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Gueorgui Gospodínov, ganador del Premio Booker Internacional: “La gran tragedia no es la muerte, sino el proceso de envejecimiento”

El escritor búlgaro visita la Feria del Libro de Madrid para firmar ejemplares de su novela ‘Las tempestálidas’, sobre la obsesión de vivir en el pasado en una época en la que el futuro ha sido abolido

Gueorgui Gospodínov
El escritor búlgaro Gueorgui Gospodínov, ganador del premio Booker por su novela 'Las tempestálidas' (Fulgencio Pimentel) posa tras una de sus firmas en la Feria del Libro de Madrid el 4 de junio de 2023.Moeh Atitar

“Así olía Madrid, a cerveza y orina, y es innegable que en ese olor había alegría”. Así se refiere a la capital española, en los felices años ochenta, el escritor búlgaro de 55 años Gueorgui Gospodínov dentro de su novela Las tempestálidas (Fulgencio Pimentel). Dice que Madrid es un buen lugar para vivir una segunda juventud. Ahora el autor visita la ciudad en pleno siglo XXI para firmar su novela, recién galardonada con el prestigioso Premio Booker Internacional, en la Feria del Libro. El pasado domingo en el parque del Retiro, entre casetas y gentíos, no olía a meado y birra, sino a primavera; pero había alegría en una mañana tocada por el sol y la literatura. Alegría, sí, pero la justa.

Curiosamente, por estas fechas se celebra otra feria del libro en Sofía, la capital búlgara, y allí también compareció Gospodínov, con su flamante premio bajo el brazo, firmando la novela, con tanta afluencia de público que, según relata la traductora María Vútova, tuvo que presentarse la policía para disolver la cola cuando la feria cerraba sus puertas y los seguidores no cejaban en su empeño de recibir la rúbrica.

Las tempestálidas es un neologismo acuñado por la editorial, regentada por César Sánchez, para adaptar lo que en inglés se tituló Time Shelter, algo así como “refugio temporal” o “cronorrefugio”. “Eso sonaba a novela de ciencia ficción, y no es exactamente eso”, explica el editor. El título en castellano suena a tempestad, o a crisálida: el argumento de la novela gira en torno a un personaje, Gausín, que crea una especie de clínica para gente que pierde la memoria donde se reproducen, en diferentes habitaciones, diferentes décadas de la historia: los años sesenta, los ochenta, etc. “La pérdida de la memoria es uno de los miedos que más me afectan, que más afectan a la sociedad, por eso escribo sobre ello. Supongo que es un miedo que irá aumentando y será cada vez más fuerte en sociedades cada vez más envejecidas, en las que queremos ser cada vez más longevos”, dice Gospodínov, sentado en un parque del Retiro. “El precio de todo esto es la memoria”.

Gueorgui Gospodínov
El escritor búlgaro Gueorgui Gospodínov posa en el contexto de la Feria del Libro de Madrid el 4 de junio de 2023.Moeh Atitar

Así, los afectados de desmemoria, de alzhéimer, de demencia, pueden en la novela vivir en un confortable pasado. La idea tiene tanto éxito que las personas sanas también demandan esos pasados y la cosa sobrepasa los límites de la clínica y se forman poblados, ciudades y hasta países enteros que viven en otro momento temporal. Se acaba por celebrar un referéndum en Europa en el que cada país tiene que elegir el momento histórico en el que desea vivir, lo que acaba provocando algo así como un nuevo conflicto mundial. “Con la actual guerra en Europa vemos que el sistema inmune contra la barbarie tiene agujeros”, dice el autor. “Y puede llevarnos a un punto similar a la Segunda Guerra Mundial, como si Putin hubiese decidido batallar en una década pasada, la de los cuarenta″.

Las tempestálidas es una novela extraña, fragmentaria, desestructurada, dicen que rara, que gira en torno al miedo a un futuro abolido, a la memoria, a la nostalgia. “Mis tres novelas son raras, no lineales, no son como un tren que sale de un punto A y llega a un punto B”, explica el búlgaro. “Tienen muchos pasillos laterales, y a veces, el autor se detiene en uno de esos pasillos y empieza a hablar con el lector”. Con esa estructura caótica trata Gospodínov de recrear el carácter no lineal del pensamiento: el género de la novela es hoy en día un cajón muy flexible donde albergar diversos tipos de creaciones narrativas.

El tema de la Feria del Libro de este año es la ciencia, por eso es una bonita casualidad que esta se infiltre continuamente en la obra de Gospodínov. Si esta novela tiene que ver con el tiempo y lo neurológico, las anteriores están relacionadas con la física (Física de la tristeza) y la historia natural (Novela natural, ambas publicadas por Fulgencio Pimentel). “Siempre he pensado que la literatura puede echarle una mano a la ciencia”, explica el autor, que no tiene inconveniente en detenerse, ponerse la mano en el mentón, enfocar su mirada azul al suelo del parque y tomarse unos segundos para pensar las respuestas.

La gran tragedia del envejecimiento

“La gran tragedia no es la muerte, la gran tragedia sobre la que nadie escribe odas es el proceso de envejecimiento”, sentencia, “por eso tengo un diálogo con el paso del tiempo: creo que narrando las cosas lo ralentizamos. El tiempo se distrae si nos ponemos a contarle algo”. Tanto le obsesiona el tiempo que ya a los 10 años escribía poemas sobre envejecer. Los mayores le reñían: un niño tan pequeño no debía ocuparse en esas cosas. “Pero a los niños les interesa la muerte”, dice.

¿Ayudan las redes sociales a dejar constancia de cada día y así ralentizar el tiempo? “Eso es una memoria externa”, piensa el escritor, “creo que son parte de camino hacia el olvido”. Y evoca los diálogos de Platón (se refiere al Fedro), donde se considera que el verbo por escrito puede perjudicar a la memoria, por fomentar su abandono. También recuerda una aporía de Zenón: si una flecha está quieta en cada instante durante su movimiento, el movimiento no existe. Si anotásemos cada instante del tiempo, el tiempo se detendría. Quizás por eso dejamos constancia de cada momento en las redes. Son especulaciones.

Gueorgui Gospodínov
El escritor búlgaro Gueorgui Gospodínov posa en la Feria del Libro de Madrid el 4 de junio de 2023.Moeh Atitar

Gospodínov nació en la Bulgaria comunista y en su libro habla de cierta nostalgia del comunismo entre la juventud, que lo entiende como un lifestyle (un estilo de vida). “Hay ciertos traficantes que venden un pasado falso, ficticio, no elaborado; son políticos populistas que intentan reavivar un nacionalismo ligado al comunismo, siempre entremezclados”, explica el autor. Por eso tantos países eligen los años ochenta como un buen lugar donde vivir: en España se acababa una dictadura, en Bulgaria y los países del este, el totalitarismo. Sin embargo, Gospodínov elegiría pasar una tarde en 1968: “Fue el año en el que nací, mis padres eran jóvenes, todo el mundo era joven, hasta Mick Jagger”. “Pero sería diferente a lo esperado, porque nadie es consciente de que vive un momento histórico hasta que no ha pasado el tiempo”, añade. En el libro aparece un personaje al que le gustaría tener 12 años en cada una de las décadas.

Los extremos de Europa

Entender lo que une a Bulgaria y a España, dos países en los extremos opuestos de Europa, podría ser entender la esencia, lo que nos hace ser europeos. El escritor ve precisamente similitudes en ese pasado dictatorial y la posterior apertura. “Creo que tanto en Bulgaria como en España hay tristeza acumulada, en Bulgaria no ha sido narrada, y eso es peligroso”, dice el autor. Hay una diferencia entre ambos países: en el suyo hay un anhelo más grande por Europa, antes inaccesible, tras el Telón de Acero. Los padres de Gospodínov no podían viajar a Londres, a París, a Madrid. Es curioso: en la novela habla de la aceptación que tenían las películas del “destape” español en su país, como forma de esparcimiento erótico que cruzaba todo el continente.

“Los tiempos anodinos son más fáciles de habitar”, se lee en la novela. Habla Gospodínov de futurofobia, de ese futuro abolido tan propio de esta época en la que el catálogo de fines del mundo es diverso y parecemos chocarnos con un muro. Intenta analizar las razones por las que el pasado nos inunda como una riada tan fácilmente, por qué nos embarga la nostalgia. “Eso tiene que ver con el déficit de futuro”, explica. Antes solía decir que el futuro estaba cancelado, pero una madre de un niño pequeño le rogó que, por favor, dejara algún hueco para la esperanza. Así que desde entonces prefiere hablar de un futuro aplazado. “Como los vuelos en los aeropuertos”, explica. ¿Es posible vivir sin una idea de futuro asegurado? “Esa es la gran pregunta”, agrega, “creo que es muy difícil. En realidad, el futuro no es un lugar, nunca viviremos en el futuro, siempre estará más allá. Pero es necesario disponer de esa perspectiva”.

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