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Cuando el duelo se convierte en un problema de salud

En algunos casos, el afectado se muestra incapaz para adaptarse a la nueva situación tras la pérdida y no cuenta con recursos psicológicos, familiares o sociales para superar el dolor

El duelo en las personas mayores puede agravarse si hay una presencia de enfermedades crónicas e invalidantes y viven en soledad.
El duelo en las personas mayores puede agravarse si hay una presencia de enfermedades crónicas e invalidantes y viven en soledad.KatarzynaBialasiewicz (Getty/iStockphoto)
Enrique Echeburúa

La muerte de un ser querido es una experiencia amarga. El dolor por la pérdida es el precio que hay que pagar por una característica fundamental en los seres humanos: el apego a los seres queridos. Las reacciones de pesadumbre pueden oscilar desde un sentimiento transitorio de tristeza o ansiedad hasta una sensación de desgarro y de desolación completa, que, en los casos más graves, puede durar años e incluso toda la vida. Se trata de una reacción adaptativa ante la muerte de alguien que nos es próximo afectivamente y que obliga a la persona afectada a rehacer su vida desde una perspectiva diferente. Los recursos desplegados para superar ese pesar constituyen un reflejo del instinto de supervivencia para hacer frente a las dificultades de la vida. El duelo, en realidad, es como atravesar un túnel: el lugar por donde se sale es necesariamente distinto al sitio por donde se entra.

Cada ser humano reacciona de manera diferente ante una pérdida, sin que exista una pauta inamovible de cómo y durante cuánto tiempo una persona tiene que manifestar y superar el dolor. Afrontar el duelo es un proceso psicológico, no clínico, porque la muerte forma parte de la vida y la vida no es una enfermedad. Estar transitoriamente triste (una situación emocional normal) no significa estar deprimido (un cuadro clínico). Ello quiere decir que, en la mayor parte de los casos, la superación de la pesadumbre no requiere tratamiento.

Los recursos psicológicos de la persona, el paso del tiempo, el apoyo familiar y social y la reanudación de la vida cotidiana suelen ser suficientes para asimilar la pérdida y readaptarse a las nuevas circunstancias. Lo normal y esperable es que las emociones negativas remitan paulatinamente en un plazo de seis a doce meses. El duelo en las personas mayores puede agravarse si hay una presencia de enfermedades crónicas e invalidantes y viven en soledad. En concreto, la muerte de la pareja en una relación bien avenida puede ser el suceso aislado más temible que un anciano puede sufrir. Pero, en general, aunque el dolor no desaparezca nunca, la serenidad acaba por llegar.

Sin embargo, hay supervivientes que experimentan, más allá de un tiempo razonable, un sufrimiento inaguantable. Cuando las reacciones emocionales son muy intensas e impiden el funcionamiento en la vida diaria o la duración de la reacción es muy prolongada y aparecen síntomas inhabituales (por ejemplo, alucinaciones, referidas a visiones o voces del fallecido, ideas delirantes o pensamientos suicidas recurrentes), se puede hablar de duelo complicado.

En estos casos la persona se muestra incapaz para adaptarse a la nueva situación tras la pérdida y no cuenta con recursos psicológicos, familiares o sociales para superar el dolor. Los síntomas experimentados pueden oscilar desde un deterioro de la salud física (cefaleas, insomnio o somatizaciones) hasta un malestar psicológico intenso, que se manifiesta en forma de depresión, ansiedad, pánico a afrontar la soledad o descuido en el autocuidado. A veces pueden surgir con fuerza también sentimientos de culpa, por no haber realizado todo lo posible para evitar el fallecimiento, por no haber hecho al difunto lo suficientemente feliz en vida o incluso por experimentar una sensación de alivio tras la muerte (especialmente, después de una enfermedad prolongada que ha requerido de una asistencia constante por parte del familiar).

Además del equilibrio emocional previo del superviviente, de su estado de salud y del apoyo familiar y social recibido, la evolución de un duelo normal a un duelo complicado depende de diversas circunstancias, como el tipo de vinculación con la persona fallecida, la forma de muerte o las circunstancias que rodean el fallecimiento. En concreto, la pérdida de un hijo, sobre todo si es repentina, o de la pareja, especialmente cuando ha habido una larga convivencia, es la que más repercusiones psicológicas suele tener sobre la persona superviviente.

La muerte de un hijo es un hecho antinatural que produce una inversión del ciclo biológico normal. Ni siquiera hay un término para describir al superviviente, como lo hay en el caso de la pérdida de un padre (huérfano) o de un marido (viuda). Por otra parte, hay ciertas circunstancias, como ocurre en el caso de los homicidios, suicidios o accidentes mortales evitables, que pueden requerir un esfuerzo adicional de mayor duración para integrar un proceso de duelo adecuado y superarlo con éxito.

En resumen, algunos supervivientes quedan marcados de por vida y llevan una vida anodina y sin ilusión; otros, tras una reacción emocional intensa, son capaces de hacer frente al dolor y de readaptarse a la nueva situación creada; y otros, por último, sacan fuerzas de flaqueza del sufrimiento y prestan atención a los aspectos positivos de la nueva realidad, por pequeños que estos sean. Expresar los sentimientos, sentirse útil y buscar un nuevo sentido a la vida actúan como factores protectores.

Por lo que se refiere al suicidio, sobre todo si trata del de un hijo, el duelo de los padres es mucho más complejo. En los supervivientes aparece la losa del sentimiento de culpa y la pregunta reiterada de por qué lo hizo o por qué no hicieron ellos algo más para evitarlo, así como la preocupación por la información que deben dar a las personas de su entorno en relación con la causa de la muerte del ser querido. A veces pueden llegar a percibir la evitación o incluso, de una forma más o menos velada, el reproche de quienes están a su alrededor, lo que genera aislamiento social y una vivencia de estigmatización. Reanudar la vida cotidiana y adaptarse a la nueva realidad constituyen un reto para el que no siempre se encuentran con fuerzas.

Superar el duelo por un hijo perdido implica, tras el impacto emocional inicial, aceptar la realidad de la pérdida; dar expresión al dolor producido por la ausencia; arreglárselas en la vida sin ese ser querido; y recolocar (no sustituir) los recuerdos, prestando atención a aquellos momentos vividos que puedan evocar incluso de forma placentera. Y si esto no es posible porque los supervivientes se muestran desbordados por el dolor, hay que contar con el apoyo de la terapia profesional o de los grupos de autoayuda.

Afortunadamente, la fuerza de la vida es tremenda. Hay que ir ganando la batalla al dolor para que no se convierta en sufrimiento. Una persona no puede imaginar que va a sobrevivir a la muerte por suicidio de un hijo o de una pareja, pero se sobrevive, e incluso pueden sobrevenir de nuevo las ganas de vivir.

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Sobre la firma

Enrique Echeburúa
Es catedrático emérito de Psicología Clínica en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), académico de número de Jakiunde (Academia Vasca de las Ciencias, Artes y Letras) y de la Academia de Psicología de España. Ha sido galardonado con el Premio Euskadi de Investigación en Ciencias Sociales 2017 por su trayectoria científica e investigadora.

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