“Mi madre me dio las semillas y tenían todos los colores del arcoíris”: la historia de los ‘guardianes del maíz’ en México
Una exposición de fotografía rinde homenaje a la manera de cultivar y preservar este cereal por parte de una familia en la localidad de San Juan Ixtenco, donde resisten ante el avance de las multinacionales, los químicos y las maquinarias pesadas
A las faldas de La Malinche, uno de los volcanes más antiguos de México, Juan Simón Angoa asegura que siembra y cosecha 16 razas nativas de maíz. Su madre, antes de fallecer, le dio como herencia una caja con esas semillas y ahora dedica su vida a preservarlas en sus tierras en la localidad de San Juan Ixtenco, en el Estado de Tlaxcala. Desde hace ocho años, la fotógrafa mexicana Malena Díaz, oriunda de esta región, acompaña y documenta el trabajo de Angoa, que forma parte de los llamados “guardianes del maíz”, por las prácticas tradicionales y el conocimiento ancestral que han sabido mantener.
El trabajo de esta artista se condensa en La Trenza, una serie fotográfica —expuesta en el Instituto Cultural de México en España hasta el 20 de febrero— que rinde homenaje a la cultura e identidad que se entreteje en torno al maíz y a la diversidad de sus formas, tamaños y colores.
Cada cosecha, los campesinos trenzan entre dos o tres de las mejores mazorcas y las resguardan para la siguiente siembra, en una manera de preservar el maíz de gran calidad. “Partiendo de la trenza de mazorcas, quise llevarla al cabello porque me recuerda a mi abuela, que tenía el pelo muy largo. La recuerdo sentada en el patio desgranando maíz, tomando pulque (bebida tradicional extraída del agave) con mis tías”, detalla Díaz en una entrevista con este periódico durante su visita a Madrid. La artista pidió a la familia de Angoa que tejieran 50 mazorcas que después entrelazó en el cabello de su hija para construir esa muestra de 13 imágenes. “Todos somos hijos del maíz. Es muy cierta la frase ‘sin maíz no hay país’. Todos debemos ser responsables de preservar esas semillas”, asegura Díaz, de 52 años.
México alberga la mayor diversidad de maíz del mundo. En Tlaxcala, pese a representar solo el 0,02% del territorio nacional, se han identificado oficialmente al menos 12 variedades, según la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO). Pero Angoa asegura que este registro incluye solo una pequeña parte de las variedades que existen en tierras como las suyas. Ixtenco —el último bastión del pueblo indígena otomí en Tlaxcala— es considerado un importante reservorio de la agrobiodiversidad gracias al intercambio de variedades de maíz que realizan entre los productores de generaciones en generaciones.
Todos somos hijos del maíz. Es muy cierta la frase ‘sin maíz no hay país’. Todos debemos ser responsables de preservar esas semillasMalena Díaz, fotógrafa
A este campesino de 53 años el deber de preservar y trenzar el maíz le viene de su madre y de su abuelo, que le enseñaron el oficio del campo desde niño. “Mi madre me dio las semillas y tenían todos los colores del arcoíris. Desde entonces nos hemos encargado de su evolución”, cuenta, en una entrevista telefónica con Planeta Futuro.
“Nuestro ADN”
Cuando este hombre debe piscar (recolectar) sus 40 hectáreas, que cultiva sin apenas maquinaria ni químicos, siente como si estuviera abriendo un regalo. “Nunca sabes qué colores te vas a encontrar gracias a factores naturales como los polinizadores, o sea las abejas o las catarinas o mariquitas, la tierra o el clima, hasta las corrientes del viento”, cuenta con entusiasmo.
El cambio climático ha alterado nuestras siembras. De niño sembrábamos en febrero, en estas fechas estaría preparando la tierra. Ahora sembramos en abril y cosechamos en noviembre y diciembreJuan Simón Angoa, agricultor
Son las seis de la mañana en su casa y Angoa ya está junto al tractor porque va a piscar maíz rojo. Es enero y todavía están cosechando. “El cambio climático ha alterado nuestras siembras. De niño sembrábamos en febrero, en estas fechas estaría preparando la tierra. Ahora sembramos en abril y cosechamos en noviembre y diciembre”, afirma, explicando que su cosecha ronda las tres o cuatro toneladas por hectárea, una cifra muy inferior a la producción de las tierras donde se usan semillas genéticamente modificadas.
En Ixtenco, el maíz cacahuacintle se utiliza para elaborar tamales, un antojo mexicano relleno y cocido; atoles, una bebida ancestral caliente espesa a base de maíz, y elotes tiernos. El maíz blanco para hacer tortillas, tamales y tlacoyos, una tortilla ovalada con relleno; el totomoxtle, la hoja que envuelve una mazorca, se utiliza para la elaboración de tamales o incluso figuras decorativas.
Si tuviera que elegir un producto fabricado con sus granos, Angoa se decantaría por el atole de maíz morado, típico de Ixtenco, una bebida que se utiliza para las ceremonias. Después de fermentar la masa de maíz, lo cuela con agua hirviendo, canela y piloncillo. Cada 24 de mes en su pueblo reparten atole y tamales de maíz morado, en honor a San Juan, patrón de la localidad.
A finales de 2024, México perdió la batalla para prohibir la importación y uso del maíz transgénico y el glifosato (un herbicida dañino para la salud). Tras un veto al transgénico que decretó el gobierno mexicano en 2020, Estados Unidos y Canadá argumentaron que México, principal comprador del maíz estadounidense, violaba el TMEC, el tratado comercial entre los tres países.
“Mientras el campesino resista con los maíces que tenemos, habrá soberanía alimentaria y no seremos esclavos del sistema. Las transnacionales quieren hacer desaparecer los maíces nativos para que dependamos totalmente de ellas. Te venden maíz, fertilizantes y pesticidas. Es un negocio redondo”, reitera Angoa.
Malena Díaz, cuyas fotografías aspiran a ser un altavoz de estos campesinos y una manera de defender sus derechos, considera que una de las formas de proteger el trabajo de los agricultores es que los consumidores paguen un precio justo por sus productos. Por ejemplo, Angoa vende a siete pesos mexicanos (0,33 euros) un kilo del maíz negro, rosa o rojo. “A quien más le vendo es a una empresa que lo exporta a Estados Unidos, Canadá y Holanda, que lo vende hasta tres veces más de lo que me pagan”, detalla el campesino.
Para Angoa, que Díaz inmortalice su trabajo y sus variedades de maíz, ha supuesto que mucha gente conozca su manera de cultivar y su legado. “Si la vida no tiene color, es triste. Y nosotros tenemos toda esta variedad de colores. Hay que compartir todo esto con los jóvenes para que entiendan la dimensión que tienen como herederos de un grano que realmente es nuestra vida. Como mexicanos es nuestro ADN”, concluye.
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