Un volcán en la vicaría
Robert Harris habla en su mansión de la campiña inglesa de su novela sobre la erupción del Vesubio y la destrucción de Pompeya
El arma del crimen parece humear aún en la biblioteca de la antigua vicaría, violentando este plácido mediodía en Kintbury, un pueblecito en la campiña inglesa a un centenar de kilómetros de Londres. El novelista Robert Harris, que ha reformado el viejo edificio estilo Tudor que frecuentó Jane Austen para convertirlo en su vivienda, mira con aplomo el objeto que su interlocutor ha traído para la entrevista y sostiene teatralmente en la mano. Es un arma de destrucción masiva. "Ajá, una bomba volcánica, de las que lanzó el Vesubio hacia el final de la gran erupción", dice el escritor con una sonrisa. Se acerca a una copa sobre una mesa y toma lo que parece una piedrecita blanquecina: "Esto es un fragmento de escoria, ceniza petrificada, lo que cayó primero sobre Pompeya como una lluvia sólida". El tiempo parece suspenderse mientras ambos objetos conjuran imágenes de espanto y destrucción.
Harris parece contento. Tiene un Aston Martin y ¡una carta manuscrita de Nelson a Lady Hamilton!
Harris (Nottingham, 1957), autor de los éxitos Patria (Ediciones B), Enigma y El hijo de Stalin (Plaza & Janés ambos), ha acometido en su emocionante nueva novela, Pompeya (Grijalbo; en catalán, en Edicions 62), la tremenda erupción del año 79 que barrió la Campania romana y sumergió en un infierno de lava y ceniza las ciudades de Pompeya y Herculano.
Pompeya, un auténtico thriller, arranca 48 horas antes de la catástrofe y tiene como protagonista a un ingeniero romano especialista en acueductos, enviado para averiguar por qué la zona está quedándose sin agua. Harris, que, con un pasado de periodista, es un destacado columnista político, quería inicialmente escribir una novela sobre EE UU y su futuro. "Pero entonces leí una noticia acerca de las nuevas investigaciones sobre la destrucción de Pompeya, en la que se explicaba que los arqueólogos y los vulcanólogos habían llegado a entender por primera vez qué sucedió de verdad y me pareció un material fantástico. Tres cosas me sorprendieron: que hubo avisos -faltó el agua, por ejemplo-, que no fue el Big Bang que se había creído, sino que el proceso de destrucción duró 18 horas; y que los dos mil muertos estaban circulando a la altura de los techos, sobre una capa de ceniza, escoria y piedra pómez, cuando la ola de fuego, los alcanzó". "Pensé que nadie había descrito eso y que además podía transferir las ideas que tenía para mi novela sobre Estados Unidos a la antigua Roma, dos superpotencias al fin", prosigue el autor.
En agosto de 2000, Harris se fue a Pompeya. Entre las ruinas, frente al Vesubio y afrontando unos días de verano tan calurosos como debieron ser aquellos que precedieron a la erupción -por no hablar de lo que llegó después-, el novelista encontró la trama de su libro. "Percibí un olor de agua estancada y descubrí el pequeño edificio al que llegaba el gran acueducto, que subía recto hacia el monte. Esa podía ser mi vía para entrar en la historia".
"Elegir el acueducto como espina dorsal de la novela y el ingeniero que debe arreglarlo como protagonista me brindó una forma diferente y moderna de escribir sobre la antigua Roma", prosigue. "Podía hablar de tecnología y contar con un personaje que sintonizase con la mentalidad actual". Harris confía en que Pompeya se lea como una reconstrucción minuciosa y certera de la vida romana, pero también "que resuene de una forma moderna con respecto a la tecnología y a los miedos que provoca la naturaleza cuando actúa como némesis, como en el caso del calentamiento global del planeta".
En la novela aparece en un papel justificadamente estelar Plinio el Viejo, el escritor romano que murió -a causa de su inveterada curiosidad- en la erupción. Más sorprendente es que el malo del relato -equivalente al villano sacerdote egipcio Arbaces de Los últimos días de Pompeya, de Bulwer-Lytton-, Popidio Ampliato, fuera también un personaje histórico. "He querido que el libro sea lo más auténtico posible. Investigué los nombres de los que vivieron en Pompeya y me gustó Ampliato, un liberto poderoso y ambicioso".
Harris describe Pompeya como una ciudad nueva, de crecimiento rápido, movilidad social y negocios turbios, consagrada al salve lucrum, el tan moderno culto a los beneficios. "Creo que era un boom town, con perdón por el juego de palabras
[¡desde luego, Pompeya fue una ciudad explosiva!]. Corría mucho dinero, había seguramente mucha corrupción". Y vicio, a tenor de los numerosos grafitos hallados, tipo "Restituta chupa por un denario". Harris arruga su nariz de gentleman educado en Oxford, pero en la novela salen prostitutas de 10 años como las que está acreditado se ganaban la vida en la ciudad.
Pompeya, un best seller traducido ya a 30 idiomas, es muy cinematográfica, ¿pensaba en la película? "Creo que sería una buena película, pero hasta ahora sólo han tratado de comprarme los derechos estudios que estaban interesados en desarrollar su propia historia y pretendían bloquear la mía". Harris está muy satisfecho de la película sobre Enigma y no le gustó nada la que se hizo de Patria. Explica que en un par de semanas se empieza a rodar una producción de la BBC sobre El hijo de Stalin.
Harris parece contento. No es extraño. Tiene un Aston Martin a la puerta y ¡una carta manuscrita de Nelson a lady Hamilton!, que le ha regalado su mujer, colgada de las paredes -por no hablar de que se ha quedado con el retrato de su admirado George Orwell que tenía Arthur Koestler en su despacho cuando se suicidó-. Ahora trabaja, en la misma habitación en la que alumbró las oscuridades de Enigma y los fuegos de Pompeya, en su nueva obra. Se trata de una trilogía a publicar en 2006 sobre los últimos años de la república romana -"¿dónde iba a encontrar personajes mejores que Blair y Bush?", ironiza- y en ella casará política contemporánea e historia como ha hecho en Pompeya con historia y tecnología.
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