¿Se puede desprender una persona de los recuerdos traumáticos?
El pasado es inamovible, pero los recuerdos dolorosos se pueden reintegrar en la vida, de una forma ya digerida, para no sufrir y que condicionen el presente
Los recuerdos conforman la identidad de una persona, su hilo autobiográfico. Es la memoria la que nos permite relacionar el presente con el pasado y proyectar hacia el futuro nuestros pensamientos y expectativas. Por ello, en la adaptación del ser humano a la vida cotidiana y en la toma de decisiones resulta imprescindible la perspectiva de sus experiencias pasadas.
A su vez, el olvido es una acción mental involuntaria que consiste en dejar de recordar información previamente aprendida o experiencias vividas debido al desvanecimiento de la huella mnésica con el paso del tiempo y a la interferencia de otros recuerdos que se van adquiriendo más recientemente. Es más, muchas personas tienen una especial capacidad para olvidar los sucesos desagradables y recordar selectivamente los positivos, lo que constituye un mecanismo adaptativo de tipo supervivencial.
Los recuerdos asociados a una emoción intensa, sea esta positiva o negativa, logran una mayor consolidación en la memoria. Así, la mayoría de la gente se acuerda vívidamente de ciertas experiencias intensas pasadas que han estado cargadas de valor emocional. Una persona adulta recuerda con emoción y detalle el primer encuentro con su pareja, por mucho tiempo que haya transcurrido, y no tiene dificultades tampoco para evocar dónde o con quién estaba, por ejemplo, cuando se anunciaron los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas en Nueva York. De hecho, se siente una fuerte emoción cuando una persona trae a la memoria desde el baúl de sus recuerdos acontecimientos que en cierto modo le han marcado de por vida.
Sin embargo, la memoria es bastante dependiente del estado de ánimo actual. La vida no es lo que se vive, sino lo que se recuerda de lo que se vive (memoria selectiva). Así, la relación existente entre la afectividad y la memoria permite explicar por qué los recuerdos pasados alegres o tristes pueden producir alegría o tristeza en el presente, pero también por qué la alegría o tristeza actuales pueden deformar la percepción de los recuerdos habidos.
Los recuerdos asociados a una emoción intensa, positiva o negativa, logran mayor consolidación. Sin embargo, la memoria depende bastante del estado de ánimo del momento
Las adversidades de la vida cotidiana no generan recuerdos perturbadores porque las personas cuentan habitualmente con recursos psicológicos, familiares y sociales para hacerles frente. Por el contrario, los sucesos traumáticos (abusos en la infancia, agresiones sexuales, violencia en la pareja) producidos por personas cercanas a la víctima suelen generar humillación, desvalimiento y una quiebra de la sensación de seguridad. El resultado de haber sido violentada la persona en su intimidad supone una interferencia negativa en la adaptación social y laboral a la vida cotidiana y, lo que es peor, una pérdida de la confianza en los seres humanos.
Un hecho traumático supone un desequilibrio en la homeostasis biológica del organismo, un desbordamiento de los recursos de afrontamiento de la persona y un reto a los procesos cognitivos, entre ellos la memoria de lo ocurrido. Estos acontecimientos pueden generar en la víctima recuerdos vívidos de los que no se puede desprender con el paso del tiempo y alterar incluso su capacidad de amar y de relacionarse con los demás.
Las imágenes de lo ocurrido, por su significación emocional, quedan grabadas a fuego en la memoria del sujeto. Así, estos recuerdos perturbadores se reproducen involuntaria y repetitivamente en forma de dolorosas vivencias actuales (no de meros recuerdos pasados), como si estuviesen ocurriendo ahora mismo. Se trata de pesadillas y pensamientos invasivos que escapan al control del sujeto meses y aun años después de haber ocurrido el suceso.
Un suceso traumático (abusos en la infancia, agresiones sexuales, violencia en la pareja) genera humillación y supone un desequilibrio en la homeostasis biológica del organismo
Es decir, el pasado traumático puede ejercer, de forma parasitaria, una acción tiránica sobre el campo de la consciencia actual de la víctima, impidiéndole reanudar una vida cotidiana normalizada y disfrutar con el presente. A veces incluso se puede crear una especie de red de miedo en la memoria de la persona, que puede ir acompañada de una anestesia emocional, como si la persona tuviera las lágrimas congeladas detrás de los ojos, pero sin poder hacerlas brotar.
Estos pensamientos e imágenes vívidos y repetitivos no son incompatibles con la presencia en la misma persona de recuerdos borrosos, fragmentarios o inconexos inaccesibles en un intento no consciente de protección del dolor sufrido. Es decir, hay personas que en unas ocasiones recuerdan lo que quieren olvidar y en otras olvidan lo que quieren recordar.
La mayor o menor intensidad de los recuerdos traumáticos no depende solo de un automatismo psicológico que escape al control de la persona. Hay quienes viven anclados en un pasado nostálgico idealizado, que se hacen preguntas sin respuesta (“¿por qué me ha pasado esto a mí?”), que intentan volver a lo que ya no existe o que realimentan emociones negativas (resentimiento, vergüenza o incluso culpa). Cerrar una historia en falso supone que nunca va a desaparecer.
El pasado traumático puede ejercer, de forma parasitaria, una acción tiránica sobre el presente de la víctima, impidiéndole una vida cotidiana normal
Pero es posible salir de ese bucle de sufrimiento. Hay personas que centran su atención en disfrutar del presente, sin olvidar las desgracias ocurridas, y se proyectan hacia el futuro, apoyadas en emociones positivas, como la esperanza en el porvenir, la alegría del disfrute con sus hijos o el perdón al ofensor. Implicarse en nuevas experiencias y en proyectos ilusionantes facilita el olvido de los recuerdos dolorosos porque el paso del tiempo y las nuevas experiencias contribuyen a debilitar las antiguas.
No se trata de un olvido pasivo o amnésico, sino de un olvido activo, que olvida los agravios, pero no los hechos, que no alienta la revancha, sino que entierra aquella situación desde el reconocimiento expreso de su existencia. Por eso, una cosa es recordar y otra muy distinta estar atrapado en el túnel del tiempo y vivir en el rencor de la amargura.
Compartir los recuerdos traumáticos con los seres queridos (en los casos necesarios con el terapeuta) contribuye a poner nombre y procesar emocionalmente lo que una persona ha vivido. No es lo mismo revivir que recordar. No se trata de borrar, sino de sobrescribir una nueva forma de rememorar esas emociones negativas y de convertir un pasado traumático en un pasado biográfico. De este modo, las vivencias traumáticas se reintegran, ya digeridas, en la biografía de una persona en forma de recuerdos dolorosos, pero no determinantes de la vida actual y futura.
En definitiva, las vivencias objetivas del pasado son inmodificables, pero la percepción de esas vivencias puede cambiarse y ello puede transformar el curso de la vida presente. Y es así como las personas dejan de ser náufragos, zarandeados por los fantasmas del pasado, para reasumir el control de su vida y convertirse en navegantes de su futuro.
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