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¿Qué ha hecho Pompeya por nosotros?

Con el paso del tiempo, la fascinación por la ciudad enterrada por el Vesubio no cesa. El Museo Británico inaugura el jueves una gran exposición sobre la vida cotidiana en la urbe.

Guillermo Altares
Las ruinas de Pompeya.
Las ruinas de Pompeya.Eric Vandeville (CONTACTO)

Un equipo de arqueólogos de la Universidad de Cincinnati lleva casi una década excavando dos manzanas de viviendas (insulae) aparentemente anodinas, situadas en el sur de Pompeya, a pocos metros de la puerta Stabia y junto a alguno de los lugares más conocidos de la ciudad: los cuarteles de los gladiadores y los dos teatros, así como una zona de templos y un foro. La idea de estos investigadores es, como señala la memoria del proyecto, “tratar de entender cómo se desarrollaron estos edificios a lo largo del tiempo y cómo las familias que vivían en ellos respondían a los cambios económicos, sociales y culturales de su entorno”. En otras palabras, el objetivo es dilucidar cómo vivían los habitantes normales y corrientes de Pompeya, alejados de los mitos que siempre se ciernen sobre nuestra visión del mundo romano. Se trata de una calle de clase media o baja, con viviendas modestas, comercios, algunas tabernas y pequeñas industrias, dedicadas a salar pescado o quizás a producir la salsa romana llamada garum, una mezcla poco apetecible para los paladares contemporáneos a base de vísceras de pescado fermentadas, que debía de producir un olor intenso (por decirlo con delicadeza), y uno de los pocos motivos por los que Pompeya era conocida en la antigüedad.

Una mañana de principios del pasado enero, con las excavaciones detenidas por el invierno y el yacimiento cubierto por los yerbajos, Pompeya ofrecía un aspecto más decadente de lo habitual. De este rincón parecía difícil extraer algo que no fuesen escombros. Sin embargo, Steven Ellis, uno de los responsables del Proyecto Porta Stabia, despejaba rápidamente las dudas sobre la inmensa cantidad de información que puede ofrecer cualquier rincón de la ciudad enterrada por la erupción del Vesubio en el año 79 de nuestra era. El examen de la basura, por ejemplo, permitía determinar a qué taberna le iba mal y a cuál bien. Y acabó por ofrecer una increíble sorpresa: en la última campaña de excavaciones apareció un hueso de jirafa. Lo que quiere decir que alguien comió tan exótico plato en Pompeya. “La investigación del ADN de la jirafa nos permitirá determinar a qué subespecie pertenecía y quizás podremos saber de dónde viene. Eso nos dará una increíble información sobre las rutas del comercio en la época romana”, explicaba Ellis durante la visita a la excavación. Existen evidencias de la presencia de animales exóticos en el Imperio romano —en Pompeya ha aparecido también el esqueleto de un mono, aunque los espectáculos circenses se realizaban allí con bestias locales, como osos o toros—, pero los arqueólogos no han sido capaces de determinar cómo eran transportados hasta la península italiana.

Pompeya y Herculano, la otra ciudad importante enterrada por el Vesubio en el golfo de Nápoles, en el sur de Italia, plantean una mezcla de preguntas y respuestas, de datos y misterios. Se mantienen a lo largo de las décadas como la mayor fuente de información sobre la antigua Roma y nunca han parado de ofrecer hallazgos: las termas mejor conservadas del mundo se terminaron de desenterrar en los años ochenta, al igual que los cadáveres de trescientas víctimas de la erupción, en lo que fue la playa de Herculano, que se han convertido en una mina de información (la imagen del esqueleto de una mujer con dos anillos de oro intactos en su dedo fue portada de National Geographic el 5 de abril de 1983). “Más que preguntarse si Pompeya ha cambiado la forma en que vemos el mundo romano, creo que lo correcto sería afirmar que ha forjado la forma en la que lo vemos. Quizás sea porque es el único lugar en que podemos estudiar la vida a pie de calle”, explica Mary Beard, profesora de Clásicas en la Universidad de Cambridge y una de las mayores expertas mundiales en Pompeya. Su ensayo sobre la ciudad enterrada, Pompeya. Historia y leyenda de una ciudad romana, es considerado una referencia sobre el tema, mientras que sus documentales para la BBC y su blog, A Don’s life, la han convertido en una celebridad global (eso y sus peleas con los trolls en Internet, que han tenido tanta repercusión que han llevado a The New York Times a dedicarle un perfil recientemente).

En estos días coinciden exposiciones sobre Pompeya en tres lugares tan distantes como Madrid, Cleveland y Londres. La exposición española, Pompeya. Catástrofe bajo el Vesubio es un recorrido por el desastre con algunas piezas originales, mientras que el Cleveland Museum of Art alberga una muestra, The last days of Pompeii: decadence, Apocalypse, Resurection, que antes estuvo en el Museo Getty de Los Ángeles, sobre la obsesión contemporánea por la ciudad, con obras que van desde Piranesi hasta Warhol o Rothko. La exposición en el Museo Británico, que se inaugura el próximo jueves y de la que ya se han vendido 34.000 entradas por adelantado, ha sido calificada por The Guardian “como una de las más importantes muestras arqueológicas en décadas”. Esta muestra, cuyo comisario es el jefe de antigüedades romanas del British, Paul Roberts, pretende trazar la vida cotidiana de las ciudades destruidas a través de cientos de objetos, muchos de ellos nunca exhibidos, ni siquiera en Italia, y otros recientemente descubiertos. Pompeya tampoco abandona nunca los titulares, aunque más por sus enormes problemas de conservación (en febrero, además, la justicia italiana abrió una investigación contra dos gestores de la zona arqueológica por malversación de fondos), que por nuevos hallazgos. 

Desde que comenzaron las excavaciones en el siglo XVIII, pocos yacimientos han despertado tanta fascinación, fuera de hitos como la tumba de Tutankamón, en 1922. Aunque la ciudad fue descubierta en 1592 por el arquitecto italiano Domenico Fontana durante la construcción de un canal, hubo que esperar casi dos siglos para que comenzase a ser desenterrada en 1748, por orden de Carlos III. Actualmente recibe más turistas que ningún otro monumento en Italia: dos millones cada año. Mary Beard relata que Mozart visitó en 1769 el Templo de Isis, uno de los primeros en ser descubiertos y seguramente el más bello de la ciudad, y que le inspiró para su Flauta Mágica. Los últimos días de Pompeya, la novela clásica de Edward Bulwer-Lytton, no ha cesado de reimprimirse desde su publicación en 1834. Su éxito multiplicó los visitantes ilustres fascinados por Roma y, sobre todo, por los cuerpos de las víctimas, moldeados en yeso gracias al ingenio de Giuseppe Fiorelli, el más influyente director de las excavaciones, que tuvo la idea de utilizar como molde el hueco que habían dejado los cadáveres al descomponerse atrapados entre los escombros volcánicos (el primer cuerpo se extrajo el 3 de febrero de 1863). Además de su enorme valor científico, las ciudades enterradas por el Vesubio han sido una fuente de inspiración literaria, desde Théophile Gautier hasta Primo Levi, Robert Harris o Pascal Quignard. En el bellísimo filme Te querré siempre (lamentable adaptación del original El viaje por Italia), una obra maestra de Roberto Rosselini sobre la tristeza y la soledad de una pareja a punto de separarse, George Sanders e Ingrid Bergman descubren hasta qué punto su amor ha desaparecido cuando contemplan la recuperación de dos víctimas de la erupción, una mujer y un hombre.

“La fascinación nace porque tenemos la sensación de viajar en el tiempo (aunque obviamente no lo hacemos)”, explica Mary Beard en una conversación por correo electrónico. “También porque nos encontramos cara a cara con gente que vivió en la antigüedad. Allí la pregunta sobre si los romanos eran como nosotros cobra más sentido que en ningún otro lugar. Y, como le ocurre a los personajes de la película de Rosselini, también nos enfrentamos a la cuestión de si tienen algo que enseñarnos”, prosigue la profesora. “Las calles están tan bien conservadas que da la impresión de que se trata de un viaje a la antigüedad”, aseguran Jackie y Bob Dunn que, desde Busselton, en Australia Occidental, mantienen la página web de referencia para los arqueólogos sobre la ciudad, pompeiiinpictures.org, donde han logrado recopilar fotografías que reconstruyen toda Pompeya, casa a casa, calle a calle. “La destrucción de la ciudad se produjo de manera tan repentina y brutal que los visitantes sienten siempre la amenazadora presencia del Vesubio”, agregan.

La novela de Bulwer-Lytton ha marcado la forma en que Pompeya ha sido vista y, por extensión, todo el mundo romano: un lugar de lujo y depravación, donde los cristianos eran lanzados a las fieras en medio del júbilo del populacho. Solo acaban salvándose de la destrucción aquellos que abrazan la fe verdadera. Los conocimientos arqueológicos de Bulwer-Lytton eran amplios; pero su visión de Roma estaba muy desenfocada por sus anclados prejuicios sobre una sociedad, violenta, brutal, sin duda, pero a la vez extraordinariamente cercana. Lo que nos separa de su pensamiento es lo que nos acerca a Pompeya. El escritor victoriano explica en el prólogo de su novela que es mucho más fácil escribir sobre la Edad Media —“hay natural simpatía entre nosotros y los hombres de los tiempos feudales”— que sobre Roma —“no tenemos asociación alguna doméstica y familiar con los siglos clásicos”—. Sin embargo, lo que Pompeya y Herculano nos ofrecen es una respuesta arqueológica a la ineludible pregunta de los Monty Python en La vida de Brian: “Bueno, pero aparte del alcantarillado [aunque en Pompeya, concretamente, no había], la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?”. Pompeya responde a esta pregunta como ningún otro lugar. “Estas ciudades nos alejan de figuras distantes, los típicos romanos del imaginario popular, como los emperadores y los gladiadores, para acercarnos a personas reales. En Pompeya, encontramos a la dueña de un bar llamada Asellina, a un panadero llamado Terentius Neo que quiere lanzarse a la política. En Herculano, nos cruzamos con dos esclavos libertos, Venidius Ennychus y su esposa, Livia Acte, y sus vecinos, Marcus Nonius Dama y Julia, que van a los tribunales por un problema de tierras. Representan a toda esa gente —madres, hijos, hermanos, primos, jóvenes y viejos, esclavos y libres— que murieron juntos en la catástrofe del año 79”, escribe Paul Roberts en el catálogo de la exposición.

Las ciudades del Vesubio nos ofrecen una visión única de la vida cotidiana en Roma, sin la superposición de construcciones que acaban por borrar los restos de los espacios populares y conservar solo los templos y los monumentos. Pero también sin los cambios que se produjeron dentro del Imperio a lo largo de los siglos en terrenos como, por ejemplo, el erotismo. Este es el tema que explora el escritor Pascal Quignard en El sexo y el espanto: su teoría es que la moral sexual que impuso el cristianismo nace en la época de Augusto, entre el 18 antes de Cristo y el 14 después de Cristo, y que solo “la lava ardiente, que exterminó a los habitantes de aquellas ciudades” permitió que se conservase “el erotismo alegre y preciso de los griegos antes de transformarse en melancolía y espanto”. El gran romanista francés Paul Veyne no está en absoluto de acuerdo con esa teoría. Explica en su libro de entrevistas Sexo y poder en Roma que “las atrevidas pinturas de Pompeya permitían compensar posibles frustraciones” y que “los hombres y las mujeres de la Antigüedad romana eran mucho más comedidos en sus comportamientos que nuestros coetáneos”.

En cualquier caso, más allá de las discrepancias entre expertos, Pompeya es una ciudad llena de penes y contiene el único burdel del mundo antiguo que se preserva intacto, además de decenas de frescos y estatuas de altísimo contenido erótico que los Borbones atesoraron en el llamado Gabinete Secreto, escondido durante siglos para unos pocos elegidos y que solo se abrió totalmente al público en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles en el año 2000. No es difícil imaginar la cara que pusieron los investigadores cuando se toparon, el 1 de marzo de 1752, en la Villa de los Papiros de Herculano, con una de las tallas más escandalosas de toda la antigüedad: la imagen del dios Pan copulando con una cabra. “La pieza solo podía verse con el permiso del rey”, escribe Paul Roberts, del Museo Británico. La presencia de esta imagen en Londres ha despertado una cierta polémica sobre la forma en que debía exhibirse, si camuflada bajo una cortina en algún lugar especial o simplemente poniendo una advertencia general al principio de la muestra. Al final se ha impuesto el criterio del conservador: “Los romanos habrían visto simplemente a un dios cabra penetrando a una cabra, lo que no les hubiese molestado en absoluto. Es una muestra de que los dueños de la casa en la que se encontró eran gente culta y con sentido del humor”.

Da igual el campo de los estudios clásicos al que un investigador se dedique, Pompeya tiene hallazgos para todo el mundo. Barry Hobson, médico de familia y arqueólogo aficionado, se ha pasado media vida estudiando las letrinas romanas, unos inmensos conocimientos que recoge en su ensayo Latrinae et foricae. Toilets in the roman world (no es el único experto en el tema, G. C. M. Jansen se ha pasado media vida estudiando solo las de Pompeya). Hobson mantiene que la ciudad enterrada ofrece una oportunidad única para estudiar cómo evolucionaron las letrinas en las casas particulares. El historiador británico Andrew Wallace-Hadrill, el más conocido experto en Herculano —su denuncia en los medios en 2004 del deterioro de Pompeya tuvo un impacto enorme—, encabeza un proyecto para analizar toneladas de excrementos, conservados en las alcantarillas de la ciudad, porque aportan una información inédita sobre la dieta romana. En Pompeya se conservan 3.000 inscripciones políticas, del tipo “Gaius Julius Polybius da buen pan” o “Marcus Casellius Marcellus organiza buenos juegos”, además de miles de grafitis de todo tipo que reflejan todos los aspectos de la vida cotidiana. Incluso se conoce que se producía garum kosher. Y todavía quedan muchos misterios por resolver: ¿Dónde estaba el puerto? ¿Cuántos habitantes tenía? ¿Qué hacía una mujer enjoyada en la barraca de los gladiadores? ¿Hasta qué punto era una ciudad romana o, como escribe Robin Lane Fox en El mundo clásico, se trataba de “una zona multicultural en la que se hablaba mucho el griego, además del latín y del osco” (la última inscripción en la lengua itálica meridional se conserva en el burdel de Pompeya, “un lugar triste para que un idioma muera”, como dijo Mary Beard). Ni siquiera la fecha de la erupción, el 24 de agosto de 79, parece ahora segura. También queda mucho terreno por excavar: un 25% de Pompeya, mientras que, en Herculano, mucho más pequeña pero enterrada bajo una roca más dura y destruida por una ola de calor tan bestial que carbonizó inmediatamente la madera (lo que permite que hayan llegado hasta nosotros muebles romanos intactos), está casi todo por descubrir, incluso en la fascinante y gigantesca Villa de los Papiros.

Pero la arqueología representa solo una parte de la atracción por Pompeya y Herculano. “Pompeya expresa lo inexplicable, muestra la destrucción, congela un cataclismo. Con mayor intensidad que ningún otro acontecimiento en Occidente, simboliza la unión entre la catástrofe y la memoria”, escribe John L. Seydl, uno de los comisarios de la muestra que se exhibe actualmente en Cleveland y que viajará a Quebec en verano. Pompeya ha sido, además, destruida varias veces: cuando se produjo la erupción, descrita por Plinio el joven, la ciudad había sufrido un gran terremoto 17 años antes, en 62. Durante la II Guerra Mundial, en el otoño de 1943, el yacimiento fue bombardeado y se produjeron daños irreparables “añadiendo nuevas ruinas a las viejas”, según el corresponsal de la canadiense CBC, Matthew Halton, que relató en su crónica la imagen de los cuerpos de yeso hechos añicos bajo las bombas aliadas.

Lecturas pompeyanas

Como la propia ciudad, la bibliografía sobre Pompeya es enorme. El ensayo de Mary Beard, Pompeya. Historia y leyenda de una ciudad romana (Barcelona, Crítica, 2012. Traducción de Teófilo de Lozoya y Joan Rabasseda-Gascón), es ameno, sin dejar de ser erudito, está muy bien escrito y ofrece todo tipo de historias y detalles. La novela de Robert Harris, Pompeya (Barcelona, De Bolsillo, 2011. Traducción de Fernando Garí Puig), fue muy bien recibida por los expertos. Su reconstrucción de los dos días anteriores a la erupción y del propio desastre, a través de un ingeniero de acueductos, es magnífica. En los últimos años, se han publicado en castellano dos libros ilustrados muy completos: Pompeya (Barcelona, Akal, 2009. Traducción de David Govantes), de Joanne Berry, y Pompeya. Nacer, vivir y morir a los pies del volcán (Barcelona, Electa, 2011. Traducción de María Eugenia Frutos), de Eva Cantarella y Luciana Jacobelli.
El catálogo del museo británico es estupendo (Paul Roberts, Life and death in Pompeii and Herculaneum. Londres, British Museum, 2013), aunque no ha sido traducido al castellano. Sí hay una edición española reciente del ensayo de Pascal Quignard, El sexo y el espanto (Barcelona, Minúscula, 2005. Traducción de Ana Becciú), y existen varias ediciones del clásico de Edward Bulwer-Lytton, Los últimos días de Pompeya (Madrid, Anaya, 2003. Traducción de Jorge Ferrer Vidal). La Universidad de Salamanca editó en 1989 un ensayo de Félix Fernández Murga sobre el nacimiento de las excavaciones bajo los Borbones: Carlos III y el descubrimiento de Herculano, Pompeya y Estabia. El libro de Barry Hobson, Latrinae et foricae. Toilets in the roman World (Londres, Duckworth, 2009), pero pese a lo exótico del tema, merece la pena.
Además de los documentales de Mary Beard para la BBC —Meet the romans y Pompeii: Life and death of a roman town—, cualquier pretexto es bueno para volver a ver Te querré siempre (Il viaggio in Italia, Roberto Rossellini, 1954).

Mary Beard insiste siempre en que no debemos contemplar Pompeya como una ciudad normal, detenida en el tiempo, no solo por el terremoto anterior a la erupción sino también porque mucho de lo que vemos es una reconstrucción contemporánea. Lo que, por otro lado, no le quita un ápice de interés: pese a su aspecto demacrado, a los andamios y las casas cerradas, no hay ningún otro lugar igual. Y no solo por el viaje al mundo romano. Pompeya y Herculano encarnan el poder destructivo de la naturaleza y la forma inconsciente en que lidiamos con ello. Sus ciudadanos convivían tan tranquilos con los terremotos, como millones de habitantes de la bahía de Nápoles, viven ahora bajo la sombra del volcán siendo plenamente conscientes de su fuerza aniquiladora —“el Vesubio ha entrado en erupción hoy. Fue el espectáculo más terrible y majestuoso que he presenciado y espero presenciar en mi vida”, escribió Norman Lewis en marzo de 1944, durante la última gran manifestación de la montaña—. También, el resto de la humanidad vive tan tranquila bajo el cambio climático. Robert Harris utiliza la ciudad en su novela Pompeya como una metáfora del final de todos los imperios, dirigida sin disimulo hacia Estados Unidos. Para Primo Levi, es una metáfora de la muerte provocada por la naturaleza frente a la muerte causada por los hombres. No pudimos ver los cadáveres de Ana Frank ni de una niña muerta en Hiroshima, asegura en su poema La niña de Pompeya al contemplar el cuerpo de yeso de una víctima. “Han pasado los siglos, las cenizas se han petrificado / aprisionando esos delicados miembros para siempre / Así has permanecido con nosotros, como un molde de yeso / retorcido, una agonía sin término, testigo de lo mucho / que nuestra orgullosa estirpe importa a los dioses”.

Vida y muerte de Pompeya y Herculano. Museo Británico (Londres). Del 28 de marzo al 26 de septiembre. Pompeya. Catástrofe bajo el Vesubio. Centro de Arte Canal (Madrid), hasta el 5 de mayo. Los últimos días de Pompeya: decadencia, apocalipsis y resurrección. Museo de arte de Cleveland. Hasta el 7 de julio.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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