Los militares argentinos han hecho bueno el desgobierno peronista
El pasado 17 de diciembre, el ex ministro de Economía argentino, Lorenzo Sigaut, mientras cerraba sus maletas y se disponía a volver a casa, anunciaba a su todavía desconocido sucesor la herencia que le dejaba: una situación catastrófica de la economía. El año cerraría con un crecimiento negativo del 4,5% y una baja del producto industrial en torno al 13,5%. Pocos días después, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) daba los resultados previstos para Argentina y sostenía cifras todavía peores: decrecimiento del 6% y una inflación superior al 120%. La Administración militar había conseguido, un año más, lo que parecía imposible: hacer bueno el desgobierno del régimen de Isabelita Perón y endeudar y empobrecer drásticamente a un país que entre sus riquezas cuenta con el auto abastecimiento energético y con ser el mayor granero del mundo, tras EE UU.El pueblo argentino ha seguido casi con total pasividad la última crisis gubernamental. "Son cosas de los milicos", dicen. Tiene algo que ver en ello el que en el año recién terminado hayan contado con cinco presidentes: los generales Videla, Viola, Liendo, Lacoste y Galtieri.
Sin embargo, esa pasividad se hace más activa e incluso arriman el oído al transistor cuando de lo que se habla es de quién va a ser el próximo ministro de Economía, que por una reforma administrativa reunirá el mismo poder que el todopoderoso y odiado Martínez de Hoz.
No sin razón los argentinos se denominan a sí mismos "economistas de acera". El disloque continuo de sus economías, la permanente "indexación" de salarios, alquileres, créditos, ha hecho que hasta la más humilde empleada del hogar sepa "cuando cobra su salario, qué parte de él tiene que colocar en dólares, tras cambiar los pesos en las casas de cambio, para defenderse de la inflación", según nos contó un banquero con muchos años en la plaza de Buenos Aires.
Para una buena parte de la población, el signo del nuevo gabinete vendría definido por la personalidad de su ministro de Economía. La aparición pública, tras meses de silencio, a primeros de diciembre de José Martínes de Hoz para presentar su polémico libro Bases para una Argentina moderna, hizo temer a muchos que los militares quisieran repetir la experiencia y dar otra oportunidad al denostado personaje.
No fue así, pero el nuevo titular de Economía, Roberto Alemann se alinea, con más o menos matices, en la línea liberalizante de Martínez de Hoz.
Una contradicción histórica
"Los argentinos padecemos una contradicción histórica", nos explica un economista, alto cargo en administraciones peronistas, que prefiere que no se cite su nombre por temor a algún tipo de represalias (como muchos de los entrevistados). "Esta contradicción consiste en que, siendo un país inmensamente rico, no hemos conseguido nunca dar el salto y convertirnos en un país de primera línea".
"Esta contradicción existe y se ha profundizado desde 1976 con el pronunciamiento militar", confirma Aldo Ferrer, antiguo ministro de Obras y Servicios Públicos en 1970, y de Economía y Trabajo en 1970 y 1971.
"Los militares", explica, "han aplicado una política monetarista de signo ideológico que pretende que Argentina es un país pequeño, que no tiene mercado interno, que no se puede industrializar, que tiene que anexionarse al orden mundial simplemente como apéndice productor de alimentos, materias primas y eventualmente de petróleo, si se confirman los recursos de la zona austral del país.
A partir de todo esto, y de la inserción de Argentina en el sistema financiero internacional, se ha armado todo un esquema extremadamente negativo que ha sacrificado el desarrollo industrial, ha deprimido el mercado «interno y ha generado un desempleo espectacular.
Por ejemplo, la producción industrial argentina, que se venía duplicando cada diez años, en 1981 es menos que en 1970; el producto industrial por habitante es hoy un 30% más bajo que en 1970; algunas estimaciones privadas ubican a los desempleados en un 10% de la población activa, habiendo que añadir el desempleo encubierto que genera trabajos de economía sumergida por cuenta propia y baja productividad; los salarios reales son un 30% más bajos que en 1975; la inflación es hoy cinco veces más alta de lo que era el promedio desde 1945 a 1975 (cerca del 150% anual), etcétera".
Buen modelo, malas medidas
Si para Ferrer -que desborda en su sentido nacionalista al ultraliberalismo de Martínez de Hoz y su equipo-, falla el modelo escogido por éste para su aplicación en Argentina, para Alvaro Alsogaray, también antiguo ministro en repetidas ocasiones y genuino representante de la Escuela de Chicago, el "modelo era adecuado, pero fallaron las medidas concretas para aplicarlo.
En la gran opción entre economía totalitaria y dirigista y economía libre, los militares se pronuncian el 24 de marzo de 1976 en favor de la economía libre y eligen a Martínez de Hoz. Este, desgraciadamente, no realiza un verdadero programa liberal, sino que aplica medidas a medias que no conducen a la solución de los problemas".
Alsogaray continúa: "En apariencia, en los dos o tres primeros años las cosas mejoran: la balanza de pagos, las reservas, etcétera, pero el principal problema argentino era la inflación, y no fue atacado. Durante 1976, 1977 y 1978, la inflación argentina es la más alta del mundo, alrededor del 160 de promedio anual. Esta persistencia preocupó incluso a los militares. A finales de 1978, Martínez de Hoz se decide por un enfoque monetario de la balanza de pagos y pone una tasa fija de devaluación del peso -plan de pautas- acompafiado de una tablita en la que se expresaba la paridad diaria del valor del peso".
Según Alsogaray la inflación persiste, impulsada por una alta emisión monetaria debida al exceso de intervención del Estado en la economía, a la enorme dimensión de las empresas públicas y al déficit del presupuesto. "A lo largo de 1979 y 1980 el mecanismo va deteriorando la economía de numerosas empresas; se producen quiebras en cadena y una crisis en la balanza de pagos. Un millón y medio de argentinos viajaron al exterior gastando todo lo que podían. Entretando, se acumulan tensiones dentro del sistema. Se produce la sustitución de Videla por el general Viola en febrero del año pasado y Martínez de Hoz devalúa el peso en un 10%. Esta medida quebró la continuidad y tuvo un efecto psicológico muy negativo en la población. Martínez de Hoz sale del Ministerio y es sustituido por Sigáut, que se ve forzado a hacer continuas devaluaciones desde entonces, y a controlar el mercado del cambio dividiéndolo en cambio comercial y cambio financiero. En el transcurso del año, el peso se ha devaluado respecto al dólar un 200%, lo que significa un enorme sacrificio para toda la población".
Todo ello ha llevado, según el ex ministro liberal, "a una recesión y un paro muy grande para Argentina, que oscila según las fuentes entre 500.000 y 1.600.000 desempleados, con una inflación del 170% y un endeudamiento exterior que ha pasado de 9.000 millones de dólares, en 1976, a 30.000 millones, en 1981. Todos estos errores no son debidos al modelo liberal, sino a las medidas puestas en práctica. Martínez de Hoz no pertenece de ningún modo a la escuela de Chicago y al pensamiento de Von Hayek; bajo apariencias liberales practicó una política refinada, pero dirigista e inflacionista".
La película, desde otro ángulo
A los sindicalistas y a los trabajadores en general, les da igual si el mal está en el modelo o en su aplicación. No entran en ello.
Para ellos existe otra película, cuyos protagonistas son, según Juan Carlos Massó, secretario general del gremio del Plástico en la Unión de Obreros y Empleados del Plástico, de la Confederación General del Trabajo (CGT), los siguientes: "En seis años, nuestro gremio ha perdido el 72% del salario real; el sueldo promedio en nuestra industria es de 1.200.000 pesos (alrededor de 12.000 pesetas). Este es el triste récord de nuestro Al Capone argentino (Martínez de Hoz). Si hablamos de educación, hay un 75% de deserción escolar; los niños se ponen a trabajar en la calle vendiendo cualquier cosa; el paro alcanza a 1.600.000 personas, etcétera. Se vivía mucho mejor en 1975 que ahora".
Otro sindicalista entiende que "el liberalismo rabioso de Martínez de Hoz, con todo el poder, con toda la paz social, no sirvió para nada, pese a que además hubo varías de las mejores cosechas del siglo. Los militares le cambiaron luego por Sigaut que intentó girar un poco y hacer un pseudo-populismo.
Fue "la receta de Mimí" como dice un tango de Discépolo, y tampoco sirvió de nada. ¿Qué nos espera ahora? Más liberalismo con Alemann. Por eso no es de extrañar que a mediados de este año se nos acabe la paciencia y haya dramáticas novedades de movilizaciones obreras".
Por fin, hay un tercer representante sindical, más tajante: "En Argentina hay dos Estados superpuestos: un Estado diligencial, en el que están los generales, los dirigentes políticos y muchos dirigentes obreros. Aquí no se salva casi nadie.
Si en Argentina tuviera que haber un Jomeini, me gustaría ser yo. En este Estado se debaten los grandes problemas del país, se distribuye, se divide y se subdivide cada porción del poder.
En el segundo Estado está el resto de la población, que no participa de nada, y no existe conducto alguno de diálogo entre los dos Estados, por lo que es imprevisible. sugerir lo que pueda pasar. Nosotros creemos que se están agotando los plazos de espera".
Vuelven los astronautas
Un economista muy conocidc, acusado de dirigista y totalitario por la línea ortodoxa que dirige la política económica, y que en España se adscribiría con normalidada la corriente socialdemócrata, proyectaba la misma preocupación de un futuro imprevisible, de no dar un giro de 180 grados al rumbo del país. "Lo que ocurre con las políticas monetaristas", explicaba, "es lo que ocurre con los astronautas. El mayor problema que tienen los astronautas es cuando vuelven a la tierra y se produce el proceso de reentrada en la atmósfera, en el que la nave se puede quemar; aquí hay vários países que están en la órbita monetarista y la reentrad,a en la atmósfera de la realidad puede ser dramática, quemándose la nave. Estas políticas imponen a la fuerza una mayor sensatez en los sectores institucionales que se oponen a ellas, para evitar que los agravios cometidos por el monetarismo provoquen respuestas irracionales y cruentas".
Entre estos agravios, nos contó uno como anécdota: "En cierta ocasión visitó Buenos Aires David Rockefeller, presidente del Chase Manhattan Bank, para conocer la situación de la nación argentina y previsiblemente instalarse e invertir en ella. Martínez de Hoz, amigo íntimo de Rockefeller, reunió a todo el gabinete económico con la única finalidad de que realizase un informe específico para el banquero americano. Esto es un agravio para los argentinos, un estilo, una mentalidad de país reindustrial y dependiente. Casi de república bananera".
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