora se abren nuevas incógnitas, algunas de las cuales ya se han planteado. En primer lugar, la misma experiencia de la unidad monetaria y financiera y sus efectos inflacionistas, provocados por un boom del consumo o por el aumento del volumen de marcos en circulación. Después, el momento definitivo de la unificación política y quién la controlará; los alemanes han optado hasta ahora por la "unidad, ya" de los conservadores frente a la "unidad, más adelante" de los socialdemócratas, pero faltan las elecciones conjuntas. La socialdemocracia no era posible en una RDA comunista o reconvertida, pero es factible en una Superalemania con libertades públicas, un alto grado de desarrollo y tradición capitalista. También está en juego su neutralidad (hipótesis cada vez más alejada) o la pertenencia a la OTAN; una pertenencia con la renuncia a poseer armamento nuclear y con fuertes limitaciones en su poderío militar. Esta última característica da lugar a un nuevo paradigma en el mapa geopolítico del planeta: hasta ahora, la hegemonía económica y la militar confluían en una misma superpotencia. Japón rompió la norma y Alemania está a punto de hacerlo.

Queda también la duda del liderazgo de la nueva Alemania dentro de la nueva Europa, demandado por George Bush y rechazado hace unos días por la presidenta del Bundestag, la democristiana Rita Süssmuth, quien declaró que "nada podría perjudicar más a Europa que la aparición de nuevas formas dominantes. Esto destruiría mucho de lo levantado". Cuando Felipe González se entrevistó hace unos meses con Kohl le pidió dos garantías para los países comunitarios: que la unidad alemana no perjudique a la europea y que el ingreso de la RDA en la Comunidad Europea (CE) no suponga una desviación hacia Centroeuropa de los fondos estructurales, que atenúan las diferencias de desarrollo entre las zonas ricas y las pobres de Europa.

Independientemente. del reparto interior en el seno del nuevo país de la carga de vencedor y vencido (parece claro que la primera le corresponde a la RFA y la segunda a la República Democrática, que hoy ha comenzado a desaparecer como tal) es sorprendente analizar, con casi medio siglo de distancia, cómo la potencia derrotada en la II Guerra Mundial reaparece hoy vestida de victoria. Lo cual no deja de sobrecoger a los poseedores de memoria histórica, que repasan con inquietud los anales del expansionismo alemán en las guerras de 1871, 1914 y 1939. "Todo nacionalismo es alemán", ha dicho alguien con reduccionismo. Lo cierto es que el mundo, en general, no está preparado ontológicamente todavía para asimilar una Alemanía fuerte y unida. De cómo y quién dirija el proceso depende que la nueva Alemania una, grande y libre no devenga, como en el pasado, en un peligro para la humanidad.

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