De charla con los pioneros
El Chaltén, en Argentina, se fundó en 1985 y hoy es un imán para senderistas
Señores: hemos venido a este solitario y majestuoso paraje para poner los fundamentos de una nueva población". Las palabras las pronuncia Antonio Puricelli, gobernador de Santa Cruz, el 12 de octubre de 1985, poco antes de la inauguración de El Chaltén.
El Congreso argentino había decidido crear esa localidad -que aún no existía en el mapa- para proteger la tierra patagónica de las aspiraciones territoriales de Chile . Crear un pueblo donde nada existía era una forma de frenar al "enemigo". Y el pueblo fue fundado y le pusieron de nombre El Chaltén, por estar ubicado a los pies del cerro así llamado.
Ese mismo mes se empezaron a construir edificios oficiales y 12 viviendas unifamiliares para los pobladores que llegaban a la zona atraídos por las ayudas del Gobierno. Más tarde se inauguró la primera escuela y una modesta sala médica y se crearon algunas infraestructuras. Pero hicieron falta años hasta conseguir que se instalara una gasolinera, cámpings y alojamientos. Hoy residen unos 400 pobladores fijos y cientos de turistas aficionados al trekking. La zona, cuajada de montañas, glaciares y bosques, ofrece rutas fascinantes para senderistas de cualquier edad y condición física, que llegan seducidos por el esplendor y la fuerza del paisaje patagónico.
Algunas placas en las coloristas viviendas de El Chaltén recuerdan a los primeros pobladores de la zona. Muchos de ellos ya no están pero quedan sus descendientes. La mayoría dedica la mitad del año a resistir -como pueden- el duro invierno, y la mitad restante a trabajar durante la temporada turística. Los mismos vecinos hacen de guías a los extranjeros, se ponen delante de los fogones de algún restaurante local, montan excursiones a pie o a caballo o reciben al visitante en su granja para explicar cómo crían al ganado o labran la tierra.
Casi todos los negocios turísticos son de gente del pueblo o de algún bonaerense emprendedor sin miedo al frío y con ganas de explotar el don de gentes.
Así, los propios vecinos nos hablan en los cafés, los restaurantes o en las excursiones de las historias de su pueblo. Y citan al Gaucho Guerra, considerado el primer poblador de la aldea. De hecho, este campesino ya vivía en la zona cuando se empezó a construir El Chaltén. Fue el primer testigo de su crecimiento. Luego llegaron Gerardo Macario -el guardabosques- y su esposa Rosana, directora de la primera escuela. También, Gustavo, el encargado del agua, y Jorge Belasio -el primer policía- con su mujer, María Alvarado, y el bebé de ambos.
Y también se mudaron al pueblo Álvaro Masci y su esposa Cristina Lauterbach. Ambos inauguraron una posada que recibió en 1988 a su primer cliente: un turista inglés. En esa posada empezaron a alojarse escaladores de todo el mundo y algunos campeones en su especialidad. También personajes del cine y la política del mundo, o eso es al menos lo que se cuenta. Se empezó a correr la voz de que El Chaltén era más que un pueblo de ficción: era un paraíso para los montañeros, quienes, además de cerros y escaladas, podían asegurarse una acogida cálida y entrañable en los hogares chalteños.
Dormir en una estancia
Los lugareños empezaron a llenar sus propias casas de excursionistas. Telesforo Gómez y su esposa Lita levantaron una cabaña en el mismo sitio en el que ambos se cayeron al suelo desde un caballo cuando llegaron a El Chaltén. Y allí empezaron a recibir visitantes. También lo hace Tito Ramírez, quien durante la época de frío hiberna como las tortugas y en verano junta dinero albergando a mochileros. Muchos de ellos le escriben cartas para que no se sienta solo.
Patricia Halvorsen y su marido Alfonso reciben al visitante en la estancia La Quinta: un lugar en el que se masca la historia patagónica. Las enormes vacas de rojo cereza de la raza Hereford pacen en el terreno de la estancia a solo unos metros de la puerta. Son animales de origen inglés, una raza famosa por su sabrosa carne y sus grandes dimensiones y perfectamente aclimatada al clima chalteño.
La estancia está repleta de fotos de los Halvorsen, la primera familia que echó raíces en esta tierra junto al lago Viedma, más de un siglo y medio antes de la fundación del pueblo. El abuelo de Patricia llegó a principios del pasado siglo, atraído por la posibilidad de criar ganado y ganarse la vida después del naufragio de su barco. Los dueños de La Quinta ofrecen manjares patagónicos y charlas históricas para acompañar la sobremesa. Y no piden nada a cambio: solo buen oído para escuchar y miradas atentas. Como la estancia de los Halvorsen, hay otras muchas salpicadas en este territorio de bosques, hielo y montañas míticas.
El famoso Perito Moreno se le queda corto. Hay otro glaciar, a los pies de El Chaltén, cuatro veces más grande: es el glaciar Viedma: una mole azul con forma de castillo de hielo sobre el que se puede caminar calzando unos crampones, sandalias con clavos de hierro que se ajustan a los zapatos.
Pero la estrella de la zona es el monte Fitz Roy: el nombre con el que se conoce al cerro Chaltén. Fue el perito Francisco Moreno (el que da nombre al glaciar) quien puso Fitz Roy a esta montaña así bautizada en homenaje al navegante británico amigo y compañero de aventuras de Darwin. Cientos de senderistas y montañeros llegan cada año con la idea de ascender por el Fitz Roy y el Torre, dos de las montañas más difíciles de escalar del mundo.
Para los menos expertos hay multitud de paseos, rutas y excursiones que permiten un acercamiento menos extremo a esas dos inmensas montañas alargadas como agujas que superan los 3.000 metros y en las que se han despeñado muchos escaladores. Sus lajas (rocas planas, lisas y poco gruesas) pulidas y resbaladizas, el fuerte viento que sopla en la zona y el hielo que las cubre convierten su escalada en un reto.
Y, si no se hace cumbre, siempre hay ocasión de compartir experiencias con la tribu de escaladores, senderistas y aventureros de todas partes del mundo que pueblan los cafés y los albergues de El Chaltén, y hacerlo delante de un buen chocolate caliente o una pizza artesanal. Si el hambre aprieta aún más la podemos matar con una buena pieza de carne de guanaco y algún postre de dulce casero de leche. Todas, en fin, en El Chaltén, pueden ser experiencias "de altura".
GUÍA
Cómo llegar
» Aerolíneas Argentinas (www.aerolineas.com ) vuela de Madrid a El Calafate, con escala en Buenos Aires, desde 1.325 euros. El Chaltén está a 215 kilómetros de El Calafate. En autobús, con Ema Transfers (0054 29 62 49 30 42), cuesta 30 euros ida y vuelta.
Información
» Turismo de la Patagonia (http://santacruzpatagonia.gob.ar ).
» Parque nacional de los Glaciares
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