El reguetón ganó las oposiciones al Primavera Sound
La actuación de J Balvin coronó la aproximación a la latinidad del festival
No parecía el Primavera Sound, antaño epicentro mundial de quienes vivían la música como una introspección que no tenía necesariamente por destino el baile. Pero lo era. Cantaba Kali Uchis Nuestro planeta, una de sus pocas piezas con acento latino, y sacudía las caderas la multitud, propulsada por la querencia de esta colombiana afincada en Estados Unidos a posar como si la el respetable fuese un fotógrafo de Playboy.
Más tarde siguió el baile con J Balvin, cuyo reguetón atrapó a ese público internacional (124 países envían personal al festival) que ya lo interioriza como un pasaporte a la fiesta; sonrisa esculpida en la cara y mirada en la pareja o en quien se desearía que lo fuera. Era una fiesta, la fiesta de un Primavera Sound muy carnal. Incluso artistas lejanas a esta estética, véase Solange, hicieron lo propio en la muestra definitiva de que el lenguaje corporal de la música latina está en plena expansión. Y el Primavera Sound en su última jornada acogió con acierto ese signo de los tiempos que corren.
En este sentido, cabe explicar la presencia y el éxito de J Balvin en la noche de la catalana Rosalía, otra muestra de latinidad que ofreció su recital a eso de las 22.00. El colombiano, con un show de estética infantil, caminó por un escenario con los músicos en los laterales sacudiendo latigazos bailables. Sonó por segunda vez en la noche Con altura, la canción que Balvin ha grabado junto a Rosalía. Parte del personal de seguridad, como había pasado la víspera con Ivy Queen, no perdía detalle de la actuación, incluso grabándolo con sus móviles en lo que se convirtió en una de las estampas del festival.
Sorprende el desparpajo de estos artistas; Balvin incorporó I Like It, de Cardi B, en la que colabora con Bad Bunny y allí estaban sus voces y dos muñecotes enormes que representaban a los artistas ausentes. El final apoteósico con Mi gente y confetis para bañar a tres multitudes evidenció que esta música ya se ha ganado un espacio en el festival. Mucho más tarde el boricua DJ Playero hacía un set reguetonero de libro en el escenario comisariado por el trapero español Yung Beef: era reguetón puro, sin las derivadas pop de Balvin. El gentío era notable, con nutrida presencia de latinos. Música efusiva y carnalidad, una dupla imbatible que viene amparada por la resurrección de los sonidos de raíz latina.
Y si el Primavera quiere ser alguien implantándose en Los Ángeles, ciudad con alma anglolatina en la que abrirá sucursal en 2020, habrá de mantener esta vigilia sobre esta nueva realidad musical. No es descabellado vincular la llegada del reguetón al festival con su próximo desembarco en California, donde el hecho diferencial del certamen puede ser su capilaridad con las nuevas músicas urbanas. Eso sin olvidar sus raíces, pues para aplacar a la guardia pretoriana del certamen ya se anunció que el año que viene Pavement hará dos únicos conciertos en el mundo, en Oporto y Barcelona, en el festival.
En sintonía con esa raíz clásica del Primavera, James Blake retornó al remanso introspectivo en el último concierto en la explanada de los escenarios principales. La capacidad que tiene Blake de aunar emotividad y maquinidad resulta asombrosa, con una música que se baila con el cerebro. Si con Balvin todo había sido colorido, gominolas, bailarines y burbujas, con Blake era blanco y negro, sensualidad posindustrial y contención. Centró su repertorio en su último trabajo, Assume Form, y dejó la noche encaminada hacia Richie Hawtin, que en la playa del Besós, con el telón titilante de la costa, despachó uno de esos sets quirúrgicos que domina. Tecno con bisturí que ofrecía en las pantallas las imágenes del propio Hawtin y sus manos manipulando instrumental. Cierre digital para una edición carnal.
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