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13 AÑOS DE DICTADURA

Santiago amaneció ayer ocupada militarmente como el 11 de septiembre de 1973

Antonio Caño

Santiago era, en la mañana templada del 11 de septiembre de 1986, la misma ciudad ocupada de hace 13 años, cuando el Ejército chileno tomó el poder y se inició el período más funesto de la historia de este país del Cono Sur latinoamericano. El general Augusto Pinochet, superviviente de un atentado perpetrado el pasado domingo, parece haber preparado todo para que esta jornada se pareciese como dos gotas de agua a aquella en que Salvador Allende murió en defensa de la legalidad constitucional. El palacio de la Moneda, donde cayó el presidente del Gobierno de la Unidad Popular, se encontraba ayer, como aquella mañana, rodeado de soldados en uniforme de combate y el dedo listo en el gatillo de sus fusiles.

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Efectivos del Ejército y carabineros en número de varios cientos vigilaban todos los rincones del centro de la ciudad, por la que constantemente patrullaban vehículos militares provistos de ametralladoras, camiones cargados de soldados y automóviles civiles sin matrículas que compartían uniformados y paisanos.No se recuerda, desde el día del golpe, un 11 de septiembre con semejante despliegue. Los desfiles militares resultaban un espectáculo esperpéntico en una ciudad por la que circulaban más policías y soldados que transeuntes.

En muchas calles de Santiago los únicos espectadores de los militares marchando al son de los himnos castrenses eran sus propios compañeros, custodiando la ciudad, y los policías apostados en las azoteas.

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A primeras horas del día, declarado festivo por celebrarse oficialmente el Día del Pronunciamiento, Santiago era una ciudad casi desierta. Tardó en salir el sol, pero después, como hace 13 años, lució con fuerza.La radio, sometida a la censura y autocensura impuestas por el estado de sitio reimplantado el pasado lunes, no transmitió ayer consignas en clave como aquel Llueve sobre Santiago que anunciaba el golpe de Estado, pero alguna canción de Violeta Parra y de Manuel Serrat en una emisora atrevida sonaban casi como un mensaje cifrado de libertad.

Sólo al mediodía se empezaron a agolpar algunos cientos de personas en los alrededores del palacio de La Moneda en una manifestación espontánea cuidadosamente organizada por el Gobierno para aclamar a Pinochet. Cuando el general salió de la sede presidencial, vestido con un uniforme de chaqueta blanca -sin la capa gris con la que antes había asistido a una misa de campaña-, para subir a un Mercedes negro descubierto, los aplausos de un grupo de personas reunidas tras una pancarta de apoyo al dictador, no conseguían hacerse oír sobre las fanfarrias de la banda de la Fuerza Aérea.

Otra fila de curiosos rodeaba la pretendidamente aleccionadora exposición montada por Pinochet en las puertas del palacio de La Moneda: tres de los coches dañados en el fallido atentado del domingo. Los más ingeniosos levantaron sobre un camión una tarta de cartón para felicitar a Pinochet en su aniversario en el poder.

Otra analogía

Fue otra curiosa analogía con los coches reventados por las balas militares y aplastados por los tanques que cercaban La Moneda, un dia similar de hace 13 años.Algunos cientos más de personas siguieron el cortejo presidencial a lo largo de la avenida Alameda, por la que, en su último discurso, Allende esperaba que volviese a discurrir la libertad.

El de 1986 fue un 11 de septiembre de uniformes y marchas militares. El más negro y el más similar, por tanto, al de 113 años antes. Pinochet ha añadido una coincidencia más al sugerir la posibilidad de un próximo plebiscito, intención que también se le atribuye a Allende cuando todos sus proyectos se vieron truncados por la intervención militar.

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