Cooperar en tiempos de crisis
España no puede renunciar a ayudar con la excusa de la falta de dinero
La cooperación al desarrollo española está sumida en una crisis de mayor tamaño si cabe, que la del país, si la intensidad se mide por su caída y por los ataques que sufre. Un recorte del 60 % en dos años, de lejos el mayor sufrido por cualquier otra política pública, aleja la cooperación a marchas forzadas de las metas pactadas y la deja en la frontera de la irrelevancia si sufre nuevas bajadas de presupuesto, especialmente en la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID) y en los recursos canalizados a través de las ONGD (ONG dedicadas al Desarrollo).
En el lado del público, los intentos desde las ONGD de explicar lo que hacemos y logramos -con una parte menor de los presupuestos globales de la cooperación- y la limitada comunicación desde las administraciones públicas en este campo, tienen que enfrentar un muro. El que combina un menor interés de la población por lo que ocurre fuera de nuestras fronteras, salvo lo referido a Europa, con la intensidad de los mensajes denigrantes dirigidos desde algunos medios y líderes de opinión, y orientados a potenciar el escepticismo cuando no a sembrar la duda generalizada sobre la eficacia y la buena gestión de la cooperación al desarrollo. Ésta se convierte así en un lujo que no nos podemos permitir ahora que toca atender a “nuestros pobres”.
Hay cuatro razones que, entre otras, justifican la importancia de mantener la cooperación al desarrollo hoy.
Nuestra renta es 50 veces mayor que la de un país del Sahel"
1. La primera es ética y de principios. Estamos en medio de una crisis descomunal, pero España sigue siendo un país de elevado nivel de desarrollo. Nuestra renta es 50 veces mayor que la de un país del Sahel, a no tanta distancia de aquí, donde 18 millones de personas, sobre todo mujeres, niñas y niños, pasan hambre cada día. ¿De verdad que no estamos en condiciones de responder con intensidad a la crisis alimentaria que sufren estos países? Si se nos convoca a construir un país mejor, basado en valores que vayan más allá del individuo, ese país no puede renunciar a la solidaridad ante situaciones así. El hecho de que se mantengan en un buen nivel las aportaciones a las ONGD de socios y donantes particulares, cuando las de empresas caen y las de comunidades autónomas y Ayuntamientos se desploman, y que miles de personas voluntarias siguen participando día a día en esta tarea, es señal de que buena parte de la sociedad española vive esos valores.
2. La cooperación en España tiene una larga trayectoria. Las organizaciones e instituciones que operamos en ella hemos ganado capacidad y desarrollado conocimiento. Se cuenta con un colectivo de profesionales formados y con experiencia, con una fuerte vocación de servicio hacia quienes sufren la pobreza extrema y la injusticia. En el marco del Día del Cooperante es necesario recordar a las miles de personas que trabajan con organizaciones y trabajadores locales, en situaciones a veces extremas y desde luego austeras, de verdad. Me atrevo a decir que son de lo mejor que tiene este país. Sería una tragedia desmontar esa capacidad, desperdiciar esa experiencia y sobre todo, frustrar ese compromiso.
3. Las relaciones con países en desarrollo no pueden quedarse en el interés económico y comercial de corto plazo. España ha jugado y juega un papel importante en el desarrollo de las instituciones en América Latina, ha contribuido a luchar contra la pobreza de forma efectiva, abrir espacios a la sociedad civil y provocar cambios significativos en sectores sociales y productivos. La Cooperación será diferente según el lugar, pero siempre debe estar presente en las relaciones exteriores, así lo esperan los otros países y así se mide también la altura y el peso de un país en una región.
4. Hay compromisos internacionales que España no puede ignorar y retos globales en cuyo abordaje es imprescindible participar. El cambio climático y las migraciones, el déficit de capacidad para responder a las crisis humanitarias, la volatilidad de precios de los alimentos y su efecto sobre la seguridad alimentaria, la desigualdad y su reflejo en el acaparamiento de recursos, la especulación financiera o la evasión fiscal, son ejemplos de desafíos que configuran la agenda global y en los que no se puede participar solamente a base de asistir a reuniones. Hay que contribuir a establecer reglas y acuerdos en diversos foros y a su financiación.
La Cooperación al Desarrollo tendrá que evolucionar, desafíos no le faltan. El primero de ellos es adaptarse a un volumen de fondos menor, en plena montaña rusa tras el incremento acelerado de años atrás. Se requiere una mayor selectividad geográfica y sectorial, priorizando aquello que conjuga la necesidad objetiva en la lucha contra la pobreza con el valor añadido que aportan instituciones, ONGD y la universidad de nuestro país, por su trayectoria y experiencia.
el Día del Cooperante es necesario recordar a las miles de personas que trabajan con organizaciones y trabajadores locales"
Con los países de mayor desarrollo, entre los receptores de cooperación, ésta necesita menos fondos y más intensidad en recursos humanos, conocimiento y alianzas para ser catalizadores de cambios. La acción humanitaria debe estar bien dotada y cumplir estrictamente con los principios humanitarios, canalizándose a través de actores con experiencia y mandato expreso. Y en las estrategias se ha de incorporar con más intensidad la situación y los derechos de las mujeres y el fortalecimiento de capacidades de la sociedad civil y sus organizaciones. Las políticas públicas son necesarias y para su estabilidad e impacto es clave que haya organizaciones sociales exigentes con las responsabilidades de los estados y que aporten ideas e innovación.
La menor presión sobre la gestión de los fondos debería favorecer un mayor énfasis en la calidad para lo cual es necesario completar y afianzar la reforma de las instituciones, sobre todo de la AECID y asegurar su adecuada dotación de recursos y capacidades. Una mayor cultura de la evaluación puede ser la base de una comunicación decidida y cercana con la sociedad, explicando no solo los logros, también los desafíos y acercándolos a la ciudadanía desde la lucha común por un mundo justo y seguro.
Dicho todo esto, la pregunta final es la recurrente, sobre todo en estos tiempos. ¿Con qué dinero? No es este el lugar para profundizar en la deuda española y la especulación sobre la misma, aunque cabe recordar que aún es menos elevada que la de Alemania o Francia como porcentaje del PIB, países con una Cooperación relevante que contribuye positivamente a su perfil exterior. Sí cabe tener presente datos sobre fraude fiscal, erosión de impuestos como el de sociedades o prioridades que sí se cubren. Sin entrar en los grandes rescates, una indemnización tipo de un directivo de una Caja intervenida, 10 millones de euros, permitiría a 300 cooperantes y trabajadores humanitarios trabajar durante un año asegurando agua potable o comida en crisis alimentarias. La Tasa a las Transacciones Financieras que Francia ya ha empezado a aplicar, gravaría la especulación y captaría solo en España 17 millones de euros diarios que podrían dedicarse, como se propuso desde su inicio, a la lucha contra la pobreza allá donde esté.
Cualquier cosa menos enfrentar a los “pobres de aquí” con los de “allá” con discursos sobre recursos escasos que no lo son para otros menesteres. Esto es injusto e inmoral.
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