Vega Sicilia, bebiendo leyenda
El vino español de mayor prestigio mundial, sinónimo de exclusividad y favorito de personajes como Winston Churchill o Julio Iglesias, festeja sus 150 años
Cierre la puerta, baje la luz. Que ningún eco del mundanal ruido o ningún aroma del vulgar mundo perturbe esta experiencia única. La asepsia es bienvenida. Ponga, como mucho, a Bach. Respire hondo. Y aspire. Acerque la copa a sus labios, mire, olisquee, déjese embriagar por el poder de unos taninos sabiamente atemperados por la madera y el paso del tiempo, sorba un fulgor de leyenda, un algo consistente en un puñetazo de seda, si eso existe. Elegancia y poderío, terciopelo y plomo: claroscuros, clasicismo y aledaños de perfección. Estalla la pregunta pendiente desde la noche de los tiempos: ¿existe un vino redondo, entendiendo por esto la ausencia definitiva de mácula o duda? Quieran los dioses y quiera Baco que no. Pero este se le acerca.
Los grandes vinos de Vega Sicilia llevan siglo y medio explicando a sus afortunados bebedores los porqués del mito, un mito de la enología española, de la enología a secas.
Hay que respetar la personalidad del vino, sea cual sea la técnica” (Pablo Álvarez)
Quede claro que, dependiendo de las añadas, los sorbos de la leyenda salen a cosa de entre 180 y 220 euros la botella para el Vega Sicilia Único —verdadero emblema de la bodega— y a unos 90/100 la de Valbuena 5º año… lo que paradójicamente no deja de ser una metáfora de lo que supone ser amante del buen vino en España: un privilegio, si se cruzan variedad, calidad media y precio.
Nadie lo dude: si se establecen comparaciones, siempre odiosas pero reales como la vida misma, con geografías vitivinícolas como Francia, Italia, Estados Unidos, Suiza o Alemania, queda claro que beber buen vino en España es barato. Y que, si de tintos hablamos, y siempre respetando los abismos entre añadas, hay no pocos saint-emilions, pessac-leognans, beaunes, napas, barolos y sassicaias cuya relación calidad-precio no tiene nada que envidiar, en el mejor de los casos, a la de un Valbuena. Un vino elegante a la vez que rotundo, con toda la personalidad de los riberas, con la estructura de los grandes burdeos y la bruta poesía de los recónditos, complejos, incomparables borgoñas. Por cierto, léase, en este punto, al siempre imprescindible Álvaro Cunqueiro (un consejo que el triple amante de la lectura, la comida y la bebida no olvidará: no se pierdan su libro La cocina cristiana de Occidente) y paladéense sus digresiones en torno a los pluscuamperfectos gevrey-chambertins.
En Vega Sicilia todo empezó un buen año de 1864, cuando el empresario vasco Eloy Lecanda —que había heredado la finca de su padre, Toribio Lecanda— fundó en Valbuena de Duero (Valladolid) las bodegas Vega Sicilia. Hoy son en total 985 hectáreas situadas a 15 kilómetros de la localidad de Peñafiel y a 41 de Valladolid, y que abarcan también el término municipal de Quintanilla de Onésimo. A Eloy Lecanda se le debe lo que podríamos llamar el chispazo Vega Sicilia. Fue él, visionario en un mundo enológico entonces anclado en la edad de piedra, quien decidió plantar nuevos tipos de vides, como cabernet sauvignon, malbec y pinot noir.
Pero fueron auténticos pioneros de la enología moderna española como Txomin Garramiola primero, a partir de 1905, y Jesús Anadón después (este, durante cerca de 40 años) quienes forjaron de verdad lo que se iba a convertir años después en el Rolls-Royce de los vinos españoles y unos de los más prestigiosos en el mundo: 1915 es el año en el que nacen los vinos Vega Sicilia y Valbuena, siguiendo la pauta de lo que hasta entonces estaban haciendo los grandes bodegueros riojanos: vinos de envejecimiento largo en barrica de madera.
“El bueno de Jesús Anadón solía decir que no sabía en qué consistía, pero que algo pasaba aquí, que no sabía bien qué era, el clima, el suelo, la cepa, pero que había algo que hacía distintos a estos vinos”, explica el hoy consejero delegado de Vega Sicilia, Pablo Álvarez, que apunta la clave del éxito continuado: “Respetar la personalidad del vino que haces, sea cual sea la técnica utilizada”.
La familia Álvarez se hizo con la propiedad de la finca, viñedos, edificios y vino de Vega Sicilia en 1982… en un golpe de mano que puede considerarse como casi de rebote. En un principio su intención no era la de hacerse con la marca, sino la de mediar entre el propietario, un millonario venezolano de nombre Neumann, y grupos financieros ingleses y suizos que suspiraban por la compra. Pero David Álvarez, patriarca y propietario del grupo empresarial El Enebro S.A., rectificó el tiro sobre la marcha y acabó quedándose con Vega Sicilia. Seiscientos millones de pesetas de la época (algo más de tres millones y medio de euros de hoy) tuvieron la culpa.
Como no todo es felicidad y armonía en la historia de los grandes éxitos empresariales, los Álvarez se encuentran ahora mismo inmersos en una pelea familiar que recuerda mucho a sagas televisivas de inolvidable bouquet como Falcon Crest o Gran Reserva, donde los malos eran malísimos y los buenos no tan buenos. Por un lado David Álvarez, el padre, y dos de los hijos, María José y Jesús David. Frente a ellos, el resto de la descendencia: Elvira, Marta, Emilio, Juan Carlos y Pablo. En el tablero de juego, el control del grupo Eulen y el de El Enebro S.A., propietario de la bodega. “Son temas desagradables, y este no lleva camino de arreglarse, pero esto ocurre en muchas familias, lo que pasa es que como somos conocidos, pues se habla más de ello”, comenta Pablo Álvarez.
Nada de esto ha impedido que él y sus hermanos hayan celebrado hace poco por todo lo alto el 150º aniversario de la bodega Vega Sicilia. Lo hicieron en las propias bodegas de Valbuena de Duero, apabullando con un celestial casting de vinos y añadas a los casi mil invitados repartidos en dos cenas consecutivas, preparadas por Juan Mari Arzak y Joan Roca y a las que asistieron los propietarios de vinos legendarios como Château Yquem, Gaja, Cheval Blanc, Mouton Rothschild, Osborne o Marqués de Murrieta.
“Vega Sicilia es un mito, pero es incomprensible que en España no haya cuatro o cinco vegasicilias, como ocurre, por ejemplo, en Francia”, lamenta el consejero delegado de la gran marca. Que no duda en designar a su hijo pródigo: “Siempre quieres al que más problemas te ha dado. Bueno, yo me quedo con un Vega Sicilia Único del 99, un vino maravilloso quizá por eso, porque lo sufrimos mucho, pero también podría elegir el del 94, que es excepcional”.
No más de 330.000 botellas salen cada año de las bodegas Vega Sicilia, y de ellas no más de 130.000 son del emblema de la casa, el Único. La exclusividad exige límites. La venta directa se dirige a una lista cerrada de clientes (no más de 4.500), y cada cliente tiene un cupo. Entre ellos figuró ayer Winston Churchill y figura hoy Julio Iglesias. A veces la demanda multiplica por diez la oferta. Si un año la cosecha no es de primera, no hay vino. Solo vale la excelencia. Es el precio de la leyenda.
Los otros vinos
Vega Sicilia no sólo comercializa Vega Sicilia Único, Reserva Especial (un cruce de añadas) y Valbuena 5º año, auténticos emblemas de la casa.Alión (denominación de origen Ribera del Duero), Pintia (Toro), Oremus (Tokaj, vino dulce húngaro) y Macán (Rioja, en colaboración con Rotschild) son sus otras marcas.
Babelia
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