"Homero inventó la nostalgia"
Cuando se le pregunta a Robin Lane Fox por el legado griego, este historiador nacido en 1946 y referente indiscutible del mundo clásico en la Universidad de Oxford se lo toma con calma y empieza a largar: "La democracia, el teatro, las carreras de caballos, la arquitectura, las matemáticas, la belleza, la homosexualidad, el amor...". Al más mínimo gesto del interlocutor, da explicaciones, busca ejemplos, procura ser convincente. Al referirse a la arquitectura, por ejemplo, ha insistido en que Gehry no tendría gran cosa que hacer si no mantuviera un diálogo permanente con los arquitectos clásicos.
Sobre el amor, quiere explayarse. "Ya lo dijo Stendhal, que sin el juego de referencias, sin las batallas de la seducción, sin las palabras que otros dieron a sus emociones, el amor sólo sería un mero trámite carnal sin ningún interés". Eso fue, precisamente, lo que inventaron los griegos: darle densidad y vida a lo que forma parte de nuestra naturaleza. Convertirlo en algo que merece la pena.
Robin Lane Fox estuvo hace unos días en Madrid para hablar de El mundo clásico. La epopeya de Grecia y Roma (Crítica), un voluminoso libro en el que se sumerge fundamentalmente en la Grecia de los siglos V y IV antes de Cristo y en la Roma que va del siglo I antes de Cristo al 14 después de Cristo. Las casi mil páginas de su estudio no han desanimado a los lectores, que lo han convertido en un best-seller en el mundo anglosajón. En España, y a juzgar por lo que ocurrió en la Feria del Libro, la suerte parece favorable: se agotaron todos los ejemplares que llegaron al Retiro madrileño.
El secreto de Robin Lane Fox acaso radique en su habilidad para combinar su inmensa erudición con su capacidad narrativa. El punto de partida es, además, original: ha vuelto al mundo clásico explorando cómo se entendieron entonces tres cuestiones: la libertad, la justicia y el lujo. Así que dibuja las grandes líneas y penetra con detalle en los carácteres y andanzas de figuras tan relevantes como Sócrates, Cicerón, César, Adriano...
Pero lo más importante es su entusiasmo. "Debería existir una normativa europea que obligara a que se iniciara a los niños de nueve años en La Ilíada y La Odisea, para que luego pudieran leerlas y disfrutarlas a los 16". Su devoción por Homero no conoce límites. "Inventó la nostalgia", dice, "fue quien supo llenar con historias y palabras ese agujero que hiere en las entrañas cuando uno está lejos de casa. También supo contar, de manera cruda y realista, lo que significan la gloria y la fama en esta vida, atrapó el dolor que nos abate ante la pérdida de los más próximos y mostró cómo los héroes se equivocan, y lo descubren en los momentos trágicos cuando ya es demasiado tarde".
Aquel viejo mundo, el de los héroes trágicos y la filosofía, la democracia y la ley, el circo y la esclavitud terminó con la llegada del cristianismo. "El dominio del pecado se introdujo en el mundo y se habló de la salvación de los cuerpos, ese tremendo absurdo. Los cristianos no estaban en contra de la esclavitud, hablaban de libertad espiritual: el cambio social era irrelevante. La verdadera alternativa era el cielo. Y para ellos, el lujo y la riqueza eran un obstáculo para la salvación".
Robin Lane Fox salta de Heródoto a Adriano, mete cuando puede alguna pulla contra Bush y Blair por su olímpica metida de pata en Irak, defiende los valores humanistas de Grecia y Roma, aunque insiste en que hay que contextualizarlos en una época que toleraba la esclavitud, y finalmente habla de cine. Este historiador de Oxford colaboró estrechamente con Oliver Stone para que su película Alejandro se ajustara lo más posible a la verdad de lo que ocurrió entonces. "Aunque fue inevitable que se tomara algunas libertades, de todos los que han tratado últimamente el mundo clásico es el más riguroso. Estudió mucho para hacer la película y se dejó asesorar. Ridley Scott, en su Gladiator, no quiso saber ni de lejos lo que pasaba en el circo"."Con el cristianismo, se habló de la salvación de los cuerpos, ese tremendo absurdo"
Babelia
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