Lisa Tuttle, figura histórica de la ciencia ficción y el horror: “La vida es dura, pero peor es un apocalipsis zombi”
La escritora, de 72 años, adelantada de la sexualidad, el feminismo y la identidad de género en la literatura fantástica, ha participado en el festival 42 de Barcelona
“No volamos, en realidad. Planeamos como hacen los milanos. Cabalgamos el viento”. Para muchos lectores, el nombre de Lisa Tuttle está indisociablemente ligado al de George R. R. Martin (el autor de Juego de tronos, del que fue pareja cuando ambos eran veinteañeros) y a esa preciosidad que es Refugio del viento, la novela que escribieron a cuatro manos o más apropiadamente en este caso, dado el tema y la imaginación y la sensibilidad que le pusieron, a cuatro alas. Aquella historia de una niña en un planeta oceánico en el que las islas habitadas por los descendientes de una nave colonial estrellada están unidas por una élite de Voladores o Alados, con preciadas alas de metal ligero que pasan de generación en generación, nos conmovió hasta el tuétano (la leímos en la edición de Martínez Roca de 1988, la republicó Gigamesh en 2012 y existe una versión en novela gráfica, de Elsa Charretier, en Planeta Cómic, 2021).
Pero Tuttle (Huston, Texas, 72 años), por supuesto es mucho, muchísimo más. Una escritora con un talento excepcional para explicar historias maravillosas e inquietantes y con un puñado de novelas (entre ellas Futuros perdidos, Gigamesh, 2016) y de relatos, formato en el que es una verdadera maestra, de terror, weird fiction o dark fantasy, como los de la colección Recuerdos del cuerpo, cuentos de deseo y transformación (La biblioteca del laberinto, 2015), que permanecen enterrados en la memoria como plantas exóticas o como esquirlas.
Tuttle, que reside en Torinturk, en la Escocia rural, y visita habitualmente España, ha estado en Barcelona en la última edición del festival 42 de géneros fantásticos, que finalizó el 10 de noviembre, donde participó en diversas actividades, incluidas sendas mesas redondas sobre el fantástico europeo y por qué nos gusta tanto pasar miedo. Es una mujer encantadora cuya mirada cubre buena parte del fantástico moderno y que ha sido una adelantada en temas de sexo, identidad de género y feminismo (y no solo en la ficción: es autora de una Encyclopedia of feminism, 1986). Viste el día de la entrevista una camisa estampada con aves, lo que invita a empezar hablando de Refugio del viento y de volar mientras se toma una coca-cola en el bar de su hotel, donde suena como guiño generacional Moonlight Shadow (por cierto, la canción de Mike Olfield estaba inspirada en la muerte de Houdini y el intento de contactar con él mediante médiums; un tema, los fantasmas, presente en historias de Tuttle, gran admiradora de M. R. James, como El gabinete de los espíritus).
“Entonces George y yo éramos dos escritores principiantes, los dos con algunos cuentos publicados”, rememora la autora sobre la génesis de Refugio del viento. “Nos habíamos conocido unos meses antes, en una convención de escritores en Dallas, en el verano de 1973, yo tenía 20 años y George 24, y me propuso escribir algo juntos, él tenía muchas ideas germen, como las llamaba, para desarrollar. Así salió la historia de The storms of Windhaven, que publicamos en 1974 y luego ampliamos hasta convertir en la novela Refugio del viento. Era sobre una nave colonia que se estrella en un planeta y sus ocupantes devienen una sociedad medieval que ha perdido el conocimiento de la tecnología, excepto por esas alas que han fabricado con metal canibalizado de la astronave y que permiten a los que las poseen convertirse en glamurosos voladores. El conflicto surge cuando una chica a la que no corresponde volar, pues los voladores forman una casta con rígidos códigos, se obstina en poseer unas alas y hacerlo”.
Las descripciones de la libertad que proporciona el vuelo son bellísimas. “Pues ni George ni yo teníamos ninguna experiencia de volar. Recuerdo que incluso me llevó a una montaña una vez y me dijo, ‘¿te imaginas, Lisa?, por aquí se lanzarían nuestros Alados’. La historia funcionó muy bien y Ben Bova, el editor de Analog, nos pidió que la ampliáramos. Escribimos dos partes más y la novela se publicó con las tres como Refugio del viento en 1981. Fue la segunda de George, tras Muerte de la luz, y la primera mía. Hablamos muchas veces de escribir una continuación, pero el tiempo nos fue llevando a cada uno hacia un lado completamente distinto. Entonces éramos pareja, pero lo dejamos. George dice que le rompí el corazón. Él se casó, yo luego también [con el escritor Christopher Priest, el autor de El prestigio, en 1981, y se instaló en Londres; luego, en 1990, con su actual marido, el editor Colin Murray]. Pero hemos seguido siempre siendo buenos amigos. George es una persona muy leal”. ¿Nunca pensaron en hacer una película de Refugio del viento? “No, y es una lástima porque hubiera funcionado bien, pero no estaban desarrollados como hoy los efectos especiales. Era difícil hacer volar a alguien. Hay que recordar que Superman no voló en la pantalla hasta 1978″.
Lo que le ha pasado a Martin con Juego de tronos ha sido muy curioso: eso de que la serie se adelantara a sus novelas, que no haya acabado la historia, que haya fans que lo troleen por ello… “Ha sido triste en algunos aspectos, pero también un gran negocio. George tiene un lado melancólico pero el éxito y el dinero hacen las cosas más fáciles. Cómo lo vivas depende de tu personalidad; sin embargo, tener un jet privado, o poderlo tener, ayuda. Del mundo del que venimos, la idea de que un libro de ciencia ficción, fantasía o terror fuera un best seller parecía ridícula. Luego la percepción ha cambiado, claro”.
Tuttle, a la que le gustan los géneros fantásticos porque permiten explorar ideas aunque reniega de “la fantasía de reinos y mundos que establece una diferencia maniquea entre la luz y las tinieblas”, está de acuerdo con la consideración que ha permeado el festival 42 de que hoy “hay más terror que nunca” en la cultura popular. “Está más generalizado y es más variado de lo que ha sido jamás, tanto como género —si es realmente un solo género, considerando las diferencias entre las sutiles historias de fantasmas, el gráfico body horror, el terror psicológico y la weird fiction, por citar algunas variantes— como en el sentido de componente de toda la literatura. Es más popular porque si bien la situación en el mundo no es hoy peor que en otros momentos antes, ahora somos conscientes las 24 horas del día de los horrores que suceden en cualquier parte a través de los medios y las redes sociales”. Tuttle opina que convertimos horror en entretenimiento por varias razones: “La vida puede ser dura, pero al menos no lo es tanto como un apocalipsis zombi; el terror estimula la empatía con los otros, además de provocar miedo; produce catarsis (¡la respuesta clásica!), ayuda a prepararnos para lidiar con situaciones terribles en el mundo real, o sea te vuelve más resilente; y te reactiva las emociones cuando te sientes abatido o sobrepasado por la vida real y la lucha diaria”.
Ella considera que su creación en general se acerca más a ese género que a la ciencia ficción. “Me gusta la ciencia ficción en cuanto hace pensar, su lado más intelectual, la SF que tiene que ver con ideas, la que te obliga a plantearte y cuestionarte las cosas. La que te hace reflexionar sobre el género, o sobre la inmortalidad, el encontrarte seres con otros valores distintos a los nuestros o, como en Futuros perdidos los universos paralelos en los que rectificar errores. Pero, sí, lo que escribo entra más en el campo del horror, o la dark fantasy. Aunque no me gustan las películas de terror ni desde luego el gore. Mi terreno es más bien el de hacerte sentir un malestar impreciso y sutil, el aspecto psicológico del horror. La irrupción de lo impensable, el sueño, la pesadilla. Llevar una percepción distinta a nuestro mundo. Odio los zombis, bueno, me aburren, no me interesan, no le veo el punto. Me interesan los zombis antropológicos, los del vudú, los de Anduve con un zombi, de Jacques Tourneur, y que tienen que ver con la esclavitud, la sujeción a otro: pero no los zombis que se comen los cerebros. Una novela de zombis que me gusta es It last forever and then it’s over, de Anne de Marcken, el premio Ursula K. Le Guin de este año”.
Le Guin, precisamente, resuena en algunas de sus historias, como en la impactante La herida, esa historia de un profesor que comienza a volverse mujer y a sangrar al conocer a otro hombre; ¿conoció Tuttle a la autora de La mano izquierda de la oscuridad? “La admiro muchísimo, aún recuerdo el impacto que me produjo también Los desposeídos. Fue tutora mía en un curso de escritura”. Recuerda también algo a Le Guin la historia Lagarto del deseo, uno de esos que se te quedan para siempre en la memoria, como El delta en el crepúsculo, de Ballard, o El rey de los elfos, de Philip K. Dick. En el relato de Tuttle (que contiene la frase antológica “esto es lo que pasó entre el lagarto y yo”) la posesión de un lagarto determina el género de las personas y convierte a las mujeres en hombres violentos. “Estoy muy orgullosa de esa historia, que a veces pasa desapercibida. La idea me vino de algo que leí de Freud. Estaba yo entonces reflexionando sobre el concepto de símbolo fálico y la manera en que cosas como pistolas y coches son percibidos así, aunque no se puedan parecer menos a un pene humano. Pensaba en eso de que, supuestamente, todas las mujeres sufrimos de envidia del pene porque la posesión de uno implica tener un poder especial que siempre se le ha denegado a quien no lo tiene. Pues bien, Freud escribió que aunque en sueños un puro puede ser un símbolo fálico, a veces un puro es un puro. De ahí —no puedo recordar cuál fue exactamente mi línea de pensamiento— imaginé a un grupo de gente que se dividían ellos mismos en dos géneros, aunque no hubiera una marca sexual biológica diferenciadora como un pene. En cambio, encontraban otra manera de reivindicar que un grupo era superior a otro: eran los únicos que poseían algo, y decidí que eso fuera una pequeña criatura. Esa criatura era su poder. ¿Por qué decidí que fuera un lagarto? Parece natural: algo pequeño, del tamaño de un puro, probablemente inofensivo, aunque con la posibilidad de ser peligroso, y porque era tan absurdo. Que por tener un lagarto en el bolsillo pudieras inspirar envidia y miedo en los sinlagarto, que harían cualquier cosa por estar cerca de ti y tu reptil… Me hacía reír”.
Y ya que hablamos de lagartos, ¿qué hay de los dragones? Han sido la mascota del 42… “Me pregunto si juegan el mismo papel, a escala gigante, que los lagartos en Lagarto del deseo. Tienen que ver con sexo y poder, o sexo como poder. ¿Imaginas cabalgar y ser capaz de controlar el poder de una enorme bestia voladora y con aliento de fuego? No necesariamente una bestia macho. Es algo de lo que escribí en mi historia La novia del dragón. Jung describió al dragón como una imagen femenina arquetípica. Dijo que representaba el aspecto devorador de la madre. Matando al dragón en las viejas historias, el héroe se libera a sí mismo”.
Otro cuento de Tuttle que es difícil sacarse de la cabeza es En piezas sueltas, en el que una mujer va coleccionando trozos de los cuerpos de sus amantes. “Me vino la idea de que la gente se deja en casa de sus amantes el encendedor o las llaves, y decidí ir un poco más allá y que se dejaran pedazos de sí mismos. La protagonista, Fay, los va juntando a lo Frankenstein para crear un amante perfecto”. El relato (de 1990) tiene un pasaje estremecedor en el que Fay quiere parar un encuentro sexual y su amante acaba violándola con la excusa de que es lo que ella quiere de verdad. Se adelanta todo el tema del solo sí es sí. “Las feministas lo decimos desde los ochenta, se ha pretendido mucho tiempo, a menudo para justificar la violación, que las mujeres tenemos fantasías con ella, y la escena en que mi personaje es violada alude a esa falsedad”.
Del feminismo, reflexiona: “El de hoy es diferente al de mi época, los setenta, ochenta, noventa. Entonces nunca hubiera pensado que se tardaría tanto en conseguir cosas por las que luchábamos aquellos años. Pero, afortunadamente, al final la lucha por los derechos y contra la agresión sexual masculina ha logrado algún éxito (como muestra el movimiento Me Too) y esperemos que ese terreno ganado no se pierda, sino que siga creciendo. Ciertamente, la gente más joven, de ambos sexos, parecen ver el mundo diferente y no tan dividido en solo dos (a menudo opuestos) géneros. Estoy a favor de mayor diversidad de género y reconocimiento, por supuesto, pero es posible que algunas de mis opiniones puedan ser vistas como pasadas de moda hoy, y no estoy activamente involucrada en ningún movimiento. Pienso que en la actualidad hablar de feminismos, en plural más que en singular, es una mejor manera de verlo”.
Una de las anécdotas más famosas sobre Tuttle es su rechazo en 1981 al premio Nebula, que otorga la Asociación de escritores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos, por una cuestión formal: un candidato mandó su historia a un miembro del jurado, lo que a ella le pareció impropio y se retiró, sin saber que habían decidido darle el premio a ella (por La flauta de hueso), que le otorgaron a pesar de su retirada.
Ray Bradbury ha sido una gran influencia en mi escritura; era encantador”
Tuttle siempre ha hablado muy bien de Ray Bradbury. “Fue una gran influencia en mi escritura cuando yo era joven. Fue de los primeros autores de ciencia ficción que leí y adoraba sus historias cortas, especialmente las Crónicas marcianas. Las leí y releí desde los 13 años, cuando decidí que así era como quería escribir yo. Solo lo vi una vez, en 1973. Yo estaba en esa época en casa de Harlan Ellison en Los Ángeles y un día Harlan tenía que hablar en un instituto con Ray Bradbury —al que tenía que recoger porque, claro, Bradbury nunca aprendió a conducir— y me preguntó si quería ir. ¡Cómo, y conocer a uno de mis escritores favoritos!, ¡pues claro! Entonces yo solo tenía un puñado de cuentos publicados, pero esos dos famosos escritores me presentaron a los profesores y alumnos como una colega. Recuerdo que fue la primera vez que me pidieron un autógrafo. En algún lugar debe haber todavía alguien que era estudiante en aquella escuela y tiene mi firma con las de Harlan Ellison y Ray Bradbury. Recuerdo que Ray (pues me hizo llamarle así y no señor Bradbury) era encantador, una persona maravillosa y entusiasta que hablaba de escribir y leer y de las cosas que amaba”.
Es obligado preguntarle a la escritora por la victoria de Donald Trump. Tuttle se lleva las manos a la cabeza y responde sin ambages: “¡Es horrible, horrible, horrible! Es un hombre completamente inadecuado para ser presidente, y es peligroso. Nos habíamos ilusionado mucho con la llegada de la primera mujer a la presidencia”. La autora rememora que la primera vez que Trump fue elegido (2016) se encontraba en Barcelona. Y recuerda que años antes, en 1990, participó en la misma ciudad en la Feria Internacional del Libro Feminista, en la que estuvo también su admirada Angela Carter. Con todo, su primera vez en Barcelona fue de jovencita en 1972, durante un viaje por España con una amiga que tenía familiares en la base de Torrejón [Comunidad de Madrid]. Recuerdo aquel país tan oscuro y cómo ha cambiado”.
Babelia
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