El día que nadie nunca olvidará
Si en algo se asemejan el golpe militar chileno de 1973 con el tejerazo de 1981 en España es en que cada ciudadano recuerda exactamente qué estaba haciendo ese día, cómo supo la noticia y qué pensé e hizo en las horas más tensas. Son días que nadie nunca podrá olvidar.Las semanas previas al golpe habían estado plagadas de rumores catastrofistas, y la mayor parte de los chilenos teníamos conciencia de que algo importante estaba a punto de ocurrir. El presidente Salvador Allende se disponía a anunciar ese martes un plebiscito para dilucidar los principales puntos de tensión política. Dos días antes, durante el cumpleaños de una hija del general Augusto Pinochet, se había fraguado la fecha y hora del golpe: sería el martes 11 a las seis de la mañana.
Sólo los mandos superiores de las fuerzas armadas y contados civiles estaban la noche anterior al corriente de los verdaderos alcances de la operación. Mientras en Santiago eran detenidos esa madrugada unos 50 oficiales leales a Allende, en Valparaíso, el puerto principal, a 120 kilómetros, la marina iniciaba la sublevación.
A las siete de la mañana, Allende se enteraba de los sucesos y una hora y media más tarde lo sabía todo Chile, por un comunicado de la Junta de Gobierno difundido en las radioemisoras de derecha. "El presidente de la república debe proceder a la entrega inmediata de su cargo a las fuerzas armadas y carabineros de Chile", decía el escueto bando. Militares golpistas habían tomado ya la mayor parte de las empresas, emisoras progubernamentales, universidades y centros políticos. Se dispone el cerco contra La Moneda. Allende, que ya ha hablado otras tres veces esa mañana por emisoras leales, se dirige por cuarta vez al país a través de la única emisora leal que continuaba funcionando.
El fragor de los preparativos de ambos bandos y la frenética actividad de los 10 millones de chilenos se detuvo un instante para escuchar las últimas palabras de Allende: "Yo no voy a renunciar. Colocado en un trance histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo... Éste es un momento duro y difícil. Es posible que nos aplasten. Pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores... El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse... El pueblo no debe dejarse arrastrar ni acribillar, pero tampoco debe humillarse. Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor".
Mientras Allende y su equipo se preparaban para resistir el anunciado bombardeo aéreo contra La Moneda, el comité político de la Unidad Popular, reunido en una empresa, tomaba una resolución: era imposible cualquier resistencia sin contar con apoyos importantes en las fuerzas armadas.
Y mientras la aviación descargaba sus cohetes contra el palacio presidencial, cientos de miles de chilenos que habían acudido esa mañana a sus centros de trabajo retornaban a sus casas con la cabeza gacha y el corazón vencido. Era el primer día de una dictadura que nadie sabía, ni lo sabe aún, cuánto tiempo iba a durar.
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