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Argentina: los seis años de la dictadura

Al cumplirse seis años desde que las Fuerzas Armadas argentinas tomaron el poder del Estado y pasaron a controlar cada segmento de la sociedad civil, el balance de su Gobierno -dicen los autores- puede quedar resumido en crisis económica, crisis política, grave situación social, represión, fomento al exilio y pérdida de prestigio internacional. Seis puntos rápidos de enunciar pero que engloban una realidad dramática.

Se aborde desde cualquier perspectiva -económica, política, moral, jurídica, pragmática (respecto de los fines que los militares dijeron proponerse en 1976)- las gestiones de los generales Videla, Viola y Galtieri (más los breves interregnos de Liendo y Lacoste) no han solucionado ninguno de los problemas para los que se presentaron como "salvadores de la patria", sino que los han agudizado, al tiempo que generaron otros nuevos. En el único campo en el que han cumplido con creces sus objetivos ha sido en la represión: con la excusa de eliminar a las organizaciones guerrilleras han secuestrado y detenido en paradero desconocido a cerca de 20.000 personas, otros miles han pasado por las cárceles o permanecen en ellas, y muchos miles más fueron asesinados.Se llega así a casi 2.000 días de dictadura con una situación de estancamiento en todos los niveles; un callejón sin salida del que los militares ya no intentan sacar al país, sino sobrevivir: de la salvación mesiánica se ha pasado al saqueo durante el naufragio. En efecto, los datos demuestran que los pocos sectores que se han beneficiado con la dictadura -especialmente las Fuerzas Armadas y la gran burguesía agraria y financiera- comienzan a practicar un sálvese quien pueda que, al no encontrar salidas, se lleva a cabo rehaciendo lo ya hecho: ante la especulación, más especulación; la corrupción, "combatida" con más corrupción; la miseria, con planes de austeridad para los pobres; el programa ultraliberal que hundió la economía nacional se corrige aplicando nuevas recetas liberales, y frente a los reclamos por los desaparecidos, las denuncias por las violaciones de derechos humanos o por las restricciones a libertades civiles, se contesta con más represión, más desapariciones, más presos sin causa ni proceso y más silencio (amparándose en la idea de que se ha librado una guerra y toda guerra es sucia) sobre los desaparecidos.

Colaboración con otras dictaduras

Pareciera que las Fuerzas Armadas quisieran reafirmarse en la sobreactuación: no basta con someter a los argentinos a sus reglas, sino que también colaboran con los golpistas bolivianos mientras prometen y envían ayuda militar y asesores a la dictadura salvadoreña. De esta forma el poder militar no sólo arrasa con la tradición constitucional liberal y las conquistas sociales, sino que destruye una historia de neutralidad y no-intervencionismo del Estado argentino (salvo pocas excepciones), proyectándose como gendarme de Estados Unidos en el mundo (basta ver la orientación de sus votaciones en la ONU).

Asimismo, conviene subrayar que en el litigio que mantienen las dictaduras chilena y argentina -como un medio para ocultar los problemas internos y desviar la atención apelando al chauvinismo- nos encontramos ante dos Gobiernos sin legitimidad constitucional para negociar o declarar guerra alguna.

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El teatro del horror sustituye a la práctica política. Y, triunfalismos aparte, el proyecto del general Galtieri de formar una coalición civil (basada en políticos derechistas de las provincias) conservadora con toques populistas marcha hacia el fracaso dado el profundo desinterés y desengaño que muestra la población ante las propuestas del poder militar.

Los pactos con Reagan

Los datos y estadísticas no permiten dudar. No hace falta ser de izquierdas para inferir que la situación es caótica: 112% de inflación en 1981, constante devaluación del peso frente al dólar, recesión industrial y quiebra de empresas y bancos, precios en el mercado interno disparados, desmantelamiento de los servicios estatales en vivienda, salud y educación (fin del Estado de bienestar), presión impositiva sobre los sectores medios, aumento del paro (entre el 14 y el 30%), del analfabetismo, de la deserción escolar, alto número de exiliados y emigrantes económicos (el diario Clarín, de Buenos Aires, y el New York Times calculan 2,5 millones de personas en los últimos quince años), anulación de los derechos sindicales, fomento de la inversión especulativa en desmedro de la productiva (mejor aprovechar las altas tasas de interés que fabricar bienes de consumo para un mercado interno empobrecido), deuda externa cercana a los 40.000 millones de dólares, creciente desnacionalización de la economía, ya que una vez destruida buena parte de la capacidad productiva, el Gobierno está entregando a las corporaciones multinacionales las riquezas naturales, como es el caso crucial del petróleo. Para haber llegado a esta situación, los militares tecnócratas civiles de sus Gobiernos plantearon la necesidad de liberalizar el mercado y cortar la influencia estatal siguiendo el modelo friedmaniano. Mientras controlaron férreamente la actividad de sindicatos y partidos, reprimiendo a todo tipo de oposición, impulsaron las medidas económicas que han llevado a estos resultados tan espectaculares.

La llegada de Reagan a la Casa Blanca, por otra parte, ha sido un factor clave: Galtieri habría firmado un pacto con Washington en el que se incluye revisar los acuerdos sobre ventas de cereales a la URSS y países del Este europeo, adherir al tratado de no proliferación nuclear, ayudar al régimen de Napoleón. Duarte y enviar tropas al Sinaí. El apoyo de Reagan -primer paso: levantar la prohibición de ventas de armas norteamericanas a Argentina- no ha favorecido, sin embargo, las inversiones extranjeras esperadas como una bendición, ni ha servido para que los militares argentinos ganen algo de prestigio.

La crisis, entre tanto, ha llegado al mismo poder militar -siendo cada día más evidentes sus divisiones-, pero las atrocidades y "errores" cometidos operan como un fuerte elemento de cohesión ante el temor que en algún momento se exijan responsabilidades o un sector entre ellos mismos elija varios chivos expiatorios. La salida no es visible por el momento. Se evidencia una creciente actividad de variadas formas de oposición dispersas y sin direcciones, pero que se articulan con la imprescindible presión de la comunidad intemacional para que se acabe esta dictadura que quiere arrastrar a todos en su larga y costosa caída.

Mariano Aguirre es periodista y escritor, y Andrés López Rodríguez es abogado.

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