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Altamira: dos informes, muchas dudas

Polémica científica entre dos equipos de investigación sobre la relación entre las visitas y el deterioro de las pinturas

Guillermo Altares
Rodaje del documental El maestro en Altamira en el interior de la cueva.
Rodaje del documental El maestro en Altamira en el interior de la cueva.josé luis lópez linares

La apertura parcial de la cueva de Altamira ha generado una intensa polémica entre los científicos que mantienen que las visitas pueden dañar las pinturas y los que defienden que su deterioro es natural, independientemente de que esté abierta o no. El Ministerio de Cultura tiene sobre la mesa dos informes contradictorios: el primero, concluido por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en 2012, concluye que abrir la cueva representa un peligro; el segundo, elaborado por un equipo dirigido por el experto en conservación Gael de Guichen, y acabado en septiembre, asegura que las visitas, que se retomaron en febrero tras 12 años de cierre, no afectan a las pinturas. Ninguno de los dos informes han sido hechos públicos en su integridad hasta el momento, aunque fuentes de Cultura indicaron ayer que iban a ser difundidos en los próximos meses.

Dado que la cueva de Altamira es Patrimonio de la Humanidad, la Unesco acaba de pedir información al Ministerio de Cultura, concretamente a la Dirección de Protección del Patrimonio Histórico, sobre si existe un plan para abrir la cueva de nuevo a visitas. Justo el pasado 13 de octubre, el Comité del Patrimonio Mundial de la Unesco publicó su informe bianual sobre Altamira. El documento asegura que la conservación es “muy positiva” y que la integridad del lugar está “intacta”. Sin embargo, en el punto en el que enumera los factores que pueden afectar al patrimonio, el organismo internacional señala: “Las visitas representan un factor de riesgo porque pueden cambiar los parámetros ambientales”.

Equipos del CSIC monitorizaron la cueva en diferentes periodos entre 1996 y 2012. Hasta 2002, los estudios se realizaron con visitas y analizaron el efecto de 900 grupos de cinco personas. Durante los últimos años, las investigaciones se llevaron a cabo por convenios con el Ministerio de Cultura. Sus resultados se conocieron en octubre de 2011 a través de la revista Science y dejaron claro que las visitas eran nocivas. Los coordinadores de la investigación del Consejo, Sergio Sánchez-Moral y Cesáreo Saiz-Jiménez, aseguran que no pueden dar a conocer los resultados de su trabajo hasta que lo haga Cultura, pero confirman que tanto el artículo de Science, titulado Arte del paleolítico en peligro: ciencia y política chocan en Altamira, como un texto del libro The conservation of Subterranean Cultural Heritage, que será publicado en breve en el Reino Unido, recogen sus principales hallazgos.

El 'mal verde' de Lascaux

Para los investigadores que se pronuncian contra la apertura, el modelo que debe estudiarse es lo ocurrido en la cueva francesa de Lascaux. Genevieve Pinçon, directora del Centro Nacional de la Prehistoria y responsable de esta cueva y de Chauvet –que nunca ha estado abierta al público y donde transcurre el documental La cueva de los sueños olvidados–, explica: "Lascaux cerró porque en las cuevas con pinturas hay dos peligros: la presencia humana y las filtraciones de agua más o menos cargadas de materiales orgánicos y de microorganismos. Fue cerrada porque padeció un exceso de visitantes. Para asegurar las condiciones óptimas de la visita, se instalaron luces, lo que provocó la aparición de algas llamadas 'el mal verde'. Desde su cierre, se ha realizado un control muy preciso. Actualmente las pinturas no están amenazadas". "La experiencia de Lascaux puede servir para la gestión de todas las cuevas con pinturas", asegura por su parte Noël Coye, prehistoriador francés, experto en esta cueva. "Las crisis climáticas que padeció desde los años sesenta y las respuestas han sentado las bases de la gestión de una cueva decorada".

El francés Jean Clottes, uno de los más conocidos prehistoriadores del mundo, precisa que hay una gran diferencia entre “abierta al público, que significa numerosas visitas, lo que es imposible por razones de conservación” y “que haya algunas visitas con unas pocas personas”. Clottes pone como ejemplo que en Lascaux, hasta el año 2000, entraban cinco personas al día, durante 40 minutos, y sólo durante algunos periodos al año. Eso sí, como otros investigadores consultados, este prehistoriador considera que “la conservación tiene que ser la prioridad”.

Sus conclusiones son claras: no se debe abrir la cueva porque, entre otros motivos, el mayor peligro para las pinturas son unos microrganismos fotótrofos, esto es, que se alimentan y activan con la luz. Son los mismos que estuvieron a punto de destruir las pinturas de la cueva francesa de Lascaux en los sesenta. “Algunas de las pinturas rojas del techo están ya parcialmente cubiertas por colonias bacterianas blancas y su progreso parece claro. Por otra parte los hongos invaden el aire de la cueva, encontrándose las concentraciones máximas en la sala de policromos. Es decir, cualquier umbral de riesgo ya se ha superado”, explican.

Sánchez-Moral, investigador del CSIC en el Departamento de Geología del Museo Nacional de Ciencias Naturales, y Saiz-Jiménez, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas dentro del Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Sevilla, explican que “el cierre de la cueva en septiembre de 2002 se decidió tras un informe nuestro en el que se recomendaba cerrar y eliminar totalmente la luz porque el techo de polícromos estaba colonizado por organismos fotótrofos”. “Habían surgido por la intensa iluminación que recibía debido a las visitas diarias y especialmente a los trabajos de fotografiado que se hicieron durante la preparación de la réplica (algas verdes y cianobacterias)”, prosiguen. “Cuando nos fuimos y retiramos nuestros equipos en septiembre de 2012, esos organismos habían disminuido pero seguían allí y su reactivación es prácticamente segura si el techo se ilumina. Son microorganismos que pueden resistir mucho tiempo sin luz y reactivarse rápidamente tras recibir pequeñas dosis de iluminación”, agrega.

Poco después de conocerse estos datos, en diciembre de 2011, el director de Altamira, José Antonio Lasheras, dijo a la agencia Efe: “El cierre absoluto de un bien patrimonial tiene algo de fracaso”. Apenas ocho meses después, en agosto de 2012, el Ministerio de Cultura puso en marcha una nueva investigación llamada Programa de Investigación para la Conservación Preventiva y Régimen de Acceso de la Cueva de Altamira bajo la dirección de De Guichen. Alfonso Muñoz, director del Instituto del Patrimonio Cultural de España, explica este segundo encargo “porque el trabajo del CSIC estaba muy centrado en la microbiología y era necesaria una investigación global”.

El informe del equipo dirigido por Gael de Guichen llega a conclusiones contrarias según refleja un resumen difundido por el Ministerio de Cultura y las declaraciones del propio investigador. Según los hallazgos de este equipo, formado por cerca de 50 personas, los mayores peligros para la cueva son naturales y no tienen que ver con la presencia humana. Durante el periodo de estudio, se ha llevado a cabo un proyecto experimental de visitas e incluso se ha rodado un documental, El maestro en Altamira, dirigido por José Luis López Linares. El segundo informe mantiene que “los procesos de pérdida de pigmento están relacionados con varios factores: el caudal de infiltración y condensación, composición del agua, relieve del soporte y relación con la red de fracturas”. “No se ha detectado ninguna relación evidente causa-efecto entre la presencia de investigadores y visitantes en la Sala de Polícromos y la pérdida de pigmento”, señala el resumen difundido por el Ministerio de Cultura.

“Los errores en la iluminación provocaron el cierre de la cueva en 2002”, explica José Antonio Lasheras, director de Altamira desde 1991, quien señala que actualmente las visitas experimentales, de cinco personas y un guía, se realizan con linternas y que durante el rodaje del documental se reguló la luz. “La gestión del patrimonio tiene por misión ordenar su conservación y uso adecuados, y puede que lo considerado antes adecuado no lo sea ahora, y al revés. Propuse cerrar la cueva en 2002 y asumo el actual régimen de vista pública. Desde que se creóel Museo de Altamira, los cierres han sido temporales y las aperturas al público supeditadas al control del estado de conservación”, agrega Lasheras. Durante los últimos años, en diferentes declaraciones a la prensa, Lasheras se ha mostrado partidario de que la cueva reciba visitas.

El investigador Lawrence Guy Straus, catedrático del Departamento de Prehistoria de la Universidad de Nuevo México y director del Journal of Anthropological Research, que recibió en 2012 un homenaje de la Sociedad de Prehistoria de Cantabria y no ha participado en ninguno de los dos informes, afirma que “sobre Altamira hay siempre polémica por las visitas y los cierres”. “No creo que sea conveniente para la conservación de la cueva abrirla al público. Es una herencia única que tiene más de 14.000 años. Cuanto más se hable de abrir y más se abra, más presión pública habrá para abrir más y más. Hay que aprender de las lecciones del pasado. Las cuevas con arte paleolítico son muy frágiles y hay que ser muy conservadores en su gestión. Por esto hay una excelente replica de Altamira”.

Preguntado sobre si se han producido presiones políticas para reabrir la cueva, Oscar Moro Abadía, cántabro y actualmente profesor de Arqueología en la Memorial University of Newfoundland, responde: “Sin duda”. “Hay que que tener en cuenta que Altamira tiene un enorme valor simbólico para una región como Cantabria. Resumiendo mucho, después de convertirse en un símbolo nacional, Altamira pasó a ser uno de los símbolos fundamentales en el proceso de construcción de la autonomía”.

Cuando empezó el programa de visitas experimentales, dos científicos del CSIC, Juan Manuel Vicent y María Isabel Martínez Navarrete, y la catedrática de Prehistoria de la Complutense, Teresa Chapa Brunet, reclamaron en una carta abierta que “si existen dudas, sería deseable que se resolvieran bajo las garantías de concurrencia pública, evaluación por pares e independencia”. En otras palabras, que se difundan los informes íntegros y se organice una comisión internacional independiente para decidir sobre el futuro de Altamira. El profesor Moro Abadía explica en el mismo sentido: “Aunque parezca paradójico, no es extraño encontrar posiciones científicas respetables que son aparentemente contradictorias con respecto a la reapertura de Altamira. La solución podría estribar en que el Ministerio de Cultura crease una comisión de expertos nacionales e internacionales que encargase los informes correspondientes y que emitiese un veredicto científico que fuese vinculante para la acción política”.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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