La RAE vista con microscopio
La institución cumple tres siglos el año que viene En todo este tiempo tan solo siete mujeres han sido acogidas en ella
Si se mira la RAE con el telescopio de la Historia lo que se ve es una institución que el año que viene cumplirá tres siglos y que en ese tiempo solo ha acogido a siete mujeres. La primera de ellas —Carmen Conde— ingresó en 1979, 266 años después de su fundación. En la puerta se habían quedado Gertrudis Gómez de Avellaneda y Emilia Pardo Bazán, rechazadas con una carta que afirmaba que no había “plazas para mujeres”. Por el camino habían quedado también la escritora Rosa Chacel —en beneficio de Conde— y la lexicógrafa María Moliner, propuesta en 1972 por dos pesos pesados como Lapesa y Laín pero derrotada en la elección final por Emilio Alarcos.
El caso Moliner, que ha adquirido la categoría de hito, hace recomendable combinar el telescopio y el microscopio a la hora de juzgar a la RAE. Por un lado, nadie puede dudar de la categoría filológica de Alarcos, y ya se sabe que lo difícil no es elegir entre el bien y el mal sino entre dos bienes. Por otro, la versión institucional dice que la llamada Docta Casa se inclinó por reforzar la Gramática —que a la altura de los años setenta llevaba cuatro décadas pendiente de renovación— frente al Diccionario —que tradicionalmente avanza a velocidad de crucero—. De hecho, las necesidades de la Academia —donde hay filólogos, científicos y militares— es el argumento oficioso a la hora de elegir nuevos miembros.
Oficialmente, la RAE —cuya renovación está sujeta al carácter vitalicio de sus plazas-— no aplica el sistema de cuotas sexuales para acceder a ella. “Por respeto a la mujer”, suele decir Víctor García de la Concha, su director honorario. Eso sí, observada la institución con microscopio, lo que se ve es esto: en lo que va de siglo XXI se ha elegido el doble de académicas que en los tres siglos anteriores. De las cinco mujeres que se sientan en un pleno con 46 sillas, cuatro lo hacen desde 2002: Carmen Iglesias, Margarita Salas, Soledad Puértolas e Inés Fernández-Ordóñez. La quinta es Ana María Matute. Y es fama que Carmen Martín Gaite nunca quiso sentarse allí.
En la Academia de la Historia hay tres académicas de número (y una electa). En la de Bellas Artes, dos. Tampoco el porcentaje de catedráticas de la universidad (en torno al 15%) hace justicia a la mitad de la población española. Qué decir de los altos cargos de las grandes empresas. Pobre consuelo. Los miembros de la RAE son consciente del déficit de su institución. Las hemerotecas están llenas de declaraciones al respecto pero los hechos circulan por vía lenta. Eso sí, basta leer a las académicas actuales para dudar de que una mayor presencia de mujeres a su lado apoye en el futuro la tesis de que la lengua es sexista.
Babelia
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