Señora Wallace: falsa profeta
Isabel Miranda se ha esfumado, pero lo ha hecho impune. Después del libro ‘Fabricación’ de Ricardo Raphael, solo desde el cinismo se le podrá seguir llamando activista


“El caso Wallace desnuda una disputa feroz de nuestra época dónde la justicia importa menos que el poder a la hora de descifrar la verdad”Ricardo Raphael
El mito fundacional de Isabel Miranda Torres —la señora Wallace—, esculpido con esmero por el relato oficial, está a punto de quebrarse. Primero, con el testimonio de quien dice haber hablado con su hijo después de su supuesta muerte. Luego, a manos del afilado cincel de Ricardo Raphael.
Con esa semana aciaga por delante, Isabel —dicen— murió. No seré yo quien cuestione su trance sin pruebas. El solo hecho de que alguien despierte dudas respecto a su propia muerte es, quizás, el retrato más implacable de su esencia.
El mito fundacional: el caso Wallace
Hugo Alberto Wallace Miranda se sumó a la lista de los 278 secuestros denunciados en 2005. Otros casos icónicos lo acompañaron por aquellos años: Fernando Martí, Silvia Vargas, Rubén Romano, Fernández de Ceballos.
Hugo, un empresario que disfrutaba de la buena vida, había sido —supuestamente, el adverbio recurrente en este relato— secuestrado por una banda conformada por Juana Hilda González, Cesar Freyre, los hermanos Castillo, Jacobo Tagle y Brenda Quevedo. Nombres a recordar.
Sin embargo, ante la negligencia de las autoridades para dar con ellos, su madre asumió el papel de detective y condujo a la policía hasta el edificio en la calle Perugino en donde —supuestamente— habían retenido y ultimado a su hijo.
Como parte de su cacería, Isabel Miranda desplegó anuncios espectaculares en puntos estratégicos del centro y norte del país. Aquellas enormes lonas que todos vimos —más veredicto que pesquisa— exhibían el rostro de César Freyre. A quienes hubieran sido víctimas de aquel hombre, se les instaba a denunciarlo al número telefónico impreso en gigantes caracteres.
La historia estaba confeccionada a la medida de nuestra narrativa nacional: una madre que, en medio del caos delincuencial que nos asfixiaba, se había erigido justiciera.
Ciudadanos, medios de comunicación y políticos la divinizaron: de víctima del delito a emblema de lucha. La voz más potente en la cruzada mexicana contra el secuestro.
Había nacido nuestra Agatha Christie.
Piel de cordero
Aún se puede consultar en la cuenta oficial de YouTube de Felipe Calderón la videosemblanza que acompañó la entrega del Premio de Derechos Humanos 2010 a Isabel Miranda.
Así, sabiéndose venerada e intocable, la señora Wallace fundó Alto al Secuestro, la asociación que floreció bajo el amparo de Genaro García Luna y que, según ha documentado Guadalupe Lizárraga, operó más como instrumento de presión que como noble causa. Gobernadores temerosos de Isabel pronto entendieron el camino: mientras contrataban sus servicios, sus estados aparecerían bien posicionados en las estadísticas de la popular organización.
Pero los reconocimientos y la manga ancha a la activista no fueron ni gratuitos ni desinteresados. Calderón —y otros astutos operadores— hallaron en su indulgente imagen un poderoso disfraz. Una víctima convertida en estandarte para apoyar su cruzada de mano dura.
Isabel les sirvió.
Isabel, por ejemplo, fue útil para presionar a todos los grupos parlamentarios para aprobar una de las leyes más severas contra el secuestro, así como para endurecer las penas para sus perpetradores.
La señora Wallace también se convirtió en una de las más feroces defensoras de Felipe Calderón en su empeño por evitar la liberación de Florence Cassez. Desde la trinchera del activismo ciudadano, respaldó la postura oficialista: la francesa debía permanecer en prisión, aun cuando la puesta televisiva Loret-García Luna hubiera sido una farsa.
—El Ministerio Público está estirando demasiado la liga y está intentando liberar a Florence Cassez —declaraba entonces, furiosa, ante los medios.
Tiempo después, la señora Wallace —quien en su momento llegó a respaldar a Manlio Fabio Beltrones para ser presidente de la república— también accedió a apoyar a un PAN debilitado a disputar la jefatura de gobierno de la Ciudad de México a Beatriz Paredes y Miguel Ángel Mancera. Candidatura ciudadana, le llamaron con descaro.
Pero Isabel no solo fue útil para el partido conservador. En tiempos de Peña Nieto, también sirvió a su criminal Procuraduría. En el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa, defendió nuevamente la versión oficial: aquello no había sido una desaparición forzada, sino un secuestro.
Incluso defendió a Tomás Zerón después de que lo viéramos en televisión nacional torturando a El Cepillo, presunto líder de Guerreros Unidos.
—Yo, en ningún momento vi que Zerón lo estuviera torturando. Lo que se ve es que lo amenazó. Quiso ser duro con él —declaró, minimizando lo que todos habíamos visto en pantalla.
Decadencia en Espiral
Cuestionar a la señora Wallace era deporte de alto riesgo. No solo tenía —el pretérito es un gesto de cortesía— a los poderosos alineados tras sus faldas, sino que también encarnaba la imagen bondadosa de la sociedad civil. La madre doliente vivió blindada por la impunidad que otorga la desdicha.
—Es ofensivo que siquiera me lo preguntes —sentenciaba ante el menor espacio de duda.
Ante todo, los valientes existieron: Anabel Hernández, José Reveles, Guadalupe Lizárraga. Sin embargo, ningún cuestionamiento fue tan frontal, minucioso y demoledor como el de Ricardo Raphael en 2018. Aquel fue el golpe que abrió la grieta.
Por fortuna, el momento quedó registrado en video. Ocurrió ante las cámaras de Espiral, el programa de debate que Ricardo Raphael conducía en televisión pública. Ahí, frente a nuestras miradas, el hechizo se rompió y Humpty Dumpty empezó a quebrarse.
Primero, el abogado y periodista nos reveló que las únicas pruebas científicas del caso —un cabello y una gota de sangre hallados donde supuestamente habían asesinado a Hugo Alberto— habían sido sembradas. ¿El cabello? Era de mujer. ¿La gota de sangre? No podía ser suya: su padre biológico no era el contador Wallace, el hombre con quien se había cotejado el ADN.
En vivo, la señora Wallace juraba por los cielos que Hugo Alberto era hijo del Señor. Sin embargo, también en video, podemos ver a Carlos Alberto León —el verdadero padre y primo hermano de Isabel— reconocer ante la autoridad su paternidad.
Además, la sangre había aparecido meses después del presunto secuestro, en un departamento que había sido habitado y cuya regadera había sido utilizada incontables veces por el inquilino: un empleado y familiar de la señora Wallace.
A Isabel se le hacía bolas el engrudo.
En Espiral también se reveló un detalle inquietante: los movimientos en la cuenta bancaria de Hugo Alberto evidenciaban que, después de su supuesta muerte, aún tuvo tiempo de ir a jugar gotcha y realizar compras en una tienda departamental.
Por último, salió a la luz que el acta de defunción de Hugo Alberto era ilegal y que las confesiones sobre las que se sostenía el caso habían sido arrancadas a golpes, asfixias y violaciones. En algunos casos, incluso, Isabel Miranda había estado presente durante los interrogatorios.
Una nueva Novela Criminal
—Cualquier persona que se jacte de ser periodista, lo primero que tiene que hacer, si va a escribir un libro, es meterse a obtener pruebas y a contrastar los hechos —espetó Isabel Miranda a Ricardo Raphael.
Eso fue exactamente lo que el periodista hizo: seis años de investigación han sido reflejados en un riguroso trabajo periodístico publicado por Seix Barral. Fabricación lleva por nombre y desnuda el presente de nuestras instituciones: fiscalías, abogados, jueces, políticos y comunicadores.
Todos vigentes. Todos corruptos.
Aquella denuncia judicial que en 2018 conocimos gracias a Una Novela Criminal de Jorge Volpi, regresa ante nuestros ojos multiplicada: hoy suman seis las víctimas.
Gracias a abogados como Salvador Leyva —quien dejo su cargo en la Defensoría Pública tras la cercanía de Norma Piña con el cuñado de Isabel Miranda—algunos casos podrán seguir la senda marcada por Cassez. Tal es el caso de Juana Hilda González Lomelí, atraído por la Corte desde 2022.
En cumplimiento del acuerdo publicado este lunes sobre la conclusión de actividades de la actual Suprema Corte de Justicia, la ponencia del Ministro Ortiz Mena deberá apresurarse para resolver este caso antes de su salida.
Condenada a 78 años de prisión tras una confesión obtenida sin abogado y bajo tortura, su caso representa una de las mayores deudas de la administración saliente.
Mientras tanto, Isabel Miranda se ha esfumado —huido, evaporado, retirado: elija usted el verbo—, pero lo ha hecho impune.
Después de Fabricación de Ricardo Raphael, solo desde el cinismo se le podrá seguir llamando activista.
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