Acuerdo en Villamanín por el Gordo sin repartir: la comisión de fiestas cede más de dos millones por la paz del pueblo
Los dueños de cada papeleta cederán un pequeño porcentaje del premio para repartir entre todos los que compraron
La sangre, de momento, no llega al río de Bernesga en el pueblo de Villamanín (León), aunque se ha mascado la tensión. Después de casi cuatro horas de debate en la segunda planta del Hogar del Pensionista, el centenar de vecinos reunidos en un espacio de 40 metros cuadrados ha llegado a un acuerdo para cuadrar las cuentas y conseguir los cuatro millones de euros que faltaban para entregar el Gordo de Navidad a todos los que compraron el número ganador, después de que la comisión de fiestas vendiera más papeletas que décimos consignados y premiados por una simple razón: uno de los integrantes se dejó en casa un talonario vendido con 50 papeletas, cada una de ellas valorada en 80.000 euros. Fue un error que marcaría el resto de la semana. El lunes celebraban todos que les había tocado lo máximo que les podía tocar tras jugar el número 79.432. Pero la alegría pasó a incredulidad, enfado e incluso empatía con los chavales que habían cometido el error. Se trataba de dinero. De mucho dinero. Y cuando hay billetes de por medio, no es fácil mantener la paz.
Para entender lo que pasó exactamente, hay que retroceder al momento del error. El día de antes del sorteo, los miembros del comité de fiestas fueron a la administración de lotería, entregaron el número de papeletas vendidas (y el dinero correspondiente) para que se consignaran por los décimos correspondientes. Tanto dinero, tantas papeletas, tantos décimos. Todo cuadraba. Salvo por el detalle que lo cambiaría todo: un talonario de 50 papeletas se había quedado olvidado en una casa y, por tanto, sin consignar. A partir de ese momento, se convirtieron en “papeletas vendidas de más”. Aunque esa nunca había sido la intención.
Una vez localizado cuál había sido el problema, los organizadores de los festejos municipales querían que todo el mundo cediera el mismo dinero de sus papeletas premiadas, ellos incluidos. Por cada papeleta, premiada por 80.000 euros, se renunciaría a 4.800 euros. Pero tras unas horas de tensión, lloros, alguna palabra subida de tono y posiciones cada vez más enrocadas, finalmente el comité ha claudicado: por la paz del pueblo, la comisión cederá más de dos millones de euros, es decir, cinco décimos y alguna papeleta que habían comprado. Todo lo que jugaban. Los vecinos, por su parte, aportarán alrededor de un 3% de cada boleto, unos 2.400 euros de los 80.000 que habían ganado, según han informado varios residentes a la salida de la asamblea. “El acuerdo es lo más ético posible”, decía Aitor Fernández, un hombre de 32 años al salir de la reunión.
La comisión, que finalmente se quedará sin nada, había repartido participaciones de cinco euros, de las cuales cuatro se jugaban y uno se destinaba a un donativo. Esa fórmula permitió que decenas de residentes y visitantes, muchos de ellos habituales en verano, resultaran premiados. En este pueblo del norte de León, la noche, además de fría, ha sido muy larga, más de lo habitual. Mientras unos debatían acaloradamente en el local, otras 50 personas aguardaban expectantes en el bar de abajo para saber el veredicto final. El pueblo, que en invierno no cuenta más de 70 habitantes, había acaparado la atención nacional y estaba repleto de periodistas de todos los medios posibles: televisiones, radios, prensa escrita… Todos fuera, esperando, mientras dentro se producía el gran debate.
Al Hogar del Pensionista solo ha podido acceder un vecino por boleto jugado, es decir, un representante de la familia participante en el sorteo, en muchos casos. La discusión, al margen de los números, radicaba en lo que era o no era justo.

Mientras algunos buscaban una solución compartida, otros rechazaban cualquier sacrificio. La culpa se convirtió en el centro del debate: quién había cometido el error, quién tenía la responsabilidad, en definitiva, quién debía pagar y cuánto. La tensión subía entre los que responsabilizaban a la comisión de fiestas y consideraban que era esta agrupación la que tenía que asumir todas las consecuencias y los que querían arrimar el hombro y solidarizarse al entender algo importante, que había sido un error humano, no una estafa.
Mientras un joven que no llegaba a la veintena bajaba las escaleras del Hogar del Pensionista llorando, los vecinos que bajaban a fumar a la calle advertían del estrés que se estaba viviendo dentro. Las posturas, en vez de acercarse, se alejaban cada vez más. De hecho, la prenochevieja que se iba a celebrar este sábado se ha cancelado. No había ganas de fiestas.
Roberto Fernández de la Calle, de 51 años, tenía cinco papeletas y su madre, Rosario, de 80, custodiaba una. El caso de esta familia era muy representativo: vinieron a pasar el verano a Velilla, donde nació el padre de Fernández, una aldea que se encuentra a dos kilómetros de Villamanín. Este viernes, estaban pasando la Navidad en Oviedo, pero se han desplazado al Hogar del Pensionista para enterarse de primera mano de lo que pasaba.
La inquietud también se reflejaba en la cara de Rosana Díaz Alonso, de 50 años, enfadada con la comisión de fiestas. “Encima vienen con altanería. Parece que le están echando la culpa a la gente que ha comprado las papeletas”, se quejaba. “Los niños tampoco tienen la responsabilidad, la tienen los mayores que están detrás”, insistía después. Esta mujer trabaja en el bar del pueblo. Su hija Ángela, de 25 años, es la propietaria. No hay nadie que no hable de esto.
Este municipio ronda el millar de personas censadas, pero ese dato suma todas las localidades aledañas. En Villamanín, en invierno, apenas llegan al centenar de habitantes, aunque en Navidad hay más casas habitadas. Pero la calma suele reinar, a excepción de esta tarde en la que los periodistas y las cámaras han invadido a los vecinos. “La suerte ahora es no haber comprado papeletas”, bromeaba uno, que no quería ser identificado para evitar crispar aún más las relaciones vecinales, mientras se tomaba una cerveza.

Los que lo rodeaban se dividían. Porque ahora todo está dividido en Villamanín. Unos creen que todo se debe a un despiste; otros, en cambio, sospechan que la comisión de fiestas quería ganar más dinero del que le correspondía. “Si digo algo que no guste, mañana me matan en el pueblo”, comentaba otro hombre.
El lotero de la Administración de Lotería número 2 de La Pola de Gordón, Rubén González, tenía desde el primer momento la clave de lo que había pasado en realidad. Su local emitió 15 talonarios, es decir, 750 papeletas, lo que supone un total de 3.000 euros. La comisión vendió 450 participaciones por importe de 1.800 euros, lo equivalente a unos 90 décimos. Pero faltaba el talonario de la discordia. Y todo el dinero correspondiente a los boletos vendidos. González asegura que a él le entregaron 1.620 euros, lo que equivale a 81 décimos. Quedaron en el aire lo correspondiente a 10 más y, una vez ganado el Gordo, eso equivalía a unos cuatro millones de euros, que son ahora papel mojado.
“A mí me tenían que haber dado 1.800 o 1.820 euros y entonces yo habría dejado 91 décimos en vez de 81, pero no fue el caso”, explicaba el lotero a este periódico.
“Un señor me dijo que si solo le diesen 50.000 euros, lo aceptaría. Tenía miedo de que si el caso se judicializaba, terminase por no cobrar o por recibir el dinero dentro de muchos años”, contaba el lotero antes de que se llegara a un acuerdo.
“Otra persona me decía que renunciaría a la parte que le correspondiese, pero que los integrantes de la comisión de fiestas tenían que devolver la cantidad íntegra de su papeleta”, seguía el lotero, tras insistir en que él ha hecho bien su trabajo.
Lo cierto es que la felicidad desatada el lunes ha quedado empañada. No puede ser de otra manera. Desde la calle todavía retumban los gritos del segundo piso del Hogar del Pensionista, antes de que llegaran a un acuerdo, que no contenta a todos: “Que devolváis los décimos, cojones”. Finalmente, lo harán. No tienen más remedio.
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