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El embargo de cereales puso en evidencia la dependencia agraria exterior de la URSS

El embargo cerealista norteamericano no se ha hecho sentir en el estómago de los soviéticos. Ciertamente, la lucha por la existencia cotidiana ha sido dura durante estos pasados meses, pero las dificultades de abastecimiento no han excedido lo que ya se considera habitual. Pero si el embargo no se ha hecho notar en los estómagos, como decía con jactancia la agencia Tass después de conocer su levantamiento por parte de Estados Unidos, la carencia de cereal sí se ha dejado sentir en los silos, que -según fuentes occidentales- se encuentran casi sin reservas.

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La CEE dudó siempre de su eficacia

La falta de seis millones de toneladas de grano que Estados Unidos dejó de enviar a la URSS después de la invasión de Afganistán se ha intentado cubrir con una diversificación en la política importadora. Argentina dobló durante el pasado año sus ventas de grano a la Unión Soviética, y en Moscú se rumoreó que el Kremlin trataba de acercarse a otro régimen dictatorial del Cono Sur -Uruguay- con los mismos propósitos.El embargo cerealista sirvió para plantear nuevamente un problema tradicional de la URSS: su dependencia agraria respecto al exterior. En discursos oficiales, artículos periodísticos y hasta en la tribuna de oradores de los congresos del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) se han planteado cientos de veces en las últimas décadas las deficiencias del sector primario soviético.

Hace dos meses, en el último congreso del PCUS se volvió a hablar del tema. Para el próximo quinquenio se trata de aumentar en un 20% la producción de grano, y en un 12%, la de carne. Para lograr estos fines se ha flexibilizado el sistema de planificación, aumentando el número de decisiones que pueden ser tomadas «a pie de obra» -es decir, en las mismas granjas estatales y cooperativas-, sin tener que esperar el dictamen del poder central.

Igualmente, se ha incrementado ligeramente el minúsculo sector privado y se primará la obtención de excedentes de grano, que, a partir de ahora, serán comprados por el Estado con un 50% de sobreprecio.

También se destinarán unos dos billones de pesetas a la mejora de tierras cultivables, que, a finales de 1985, deberán de haber incrementado su extensión en más de un 25%.

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Cosechas perdidas

En cualquier caso, los problemas agrarios de la URSS no residen tan sólo en las carencias de producción. Según estimaciones hechas por expertos occidentales, cerca del 40% del grano soviético -y lo mismo ocurriría con otros productos- se pierde durante el proceso que media entre la recogida y la venta.

Los retrasos en las cosechas y la no disponibilidad de medios técnicos suficientes para el transporte y almacenamiento son los culpables indudables de la pérdida de buena parte de la producción.

La desidia y cierta indisciplina laboral -frecuentemente criticadas por los periódicos- tampoco son ajenas a este problema.

Leónidas Breznev, en su discurso de apertura del 26º Congreso, insistía en la necesidad de poner el acento en las mejoras cualitativas. Y, realmente, el tema de la baja calidad con la que aparecen en las tiendas los productos agroalimenticios soviéticos convierte en un espejismo las ya de por sí deficientes cifras de producción.

Ya no es tan sólo cuestión de que haya más o menos patatas y carne en las tiendas estatales, sino que la mayor parte de las patatas que contiene una bolsa están húmedas o podridas y que el desastroso corte de la carne hace desperdiciar un buen trozo de la pieza.

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