El caso de una ejecutiva con escorbuto en Barcelona advierte del riesgo de las dietas restrictivas
Una mujer atendida en el hospital de Bellvitge muestra el riesgo de reaparición de este trastorno por deficiencia de vitamina C, que los expertos lo achacan a la falta de fruta y verdura fresca por malos hábitos alimenticios

El primer ensayo clínico de la historia se hizo en el mar, a bordo del Salisbury, un buque de la marina real británica que patrullaba el canal de la Mancha a mediados del siglo XVIII. El escorbuto, un extraño mal que llevaba siglos diezmando las tripulaciones durante los viajes marítimos de larga distancia, había hecho mella también en el Salisbury y el médico a bordo, James Lind, intentó ensayar un tratamiento. Para ello, reclutó a una docena de marinos aquejados con la enfermedad y probó por parejas seis tratamientos diferentes, desde darles sidra hasta incorporar a su dieta “media pinta de agua de mar”, vinagre, dos naranjas y un limón diarios, o elixir de vitriolo (ácido sulfúrico diluido), entre otros. Las frutas, concluyó Lind, eran los remedios más eficaces para esa tozuda enfermedad del mar, aunque la causa no estaba muy clara. La explicación a ese éxito de los cítricos llegó tiempo después, cuando se descubrieron las vitaminas y se reveló que el escorbuto era el resultado de un déficit de vitamina C, un antioxidante muy presente en esas frutas.
El escorbuto, que se manifiesta con cuadros inespecíficos de fatiga, gingivitis y manchas en la piel —en los peores casos, infecciones o muerte súbita—, se ha quedado como un trastorno casi olvidado, relegado a una antigua enfermedad de marineros o, más recientemente, a situaciones de desnutrición en países en vías de desarrollo. Pero esta dolencia que se puede curar, literalmente, comiendo naranjas (o cualquier otro producto con vitamina C), sigue presente en Occidente. El caso recientemente reportado por el Hospital de Bellvitge de Barcelona sirve de ejemplo: una ejecutiva de mediana edad a la que se le diagnosticó la enfermedad tras seguir una dieta que prohibía productos frescos. Otra investigación en Francia detectó un incremento de casos en niños tras la pandemia y encontró un vínculo con la subida de precios de los alimentos perecederos. “No hay que alarmar, pero hay que darlo a conocer porque lo tenemos olvidado. Y no se debe olvidar porque está presente”, reflexiona Antoni Riera-Mestre, jefe de Medicina Interna del Hospital Universitario de Bellvitge.
En las últimas décadas, el escorbuto en el mundo occidental se había asociado a perfiles y situaciones de alta vulnerabilidad, como contextos de guerras o catástrofes medioambientales, individuos con alcoholismo severo, gente con trastornos alimentarios o personas con obesidad que se habían sometido a una cirugía bariátrica y tenían problemas para la absorción de nutrientes. Pero el caso detectado por los médicos de Bellvitge en colaboración con especialistas del Hospital Dexeus no coincidía, en absoluto, con las descripciones anteriores: según relatan los facultativos en una carta a la revista Medicina Clínica, la paciente era una ejecutiva de 45 años que ingresó por dolor, sangrado leve en las encías durante varios meses e intolerancia a la ingesta de alimentos por la boca. También tenía hematomas cutáneos espontáneos y una curiosa —y característica— alteración en los folículos pilosos que generaba pelos “en sacacorchos”, como enroscados. El estudio de la paciente reveló que había seguido una dieta restrictiva sin alimentos crudos y que sus niveles de vitamina C en sangre eran indetectables. “Esta paciente es un ejemplo de lo que pasa hoy en día y lo que nos alarmó. Está fuera de lo que se decía. Era joven, de nivel socioeconómico alto, a la que alguien le recomendó una dieta no equilibrada en cuanto a lo que se necesita de nutrientes y vitaminas”, plantea Riera-Mestre.
Una investigación de científicos estadounidenses calificaba hace unos años el escorbuto como “un gran imitador”, por la gran variabilidad de síntomas tan inespecíficos que pueden despistar al especialista. Le ocurrió a la paciente de Bellvitge, que antes de llegar al hospital había sido tratada con antidepresivos “porque estaba cansada”, ejemplifica el internista. “A nadie se le pasa por la cabeza que pueda ser un déficit de vitamina C hasta que no aparecen estas lesiones y la situación de extrema gravedad, sobre todo por la imposibilidad de ingesta por vía oral, que no podía tomar ningún alimento”, abunda el médico.
Los síntomas más frecuentes acostumbran a ser banales, “de aparición lenta y curso errático”. Astenia (fatiga), hematomas en la piel o sangrado en las encías. “Demasiado comunes para pensar en lo raro”, admite Riera-Mestre. Además, los niveles de vitamina C, a diferencia de otros parámetros como la B12 o el ácido fólico, no se suele pedir de rutina en las analíticas. Hay que pensar en ello e ir a buscarlo deliberadamente.
Manuel Pérez Maraver, jefe del servicio de Endocrinología y Nutrición de Bellvitge, asume que se trata de “un déficit poco frecuente, pero también poco sospechado clínicamente”. Sin embargo, que no se piense en él no significa que no exista y su evolución, si se tarda en diagnosticar, puede derivar en complejas lesiones hemorrágicas y cuadros más severos. La vitamina C es esencial para el organismo y un déficit de este antioxidante provoca un trastorno en la formación del colágeno, que es una proteína estructural para el cuerpo.
La literatura científica está salpicada de casos que ilustran la presencia del escorbuto y estudios recientes ahondan en un incremento global de diagnósticos. Una revisión científica sobre la incidencia de escorbuto en la población pediátrica en Estados Unidos alertaba el año pasado de que esta enfermedad se había triplicado en cinco años, pasando de 8,2 casos por 1000.000 habitantes en 2016 a 26,7 en 2020. El perfil con mayor probabilidad de desarrollarlo eran críos de entornos socioeconómicos más desfavorables y aquellos con otras dolencias concomitantes, como obesidad o trastorno del espectro autista.
Otro estudio en Francia sobre incidencia del escorbuto entre 2015 y 2023 detectó “un aumento significativo del escorbuto y la desnutrición grave después de la pandemia de la covid, asociado con la inflación y la inestabilidad socioeconómica”. “Estas afecciones, que antes se consideraban raras en países de altos ingresos como Francia, han resurgido, probablemente exacerbadas por los desafíos socioeconómicos intensificados por la pandemia y las crisis asociadas”, apuntaban los autores en su investigación.
Mala alimentación
La literatura científica pone también el foco en los patrones alimentarios modernos. “Desde la década de 1970, la dieta estadounidense ha cambiado mucho, con un mayor consumo de patatas, pizzas y bebidas carbonatadas, y una menor ingesta de frutas, verduras y productos lácteos, lo que ha provocado un resurgimiento de trastornos nutricionales como el escorbuto y una mayor prevalencia de trastornos metabólicos como la obesidad y la diabetes. Esto se debe a los horarios de trabajo apretados, la comodidad, el apoyo social inadecuado y un estilo de vida sedentario”, plantean unos investigadores estadounidenses.
En la dieta humana, alrededor del 90% de la vitamina C proviene de frutas y verduras cítricas, como las naranjas, los pimientos dulces, el brócoli, la coliflor y los tomates. Los estudios recogen que “se necesitan entre 40 y 90 días de hipovitaminosis C sostenida para que se desarrolle un escorbuto, pero las manifestaciones clínicas pueden aparecer dentro de los 30 días de insuficiencia dietética de vitamina C”.
Riera-Mestre toma el caso detectado en su hospital como paradigma de lo que está sucediendo en el mundo moderno: “Ahora, por todo el tema de la rapidez del día a día, de comer rápido y mal, todo lo fresco lo hemos perdido. Ya no es solo una cosa de personas con nutrición enteral, alcohólicos, pobres… sino que también está el universo de yupis o gente con situación sociocultural medio-alto que hace dietas restrictivas sin productos frescos”.
Xavier Pinto, responsable dela Unidad de Riesgo Vascular del servicio de Medicina Interna de Bellvitge, recuerda también los riesgos del consumo excesivo de productos ultraprocesados: “Son alimentos que no tienen nutrientes esenciales, como la vitamina C y muchos otros ácidos grasos esenciales; y tienen exceso de azúcares y de sustancias con poco valor nutritivo. Con energía, pero con poca proteína, con pocos nutrientes, con pocas vitaminas, con pocos minerales, con mucha química añadida, y hay gente que se alimenta de esto”.
A propósito del auge de escorbuto, Pérez Maraver apunta a “un conglomerado” de situaciones y factores diversos que favorecen este déficit de vitamina C. “Comer naranjas no depende de que no tengas tiempo. Es una cuestión probablemente más del precio, con lo cual sí que iríamos a la base sociocultural económica, que siempre juega un papel en todos los déficits vitamínicos; y luego también es una cuestión de modas, con las dietas gurú donde la gente, a propósito, no come cítricos porque le han recomendado otro tipo de alimentación. Y tenemos también a la epidemia de obesidad con la cirugía bariátrica: hoy en día tenemos en la calle más gente que malabsorbe los nutrientes porque tiene hechas técnicas de cirugía abdominal para el tratamiento para la obesidad y esto también es un cúmulo importante de casos descritos de déficits vitamínicos”.
Remedio sencillo
Por suerte, el remedio más eficaz contra el escorbuto es, como bien reportó Lind, bastante sencillo: ingesta de cítricos y productos frescos (o suplementos) que contengan vitamina C. Y la recuperación, si se sigue ese tratamiento dietético, suele ser rápida.
Los especialistas de Bellvitge, que forman parte del Centro de Investigación Biomédica en Red de Obesidad y Nutrición (Ciberobn), advierten, eso sí, de que los suplementos vitamínicos pueden ayudar en determinados casos, pero no son la panacea. Para la población general, mejor, siempre, una naranja, resume Pérez Maraver: “Hay que diferenciar una situación en que hay un déficit patológico de alguna vitamina por el motivo que sea, que ahí sí están indicados los suplementos como parte del tratamiento. Pero otra cosa es el mensaje para la población general de lo que es una forma saludable de hacer las cosas y ahí es imbatible el producto natural. Es decir, invariablemente, lo mejor es comer naranjas porque no solo llevan la vitamina C, sino también fibra, hidratos de absorción lenta y otras vitaminas. El suplemento hay que dejarlo para déficits diagnosticados médicamente”. El endocrinólogo alerta de que, en nutrición, hay “una pseudociencia que conviene evitar”. Y pone un ejemplo: “Hoy en día está de moda comer colágeno, cuando el colágeno es una proteína que se degrada en el estómago y lo que pasa a la sangre no es colágeno, son los aminoácidos. Pero hay gente que come colágeno pensando que el colágeno se le va pegar a la rodilla y no es así”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
