Dos siglos con un ‘caravaggio’ y 20 días para intentar venderlo
Ansorena, que tenía indicios de que el cuadro de atribución dudosa era obra del genio del barroco mucho antes de la fallida subasta, no se lo enseñó al director del Prado. “La familia no sabía lo que tenía”, indican fuentes cercanas
El director del Museo del Prado, Miguel Falomir, se presentó el martes 6 de abril en la casa de subastas madrileña Ansorena, atraído por la alerta, llegada de círculos italianos de historiadores del arte, de que la copia del siglo XVII de la escuela de Ribera que iba a salir a puja dos días después era en realidad otra cosa. Tal vez el formidable descubrimiento de un caravaggio. Según entró por la puerta, se le acercó un empleado, que, sin mediar palabra, dijo: “Señor director, si viene usted a ver la copia de Ribera, sepa que la hemos retirado de la subasta y que ya no está aquí”. No pudo verla. Experto en pintura italiana, Falomir aún está esperando a hacerlo.
Faltaba un día para que la sensacional noticia de que un caravaggio buscado durante siglos podría haber aparecido en Madrid saltara al diario italiano La Repubblica, primero, y de ahí al mundo, aunque en los despachos del Ministerio de Cultura llevaban 48 horas trabajando para detener una venta sobre la que aún persisten muchos enigmas. ¿Sabían los propietarios con qué contaban? ¿Y la casa de subastas? ¿Por qué salió con un precio realmente bajo, incluso “desautorizante”, en la jerga del sector, para una copia de época del pintor español? Fuentes cercanas a la familia indicaron este sábado a EL PAÍS que ellos “no sabían lo que tenían”. “Su único interés ahora mismo es dilucidar si es un caravaggio o no”.
Lo cierto es que, tan pronto como el 19 de marzo (al día siguiente de la publicación del catálogo), Ansorena permitió contemplar a expertos, alentados por informaciones intercambiadas en grupos de WhatsApp y llegados de varios países al Madrid de la pandemia, lo que luego no pudo ver Falomir. El goteo de visitantes se hizo incesante. En torno al 22, el marchante madrileño Nicolás Cortés deslizó una oferta por un millón y medio. Andrea Ciarioni, hijo de Giancarlo Ciaroni y codirector de la Galería Altomani de Milán, ofreció el 26 de marzo 600.000 euros y un informe del historiador Massimo Pulini en el que apuntaba a la autoría de Caravaggio. También propuso una reunión con la propiedad para ofrecerse a gestionar la atribución y hablar de la estrategia de venta. No recibió respuesta. “Dudo que la casa de subastas trasladara mi información a los dueños”, indica Ciaroni. Cortés asegura que otros dos coleccionistas italianos pujaron en esos días por tres y seis millones de euros.
Todos compartían modus operandi. Visto el catálogo y consultados los expertos, volaban discretamente a Madrid. Una obra mal atribuida, con un precio de salida irrisorio y aún sin protección legal, es decir, susceptible de ser sacada de España y de ser revendida cuantas veces haga falta, “es como si te toca el euromillón”, según una fuente del sector. Algunos trabajadores del Prado recuerdan la extrañeza de ver coincidir a tantas personalidades del gremio de visita en el museo en esos días.
“No tengo duda, ¡es un caravaggio!”María Cristina Terzaghi, especialista en el pintor
Jaime Mato, consejero delegado de Ansorena, dice que no se plantearon en firme todas las ofertas que recibieron antes de que, en torno al 6 de abril, decidieran parar la subasta. “Querían una línea telefónica para pujar el día que se celebrara”, asegura sin especificar la fecha exacta en la que se echaron atrás. Lo que sí reconoce es que, una vez paralizada la venta, llegaron pujas serias, como la de los anticuarios Robilant+Voena, que, en colaboración con el marchante italiano Fabrizio Moretti, la elevaron a más de 23 millones.
Voena y Moretti sí vieron el cuadro, aunque estuviera retirado. Según contó su socio Robilant a EL PAÍS, Ansorena tuvo con ellos esa deferencia. La misma suerte disfrutó María Cristina Terzaghi, una de las pocas especialistas del pintor milanés en el mundo. Llegó a Madrid uno o dos días antes de la subasta y soltó una frase reveladora: “No tengo duda, ¡es un caravaggio!”. La (casi) unanimidad es inaudita en un gremio poco gregario y habitualmente cauteloso con sus juicios. Una de las pocas voces discordantes es la del experto español en pintura barroca Benito Navarrete, que fue de los primeros en ver el lienzo. Lo hizo en dos ocasiones.
La protección que los pujadores preferían evitar llegó el 12 de abril, con el inicio del procedimiento de declaración de Bien de Interés Cultural por parte de la Comunidad de Madrid, después de que Cultura lo declarara inexportable el 7 de abril: no se puede vender sin advertir al Estado, que se reserva el derecho de tanteo por el precio que establezca la familia con un comprador, siempre que este resida en España. Ese nuevo régimen también implica una merma económica para los propietarios. Si finalmente es un caravaggio, los cálculos más generosos cifran su valor en una venta libre en el extranjero en torno a 150 millones de euros. En España, opinan los marchantes, podría quedarse en unos 30. “La verdad es que el expediente se redactó a la carrera, y tal vez pudo ser mejorable, porque hubo que hacerlo en un solo día”, explican fuentes de la Comunidad de Madrid.
Ese fin de semana y con el cuadro protegido, Falomir, María Dolores Jiménez Blanco, directora de Bellas Artes, y el secretario general de Cultura, Javier García Fernández, se reunieron en un señorial salón del ministerio con los representantes de Ansorena, que se negaron a compartir información, pero justificaron el precio de salida. “Luego suben en la puja. Yo he vendido cuadros de mi familia de temática religiosa, también de la escuela de Ribera con esos precios de salida”, dijo Jaime Mato. Expresaron, eso sí, que “sería un honor que el Prado estudiara la obra y la restaurara”, aunque finalmente la familia ha decidido otorgar esa tarea a un marchante privado. En una entrevista con este diario, Mato trató de justificar el viernes esa cifra aludiendo a “la prisa con la que hizo el primer análisis”, porque la publicación del catálogo se les echaba encima. Posteriormente, indicó, pensaban hacer “un estudio más exhaustivo”. “Suele pasar”, se excusó. Mato no quiso compartir ningún detalle de cómo se hizo la tasación de la obra o de la documentación que aportaron los dueños cuando se reunieron por primera vez con la casa de subastas. “Son temas confidenciales”.
La publicación de la resolución en el Boletín Oficial incorporaba un informe del Prado que veía “fundadas razones formales y documentales” de que se trata de un caravaggio. Había comenzado el plazo de 10 días para que la casa de subastas identificara a los propietarios. Al octavo, remitió la identidad de estos, que resultó ser la de tres hermanos de los Pérez de Castro, pertenecientes una familia de larga tradición artística y política dedicada a la docencia del diseño y la moda, dueños de una escuela en el Barrio de Salamanca.
Con el descubrimiento de sus nombres, un personaje secundario de la trama se colocó en el centro. Jorge Coll, dueño de la casa Colnaghi, con sedes en Londres, Nueva York, Venecia y Madrid, mostró desde el primer momento y en conversación con este diario el convencimiento de que acabaría siendo el elegido para llevar las riendas de la operación. Coll, que cuenta con la experiencia de venta de otros caravaggios, como un Judit y Holofernes descubierto en 2014 en un desván cerca de la ciudad francesa de Toulouse y liquidado en 2019 por un precio de entre 100 y 150 millones de euros, tiene la encomienda de analizar y restaurar el cuadro y de gestionar la venta, si esta llegara, aunque la Administración mantiene la última palabra. La familia, que se ha negado en repetidas ocasiones a hablar con EL PAÍS, también lo ha designado portavoz, como hizo saber en un escueto comunicado remitido por WhatsApp por la madre, Mercedes Méndez Atard, a un periodista de este diario que acudió a tocar en la noche del jueves la puerta de su casa, situada en un señorial edificio del barrio de Salamanca proyectado por el padre de esta, arquitecto del Valle de los Caídos.
Uno de los asuntos más paradójicos de esta novela en marcha es que lo que está protegido ahora mismo es una copia de la época de Ribera, no la posibilidad de un caravaggio. De confirmarse las hipótesis científicas más sólidas, este cuadro llegó a España en 1656 de manos del Virrey de Nápoles, apareció en un inventario de 1817 de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando atribuido al pintor milanés y fue objeto de una permuta por un alonso cano con el político de ojo ciertamente educado para las artes Evaristo Pérez de Castro, que atesoró una importante colección y es antepasado de los actuales propietarios. La familia, aparentemente, lo ha tenido en sus manos durante 198 años. Por qué han decidido venderlo precisamente ahora y a un precio tan aparentemente bajo ―repartido entre tres resulta aún más irrisorio― es otro de los grandes enigmas de esta historia.
Hasta que todo se aclare, queda al menos la certeza de la burocracia, que fija un plazo de 10 días para que se acuerde la primera visita al cuadro, que, como explicó Jorge Coll a este diario, se encuentra en un lugar que reúne las condiciones de seguridad y conservación necesarias, sin especificar la ubicación.
A esta primera visita acudirá un equipo formado por técnicos de la Comunidad, del Museo del Prado y, si fuera necesario, de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. El deseo de Cultura y, en un primer momento de Ansorena, es que la obra sea estudiada por los especialistas del Prado, pero al tratarse de una pintura de propiedad privada, los dueños ya han decidido que será el anticuario quien se encargue de estas tareas, que podrían durar años.
Los dueños quieren que Colnaghi se encargue de estudiar la obra y no el Museo del Prado
Los Pérez de Castro, eso sí, tienen la obligación de mantener una comunicación constante con la Comunidad de Madrid, la administración que declaró BIC la pintura por petición de Cultura. Si, como anunció Coll, quieren restaurar el cuadro, tendrán que presentar un proyecto al Gobierno regional, que tiene la potestad de autorizarlo o no. Si quieren venderlo, trasladarlo o exponerlo, también deberán advertir a las autoridades. El plazo que se ha dado la Administración llega hasta enero de 2022. Una fecha que puede retrasarse y que no tiene por qué coincidir con el momento en el que se concluya el estudio de atribución de la pieza. Como recuerdan todos los expertos consultados para este reportaje, pueden pasar hasta 100 años antes de conocer si Caravaggio pintó este eccehomo. Ahora ya se sabe que hay al menos unos plazos más largos que los de la Administración: los de la Historia del arte.
Jaime Mato: “Se ha descubierto un posible 'caravaggio' gracias a la gran difusión de nuestros catálogos”
Ansorena, que acaparó todos los titulares al principio, ha quedado en un segundo plano en este rocambolesco capítulo de la historia del arte, aunque Jaime Mato, consejero delegado de la casa de subastas, se atribuye al menos un mérito: “Se ha descubierto un posible cuadro de Caravaggio gracias a la gran difusión de nuestros catálogos en todo el mundo”. La decisión de la familia propietaria de sacar el cuadro, atribuido al círculo de Ribera, a través de la la firma madrileña, más conocida por su especialización en el mercado de las joyas y los muebles antiguos que por el negocio del arte, es otro de los extremos que más intrigan a los conocedores de los entresijos del mercado consultados por este diario, que opinan que hay otras casas más idóneas en la ciudad para dar salida a un tesoro de estas características.
Ya no existe ninguna relación contractual entre Ansorena y la familia Pérez de Castro, dueña del supuesto 'caravaggio'. Solo la buena voluntad de la casa de subastas por “colaborar en lo que necesiten”. La misma que Mato dice que mostraron cuando le sugirieron a los dueños el nombre de Jorge Coll: “Pensamos que era bueno que hubiera otra persona ajena a nosotros que pudiera aportar en el tema de estudio”. Sobre la venta de la obra, de la que podrían haberse llevado un 10%, Mato prefiere no hablar: “Eso es a muy largo plazo”.
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