Arte escondido en lo cotidiano
Hebe Uhart se confirma como una de las grandes en español con su libro más autobiográfico
Hace unas semanas, con motivo de la publicación en Argentina de su último libro, De Patagonia a México (que Adriana Hidalgo traerá a España en 2016), Hebe Uhart declaraba: “Estoy viajando mucho porque se me agotó la ficción. Me cansé de escribir cuentos o crónicas de vida cotidiana”.
Puede que este agotamiento hiciera referencia a su último libro de “cuentos y crónicas de vida cotidiana”, aparecido en Argentina en 2013, pero cuya edición española publica ahora Alfaguara. Pero desde luego el lector no encontrará en Un día cualquiera a nadie cansado de los recursos que han dado cuerpo a su obra, sino (digámoslo ya) a una escritora en la plenitud de su maestría.
Un día cualquiera lo cruzan dos fuerzas que definen bien a Uhart: cuentos de apariencia leve, pero duros bajo la superficie y concentrados en momentos de aprendizaje, y un tipo de crónica “instantánea”, zigzagueante, que se deja sorprender por las posibles ficciones que anidan en lo cotidiano. De hecho, puede considerarse su libro más autobiográfico y, casi, a su modo interrumpido y disimulado, pero siempre orgánico, una novela de formación.
En especial los primeros relatos del libro, que narran en primera persona la infancia en Moreno de alguien que podemos confundir con la propia Hebe, nacida en Moreno, provincia de Buenos Aires, en 1936. Aunque cualquier autobiografía es siempre el ejercicio de dar forma a una experiencia, una ficción, y en el caso de Uhart se hace evidente aquello de que el autor es un producto del texto.
Ya sea a propósito de una canción escuchada en la infancia sin comprender la letra, observando a los vecinos de un barrio semiurbano o en el primer viaje largo en tren, Uhart despliega su humor desprovisto de teatralidad, su habilidad para manejar la ingenuidad de la voz narradora con la crudeza de las historias y su cercanía por los personajes excéntricos. Su imaginación trabaja bien con estos “raros” familiares. Cuando la narradora parece perder pie, un vecino o un familiar y sus tramas potenciales la devuelven al mundo. Estas narradoras viven en la contradicción entre su propia extrañeza y la normalidad de los otros, su evidencia, aunque el lector participe de la sospecha de que se engañan, los demás son aún más extraños… Y es en el vuelo de los finales, del cierre de cada relato, donde el juego antes sugerido entre la ingenuidad de quien cuenta la historia y la lucidez de quien las inventa en la sombra se convierte en gran literatura.
Uhart pertenece a un tipo de escritor: los humoristas menores. Kafka, Walser, Genazino… Debemos entender esto como una alergia a los gestos pomposos y una voluntaria marginalidad de la mirada que le permite “desfulanizar”, como dice la narradora de uno de estos cuentos; es decir, denudar a los personajes de su rol en las convenciones de la sociedad. A su vez, esta pretensión es el mejor espejo de otra historia que sobrevuela Un día cualquiera: los efectos del peronismo, los exilios europeos, la especulación inmobiliaria y el paso del campo al suburbio.
No deja, pues, de ser un proyecto irónico. El espacio de Uhart no es el de la pureza de un desenmascaramiento total, que sólo existe en el pensamiento, sino la comprensión de cuántos ángulos hay en juego en eso que llamamos realidad, incluyendo la mentira y la idiotez. Su ironía es un órgano de comprensión.
Las dos piezas centrales de Un día cualquiera parecen salirse del esquema autobiográfico, en especial ‘Historia de una venta’. El estudio de un local de bebidas y de las tensiones de la familia que lo regenta, una poética de los excéntricos y relegados, tanto lugares como personas, es uno de los mejores relatos de la autora. Y dos ideas refuerzan la pertinencia del relato en este libro: la más superficial, su conexión con un relato recuperado de un libro anterior, Turismo urbano, aparecido en Turistas (Adriana Hidalgo, 2008), que la autora reincorpora aquí como bisagra propiciadora de la lectura autobiográfica: la tía loca que le hablaba al perro de porcelana del comedor, y se repite en los dos relatos. La coherencia más profunda se debe a un recurso propio de las novelas de aprendizaje: la aparición del tiempo, de la temporalidad a través del excurso, de la digresión.
Los últimos textos de Un día cualquiera son crónicas de carácter más leve, casi como aquella escritura de café que soñaron los vieneses de comienzos del siglo XX: esbozos incisivos, empáticos y exactos escritos en un bar o en una peluquería, durante una reunión de exfumadores o en una visita al zoo. En ellos aparece una narradora permeable a las ficciones, y algo de esa atención forma parte de un estilo tardío, de madurez. Por ejemplo, en el hermoso relato que cierra el libro y le da título. La narradora, ya mayor, demora su paso (“yo dos metros más adelante, con ganas de darme la vuelta”) en cada momento en que un hilo o una trama parecen surgir de la vida. “Ahora es como si todo fuera importante e irrelevante a la vez”, escribe. En el relato, autobiográfico o no, en la nota de café o la crónica viajera, cada frase de Hebe Uhart es una lección de cercanía y la evidencia de que es una de las mejores escritoras de nuestro idioma.
Un día cualquiera. Hebe Uhart. Alfaguara. Madrid, 2015. 176 páginas. 16,90 euros.
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