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Muere Hebe Uhart, escritora de lo mínimo

Reconocida antes por sus pares que por el gran público, la mejor cuentista argentina abrió la literatura a los pequeños detalles

Federico Rivas Molina
La escritora argentina Hebe Uhart en Buenos Aires.
La escritora argentina Hebe Uhart en Buenos Aires.D. GENTINETTA

Uno de sus relatos más famosos se titula El budín esponjoso (1977) y dice así: “Yo quería hacer un budín esponjoso. No quería hacer galletitas porque les falta la tercera dimensión. Uno come galletitas y parece que les faltara alguna cosa”. Hebe Uhart, fallecida el jueves a los 81 años en Buenos Aires, fue una narradora de lo ínfimo, una espía de mirada fina que pasó por el mundo como en un constante viaje, refractaria a la fama y el narcisismo que, según ella misma decía, llevaba a sus colegas argentinos a escribir para impresionar. Cuando le recordaban que Rodolfo Fogwill proclamaba que era “la mejor escritora de la Argentina”, Uhart solía responder siempre con la misma frase: “¿Qué quiere decir eso? Nada”, y huía a la mirada de su interlocutor. Fue maestra de escritores, amada y respetada para todos aquellos que la consideraban casi un tesoro personal. La fama alcanzó a Uhart en sus últimos años de vida, cuando sus cuentos, novelas y relatos de viaje llegaron a las grandes editoriales.

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Uhart nació en Moreno, en las afueras de Buenos Aires, en 1936, y se mudó a la capital cuando tenía poco más de 20 años para estudiar Filosofía. Fue también maestra rural y, siempre, escritora. Desde que tenía memoria. A los nueve años, sin amigos para jugar, se sentaba para escribir entre lápices de colores. Luego fue su mirada aguda, oculta en unos pequeños ojos oscuros, la que la convirtió en espía de la realidad. Sus relatos de viaje son evidencia de ello. Era curiosa y buscaba los detalles en los pueblos pequeños, donde habla el barro y la gente esconde tras frases hechas sus luces y sus miserias. “Me siento en la plaza del pueblo y miró los comercios, los carteles de publicidad”, contó en una entrevista reciente. Se refería a los carteles de las pequeñas tiendas, esas que conocen muy bien a los clientes a los que debe convencer. A partir de allí, Uhart creaba un mundo.

"Su escritura es tan simple que por momentos parece infantil. Pero de simpleza en simpleza uno penetra en honduras y laberintos donde solo se puede avanzar si se participa de la magia de ese nuevo mundo. Ni aclara, ni completa una realidad conocida. Revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única, distinta", escribió sobre ella Haroldo Conti, autor del prólogo de su libro La gente de la casa rosa (1972). Era la “mirada Uhart”. Así, recorrió la Patagonia, decenas de pueblos pequeños de Buenos Aires, Córdoba y otros muchos lugares ocultos. En una charla con la escritora argentina Mariana Enríquez, publicada en la revista Anfibia, recordó su pasión por los animales, punto de encuentro obligado con los habitantes de esas zonas rurales que tanto exploraba con sobrevuelo anónimo. “Para variar, le pedí que me hablara de las costumbres de los animales. Me dijo: el caballo es mejor guardián que el perro, yo tenía uno que con el hocico me abría la tranquera, al caballo hay que saber palenquearlo. Uno ve a un caballo de frente y es un cristiano”, contó.

La muerte de la escritora encontró a Enríquez en la presentación en Buenos Aires del libro Kentukis, la última novela de su compatriota Samanta Schweblin. "Hebe Uhart fue una maestra de escritoras”, resumió. A su turno, Schweblin dijo que la conoció en una mesa organizada por el centro cultural San Martín. Uhart habló última, cuando el público estaba casi dormido de escuchar a los escritores hablar de su vida. Y les dio un cachetazo en el rostro. "Les voy a contar un sueño. Soñé que cogía con Maradona", dijo, y comenzó a relatar ese sueño.

Uhart publicó la mayor parte de su obra en pequeñas editoriales. Incluso hasta no hace muchos años, sus libros se conseguían en mesas de saldo de la calle Corrientes. Admirada en el ambiente, su consagración llegó hacia el final de su vida. Recibió dos Premios Konex, uno de la Fundación El Libro y otro del Fondo Nacional de las Artes, en 2015. Cuando llegaron los premios su luz llamó la atención de Alfaguara, que publicó sus Relatos reunidos. En los últimos años se había convertido  en una autora fija en el catálogo del sello Adriana Hidalgo, que en los próximos meses reunirá en tres tomos sus novelas, cuentos y crónicas. La fama no la alejó de su pequeño piso en Almagro, un barrio de clase media donde daba sus talleres y solía recibir amigos. El año pasado fue galardonada en Chile con el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas. Cuando le tocó agradecer al jurado, leyó un texto que fue también una declaración de principios. “Pienso y siempre pensé que la conciencia de la propia importancia conspira contra la posibilidad de escribir bien, más aún, pienso que la hipertrofia del rol le juega en contra a un escritor y a cualquier artista. Cuando veo que alguien hace gala de su rol, sospecho que no escribe bien”, dijo. Se mantuvo fiel a sus palabras hasta el último día, como habitante de fronteras.

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Sobre la firma

Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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