El Chaltén, la montaña humeante defendida a capa y espada
Los habitantes de un pueblo de la Patagonia Argentina se movilizan en nombre de la conservación ambiental para detener los excesos de un turismo no sostenible que amenaza sus parajes
Desde las ventanas de las cabañas, hosterías y casillas se ve el cerro Fitz Roy, de 3.405 metros, con fama de ser uno de los picos más difíciles de escalar del mundo. Al mirarlo con atención produce un efecto visual de “montaña que humea”. Y eso significa El Chaltén en la lengua del pueblo originario tehuelche del lugar, en la Patagonia Argentina. Ocupa 135 hectáreas divididas en lotes, donde viven más de 2.300 personas, muchas en viviendas temporales y autocaravanas en terrenos compartidos y alquilados.
Enmarcado en un valle de potencialidad mágica, El Chaltén tiene una realidad de contradicciones y urgencias que viven y relatan sus habitantes: exceso de turistas que la infraestructura no llega a abastecer; limitaciones de los servicios básicos; escasa atención médica (un puesto de salud con tres profesionales); el tratamiento de residuos cloacales y la erosión de sendas y áreas de uso público de esta reserva.
El Chaltén es una localidad fronteriza de la Patagonia Sur de Argentina, enclavada en el Parque Nacional Los Glaciares, uno de los sitios reconocidos por Unesco como Patrimonio Natural Mundial. Esta reserva natural de 726.927 hectáreas tiene bosques, cerros, pastizales, ríos y lagos verde turquesa que se alimentan de 863 glaciares. Una de las reservas de agua dulce del planeta. En 1985, luego de una serie de tensiones limítrofes con el país vecino de Chile, el Gobierno de la provincia de Santa Cruz decretó la fundación del pueblo: un puesto de gendarmería y ninguna casa. Dos años después, se construyeron 12 viviendas; una de ellas funcionaba como escuela rural. Con el tiempo surgió el fenómeno esperado: El Chaltén y el parque se convirtieron en centro de escalada mundial y capital argentina de senderismo. Pero también se dieron consecuencias inesperadas: el pueblo creció tanto que los terrenos se agotaron y gran parte de sus habitantes hoy viven en situación precaria y condiciones de hacinamiento.
Lorena Martínez, ingeniera agrónoma y funcionaria de la Administración de Parques Nacionales, detalla la situación: “Tenemos un presupuesto limitante para la conservación de nuestros senderos naturales. Estamos relegados al turismo y considerados como fuente de recursos para esa actividad”. Y explica que muchos tramos presentan señales de erosión no solo por la cantidad de turistas; hasta 2009 se autorizaba la circulación a caballo. “La senda de Laguna de los Tres, camino al Fitz Roy, la más visitada del área protegida, tiene un bosque más húmedo y frágil. El pisoteo hace que queden las raíces expuestas”, explica.
Según el municipio, la cantidad de plazas turísticas disponibles es de 4.100. El desequilibrio se da entre la cantidad de visitantes y la falta de personal para mantener los senderos. “Hasta la temporada 2017-2018, la Brigada de Sendas contaba con siete empleados; pero en la temporada que le siguió, 2018-2019, no se renovaron los contratos. Esto implica una pérdida de capacidad para fiscalizar la reserva”, analiza Sabrina Picone, habitante de El Chaltén, investigadora en medio ambiente y autora de un diagnóstico comunitario participativo en el pueblo realizado en septiembre de 2019.
Cuando interviene la mano del hombre en la naturaleza provoca destrucción ambiental. Y el desarrollo del turismo, aunque llamado “sustentable”, choca con los efectos de obras de infraestructura en este lugar. “En Argentina, las políticas de turismo encuentran en las áreas protegidas espacios para desarrollar esta actividad bajo objetivos de conservación. “La Patagonia es la región que concentra el 42,2% de la afluencia de visitantes de todos los parques nacionales. A través de un Plan Federal de Turismo Sustentable, el Estado se propone aumentar la actividad económica bajo lógicas que priorizan ese tipo de desarrollo”, concluyen los investigadores Picone y Alejandro Schweitzer en el informe Entre las fronteras del turismo sustentable.
La Patagonia es la región que concentra el 42,2% de la afluencia turística de todos los parques nacionales argentinos
Bajo el lema de la participación democrática y pública, hubo a inicios de 2022 una consulta a la comunidad de El Chaltén. El objetivo: presentar el proyecto de pavimentación de un tramo de la ruta provincial 41 –actualmente de ripio– que conecta al pueblo con El Lago del Desierto, llamado Ruta Escénica por la belleza del lugar. Hoy, autos y combis con turistas avanzan por el camino a velocidad reducida, atentos al paso de huemules, unos ciervos autóctonos que la cruzan para beber agua en el río.
Dice Mariano Bertinat, secretario de Ambiente de Santa Cruz, que quieren tomar a la gente “como parte integradora de los proyectos, y no apenas informarlos”. Sin embargo, los habitantes que participaron en la consulta salieron con más dudas que certezas. “No estamos de acuerdo con la obra porque el estudio de impacto ambiental no es claro. Se van a hacer voladuras y no se sabe a ciencia cierta en qué van a resultar: ese movimiento puede ocasionar desprendimientos glaciares o de piedras. ¿Cómo van a asegurar que no habrá atropellamientos de fauna?”, pregunta Nuria Taboada, docente en la escuela primaria de El Chaltén.
Y si de generar trabajo se trata, como aseguran las autoridades, a los vecinos les preocupa algo más: el afluente de trabajadores contratados de otras regiones, que reciben condiciones precarias de vivienda. “El pueblo de El Chaltén no da para más. Y ya pasó que, cuando terminan las obras, los dejan varados acá”, concluye Taboada. En la consulta, los vecinos propusieron invertir el orden de los factores. “¿Y si destinan esos fondos a mejorar la estructura habitacional del pueblo? Ampliemos la planta de agua. O mejor: un centro médico. No alcanza con un puesto de salud y tres profesionales”.
La intransigencia de la respuesta de las autoridades de Vialidad Provincial puso en alerta a los oriundos. El presupuesto es solamente para el asfalto, no se puede redirigir a otros proyectos. Taboada sigue: “¿Por qué no asfaltar comunicaciones viales que sean más necesarias a nivel social, entre la franja oeste y norte de la provincia?”.
El Chaltén parece un difícil rompecabezas de entender. Hay una fragmentación de poderes y administraciones parciales que lo atraviesan y parece que no contemplan la visión integral del pueblo y su entorno de reserva natural. Hay un poder provincial (Santa Cruz) que, mediante una empresa estatal, provee los servicios públicos; una Secretaría de Medio Ambiente; una Administración General de Vialidad Provincial que regula proyectos como este; un poder municipalidad que solo administra el ejido urbano; un Consejo Agrario Provincial, y una Administración de Parques Nacionales.
“No es que quiera esquivar el bulto, pero esta obra no depende de la Municipalidad. ¿Si se va a hacer? Seguramente. Ahora que se alinee con todas las expectativas. No lo sabemos”, dice el secretario del Gobierno municipal, Enrique Rivero.
En El Chaltén hay una fragmentación de poderes y administraciones parciales que lo atraviesan y parece que no contemplan la visión integral del pueblo y su entorno de reserva natural
En las 30 páginas del informe ambiental de la obra, que todavía aguarda un análisis de la Universidad de la Patagonia Austral, se especifica: el desmonte de la vegetación, la extracción de suelo, uso de explosivos e interrupción de corredores de la fauna. Menciona, tímido, que seguirá recomendaciones de la normativa vigente para no dañar al ecosistema. Pero “la intención va más allá: ampliar la ruta hasta conectar con el Lago San Martín al norte y expandir emprendimientos turísticos e inmobiliarios”, cuenta la investigadora Sabrina Picone.
“Estamos muy lejos de ser un pueblo sustentable”, opina Paz Fiorito, una de las habitantes más antiguas de El Chaltén. Durante 20 años, todas las mañanas, tardes y noches, Fiorito y otros habitantes vivieron con un ruido rugiente frente a sus casas y una amenaza a la reserva natural: una usina generadora de electricidad para todo el pueblo mediante la quema de combustible fósil. “Los camiones cargaban y descargaban el diésel, lo derramaban por el suelo”, detalla esta mujer, integrante de la Asamblea Permanente de Vecinos de El Chaltén, autoconvocados.
Aquel año de 2018, ante la falta de respuestas oficiales, recurrieron a la Justicia Provincial para iniciar un amparo por contaminación acústica y ambiental. La empresa que provee el servicio hasta hoy mudó la usina, pero la matriz energética continúa siendo la misma: la quema de combustible. “Un perito, ingeniero ambiental, monitorea actualmente el lugar. Si bien las muestras del suelo presentaron valores no detectables de hidrocarburo en noviembre pasado, las recomendaciones son de continua vigilancia y en consonancia con el marco ambiental”, afirma Melina Lorenti, abogada ambiental que acompaña la causa.
Lo inverosímil para una reserva natural lo confirma Rivero, el secretario de Gobierno: “La usina emplea 1.220.000 litros de combustible para dar luz a la comuna”. Y cuenta que analizan en la Municipalidad y la Provincia un proyecto de turbinas en el Río de las Vueltas, que contorna al pueblo.
En 2021, la municipalidad de El Chaltén se adhirió a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030. Uno de esos objetivos se refiere a la disponibilidad de agua y su gestión sostenible.
Meses más tarde, cuando el verano y los turistas llegaron a El Chaltén, sucedió lo de siempre. Por falta de presión, el agua no llegó a abastecer a toda la población. Por esos días, José Galleguillo, vecino, advirtió en la puerta de su casa una tapa abierta de inspección del sistema de alcantarillado de la comuna que iban hacia los ríos de Las Vueltas y Fitz Roy. Un vídeo se viralizó, vino la convocatoria de algunos vecinos que llevaron el caso a la Justicia local. “La capacidad de la planta de agua de la empresa que la provee es para 4.300 personas y en temporada llega a haber 7.000 personas por día”, cuenta Antonela Marangelli, concejala por el partido de la oposición Encuentro Vecinal. La situación se sumó a un histórico de denuncias por intoxicación y mal funcionamiento de la planta de tratamiento cloacal.
Hace más de 10 años, cuando la comuna era un puñado de vecinos, las decisiones que afectaban al conjunto se tomaban de forma consensuada. Cuando se empezó a llenar de moscas y ratones, los pobladores constituyeron una asamblea que trabajó en la gestión de los residuos de manera voluntaria. Se acondicionó un galpón; después, el Centro de Reciclado y Reutilización Integral, y con aportes estatales se incorporó maquinaria y personal. Luego vino otro centro de residuos sólidos urbanos y desde que El Chaltén es municipio, se hacen ordenanzas de regulación que no siempre funcionan, como el plástico de un solo uso. Lo que la comunidad inició hoy tiene continuidad. “Es un largo camino aún no concluido. No voy a decir que funcione perfecto ni que seamos los peores”, concede Ricardo Sánchez, concejal de la oposición.
Patricia García, la vecina que trabaja en el museo, emplea compost casero en su casa, una práctica habitual entre los habitantes. Pone los residuos orgánicos en pozos donde le incorpora lombrices u otras técnicas para convertir la basura en tierra buena. “Lo hago religiosamente”, asiente.
En este escenario de exuberancia montañosa, ráfagas de viento sur y cóndores que planean por los picos nevados, existe una fuerza comunitaria que hace de El Chaltén un lugar de acontecimientos extraordinarios donde, a priori, todo es posible. Porque, precisamente, todo está por hacerse.
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