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Silvano Aureoles
Columna
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Silvano Aureoles: ¿presidente o conejo?

El político de ambiciones desmedidas nos recuerda cómo ciertos buitres sin grandeza pueden picotear con fuerza el patrimonio común

Silvano Aureoles
Silvano Aureoles Conejo en Morelia, Estado de Michoacán, en febrero de 2023.Juan José Estrada Serafín (Cuartoscuro)
Vanessa Romero Rocha

Para decirlo en sus propias palabras: Silvano Aureoles es más sencillo que la tabla del uno. Para mayor claridad, yo añadiría que esa sencillez no se refiere a su humildad ni a su falta de pretensiones, sino a aquella que evoca lo simplón.

Silvano Aureoles es un hombre mediano. Ese hombre quiso ser presidente de México.

Se pueden ver horas y horas de las intervenciones públicas del exgobernador de Michoacán. Todas conducen al mismo bucle infinito: tedio, arrebatos de arrogancia y casi nada de sustancia.

El político pretérito, nacido en Tierra Caliente, es el eco de un pasado que persiste. Silvano Aureoles —un hombre de ambiciones desmedidas— nos recuerda cómo ciertos buitres sin grandeza pueden picotear con fuerza el patrimonio común.

El sol sale para mí

Tal como ocurrió con algunos de los fundadores más cuestionados del partido del sol Azteca, Aureoles se aferró a sus siglas como náufrago a madero. Al final, fue el partido quien lo abandonó a él. En noviembre del año pasado, el PRD lo expulsó tras un juicio sumario en el que sus malos antecedentes y su coqueteo con la oposición sirvieron como pretexto.

Porque el PRD sigue siendo un cesto muy hermoso como para albergar manzanas corrompidas, Aureoles milita en la nada.

Pero no siempre fue así. Estudiante tardío —con 16 años al terminar la primaria—, Aureoles Conejo encontró su cauce en la corriente democrática. Una corriente que se transformó en frente. Un frente que acabó convertido en partido.

Como buen Conejo, le dio por saltar: panadero, mesero, nevero, jornalero e ingeniero. Así, entre brinco y rebote, fue encontrando madrigueras: diputado federal, presidente municipal de Zitácuaro, secretario de Desarrollo Agrario bajo el gobierno de Cárdenas Batel y, durante la administración calderonista, senador. La pirueta siempre atenta a la ulterior zancada.

En el atardecer del último sexenio panista —corría el 2011—, Silvano intentó, y no logró, pelear la gubernatura de su Estado a la hermana de Felipe Calderón o a Fausto Vallejo. Perdió ante el segundo ya enfermo. Entonces, iba de la mano del Macuspano de quien, años después —en uno de sus desplantes de desaire y desdén— evitaría siquiera pronunciar su nombre. El Personaje del Palacio, lo llamaba.

Finalmente, en plena era peñista, Aureoles se acomodó en la presidencia de la Cámara Baja. Se le veía blandiendo su zanahoria como un trofeo popular arrebatado al PRI, jamás como el fruto de las concesiones sembradas por el Pacto por México.

—Ni entreguista, ni colaboracionista —afirmaba soberbio.

El último gobernador Azteca

Árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza.

Desde la campaña para la gubernatura que sí ganó —era 2015—, el INE ya le respiraba en la nuca. El Instituto castigó a su partido por 87 aportaciones irregulares en los gastos de Aureoles: donantes que no recordaban haberlo hecho, otros que dieron más de lo permitido y algunos cuyas identificaciones resultaron sospechosamente ilegibles.

Tras aquel primer aviso, llegó el tiempo en que Aureoles desvalijó —quiero decir, gobernó— su Estado. Un periodo marcado por escándalos que evidenciaron tanto su debilidad por el dinero como sus arrebatos conductuales.

Ahí está, por ejemplo, el video que encapsula a la perfección tanto la impulsividad de su carácter como el talante autoritario de su mandato. En esas imágenes se ve a Aureoles descender de un vehículo militar y perder el control contra un manifestante. Era un maestro del municipio de Aguililla, pidiendo ayuda para una tierra asediada por el narco. Portaba una peligrosa pancarta:

—Señor Gober, viaje por tierra para que vea la realidad que vivimos —suplicaba su letrero verde chillón.

Quizás, si Silvano hubiera atendido al sentido común de aquel maestro —viajar por tierra y no por cielo—, hoy no estaríamos contando esta historia. Pero no lo hizo. En su lugar, desplegó las prácticas que le valieron el apodo de El Segundo Señor de los Cielos: contratos millonarios para rentar aeronaves. El Conejo aprendió a volar.

Aureoles fue acusado, día sí y día también, de transformar esas aeronaves en carruaje privado, al servicio de sus caprichos y sus sombras. Transportaban lo mismo mercancías desconocidas que a sus dos hijas rumbo a Dubái, Miami, China o Nueva Zelanda. Incluso volaron a Belinda para que la cantante conociera al Papa. El delirio del viejo orden.

Silvano podrá ser simplón, pero no es ningún ingenuo. Para justificar sus ascensos en plena pandemia —cuando los vuelos no esenciales estaban desaconsejados—, ideó un plan de apariencia humanitaria: vuelos financiados por el Estado para llevar a migrantes al Otro Lado a reencontrarse con sus familias. Lo llamó Palomas Mensajeras: vileza con alas.

Ese mismo esquema, diseñado para disfrazar derroches, lo replicaría luego en la triangulación de recursos destinados a la compra de medicamentos y servicios de salud. Fondos que, como adelantó el periodista Álvaro Delgado desde 2021 y más tarde confirmó Pablo Gómez desde la UIF, no terminaron en hospitales ni en manos de pacientes, sino en los bolsillos de LatinUs, el medio opositor de la dinastía Madrazo. Un negocio en el que Aureoles no solo fue benefactor, sino patriarca.

La madriguera del Conejo

Por fortuna para Michoacán —y pese a los esfuerzos de la nada relevante BOA, el Bloque Amplio Opositor, en el que Aureoles figuraba como pieza clave—, un día llegó la alternancia. Esta vez, de la mano de Morena. En la intermedia obradorista, Alfredo Ramírez reclamó la gubernatura.

Y comenzó la cacería.

Inicialmente, el gobierno local descubrió que Aureoles había malgastado más de 3.400 millones de pesos en la compra de terrenos a precios insultantes, instalaciones deficientes y gastos absurdos para la construcción de cuarteles de policía en Michoacán.

Imagine un estado azotado por la violencia. Ahora figúrese que, en lugar de edificar los cuarteles prometidos para la guardia civil, su gobernador levanta solo unos pocos. Y esos pocos, los levanta mal.

Lo que sí se construyó con esmero fueron las lujosas casas de gobierno incluidas en cada cuartel, así como las millonarias remodelaciones a la residencia oficial del Señor Gobernador. La vieja práctica de iluminarse a sí mismo mientras el resto queda en penumbras.

Si nadie se alarma por sus 20 baños, dos albercas, tres canchas deportivas, tres spas o tres helipuertos, quizás el búnker sea el lujo que desafía toda justificación. Los contravalores del nuevo manual.

Por todo aquello, la semana pasada la Fiscalía General de la República emitió lo que parecen ser las primeras órdenes de aprehensión contra Silvano Aureoles y, desde entonces, el Conejo anda corriendo.

Aquel que denunció a los inútiles y acomplejados de Morena por sus ligas con el narco ante el Capitolio, la OEA, la Comisión Interamericana, el Tribunal Electoral de Michoacán, la FGR y hasta en un banquito verde afuera de Palacio Nacional durante cuatro horas, acabó siendo el acusado.

Presidente: su propia autodefensa

Silvano dedicó buenos esfuerzos a preparar su eventual defensa.

Primero aprovechó sus últimos meses como gobernador para recorrer el estado, repitiendo como metralla la misma consigna: el nuevo gobernador de Morena está aliado con el narco.

No funcionó.

Por ello, como buen Conejo, intentó un último y descomunal salto. De esos que los políticos dan no para aterrizar donde prometen, sino un poco más abajo. En octubre 2022, se autodestapó como aspirante a la silla que ocupa Sheinbaum Pardo.

Sonido de grillos.

Con disimulado entusiasmo, Silvano se sumó a la contienda del bloque opositor para quedarse en el primer filtro. El Comité Coordinador del Frente Amplio por México lo descartó junto a otros de su especie: hombres medianos que aspiraron a todo siendo nada. Mancera y Cabeza de Vaca.

Así, ante la negativa del partido de concederle un cargo más alto, tuvo que competir por una diputación federal en el distrito de Zitácuaro. Su rival de Morena —piedras con ojos, como él les llama—, le dobló los votos. Un desenlace poco glorioso para quien soñaba con la Silla Grande.

—El próximo gobierno, que espero yo encabezar, deberá estar compuesto 50% mujeres y 50% hombres. Es fundamental crear la Secretaría de la Mujer para fomentar la igualdad sustantiva y establecer la pensión universal para mujeres y madres solteras —soñaba entonces el aspirante.

Con eso en mente, y viendo lo alcanzado en materia de género hasta ahora, el expresidenciable quizá esté prófugo, pero contento.

Silvano ha vuelto al punto de partida: sin madriguera, sin fortuna y mediano.

Huyendo como un vulgar conejo.

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Sobre la firma

Vanessa Romero Rocha
Es abogada y escritora. Colaboradora en EL PAÍS y otros medios en México y el extranjero. Se especializa en análisis de temas políticos, legales y relacionados con la justicia. Es abogada y máster por la Escuela Libre de Derecho y por la University College London.
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