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Así se ha convertido Mindelo en sinónimo del carnaval en Cabo Verde

La ciudad más importante de la isla de São Vicente celebra desde hace 100 años una fiesta inclusiva que exhibe la gracia y la disidencia con las que se popularizaron estas fiestas paganas. El entusiasmo de la población se contagia a los turistas que quieran sumarse al desfile con brillos y plumas

Carnaval de Mindelo Cabo Verde
El carnaval de Mindelo se celebra en las calles de la principal ciudad de la isla de São Vicente, en Cabo Verde.QUEILA FERNANDES (AFP / Getty Images)
Analía Iglesias

Hay lugares y celebraciones valiosas que hay que conocer antes de que cambien para siempre. En esa categoría de cosas auténticas se podría ubicar al carnaval de Mindelo, que se celebra en las calles de la principal ciudad de la isla de São Vicente, en Cabo Verde, envuelto en la reconocible arquitectura colonial portuguesa. Sus pobladores son aún los protagonistas absolutos de esta festividad en la que se vuelcan las calles del casco céntrico con un entusiasmo primordial, tras meses de ensayos, trabajo artesanal, confesiones y costuras en los talleres que brotan en los barrios populares, de Ribera Bote a Espia o Fonte Filipe.

Si algunas operaciones inmobiliarias en danza triunfan sobre el plácido encanto caboverdiano, esta escenografía de casas de colores atlánticos (amarillo sol, verdes y azules del mar), a cuyas ventanas se asoman los vecinos a ver pasar las comparsas, una vez al año, desde hace más de un siglo, podría cambiar en el futuro hacia los horizontes más amplios de costaneras con edificios altos y angulosos. Quizá el encanto de la madera rugosa que los pescadores protegen con celo de la humedad podría trocar por un fondo de cruceros acerados, con terminados acrílicos ultralisos, recortando las colinas de viejos volcanes que rodean la bahía.

Pero estamos a tiempo de revivir la morabeza (la hospitalidad, dicha en creóle) que popularizó con sus canciones la cantante Cesária Évora —oriunda de Mindelo— y de bailar las alegrías carnestolendas en sus desfiles. Porque estos se sofistican sin dejar de acoger las expresiones populares y de hacerse, año a año, más inclusivos. Mindelo es la capital cultural de Cabo Verde, reconocida por ser acogedora de diversidades, siempre disidente, y presta a la gracia y el entretenimiento.

Una de las participantes en el carnaval de Mindelo de 2025, celebrado esta semana.
Una de las participantes en el carnaval de Mindelo de 2025, celebrado esta semana.Mic Dax

En las siete calles por las que transcurre el desfile, el pueblo resiste con sus sillas, sillones y banquitos (de todos los estilos y materiales), atados en filas larguísimas, en primera línea de bordillo desde la mañana, guardando el sitio para cuando cae el sol. Se trata de la primera línea de calle de la orilla gratuita, porque enfrente, la entrada a las gradas se paga desde hace algunos años. De ahí que algún banco de madera del lado de acceso libre luzca proclamas populares, que conservan el espíritu reivindicativo del carnaval, una fiesta que nació para alterar las jerarquías. Mientras, los que defienden los ingresos generados por la reserva de asientos en las tribunas alegan que las tradiciones estaban declinando en los años ochenta y que las inversiones en infraestructura y brillos las han hecho revivir.

En efecto, los primeros registros del carnaval de Mindelo datan de la década de 1920, con un origen en los bailes de la alta sociedad que habitaba este archipiélago lusófono, de alma y cuerpo mestizo. A continuación, llegaron las manifestaciones populares, que lo sacaron fuera de las casas con máscaras, tambores callejeros, las armonías del género musical funaná y aires de la lejana mazurca, además de echar mano a instrumentos textiles de las mujeres que cultivan el arte percusivo del batuco.

En tiempos más recientes, la amplísima diáspora caboverdiana compone parte de las respuestas de su evolución. En los últimos 40 años, algunos hijos de padres emigrados a Europa o Estados Unidos antes de la independencia (declarada en 1975) han regresado a invertir en su tierra y, poco a poco, a instalarse en este rincón oceánico de clima suave y aire agradable. Estos emigrantes vuelven con posibilidades de recuperar tradiciones muy propias que recuerdan de su infancia. Estamos enfrente de Senegal, pero algo distantes del África continental.

Un grupo de músicos toca durante el carnaval de Mindelo.
Un grupo de músicos toca durante el carnaval de Mindelo.MIC DAX

Hoy son alrededor de 70.000 las personas envueltas en los carnavales de Mindelo, entre los asistentes, las estrellas y los técnicos. Una cifra similar al total de habitantes de la isla. Por supuesto, a los entusiastas locales se suman turistas europeos y viajeros que incluso vienen a disfrutar la experiencia de integrar alguna de las consolidades escolas que cubren el asfalto de danzas y fantasía glam. Durante tres jornadas señaladas —domingo, lunes y martes— se alternan el teatro del carnaval espontáneo de vecinos que se organizan al margen de las escolas y la gran competición de los equipos en el culminante Mardi Gras, el martes carnavalesco, a las vísperas del miércoles de ceniza.

Para llegar a su gran día, cada escuela ha preparado el desfile durante meses, pensando la narración, diseñando y ejecutando la dramatización de sus diferentes alas (los grupos temáticos que integran cada una de las columnas de una misma comparsa) que participan del relato coreografiado y que pueden sumar más de mil integrantes. Pero a pesar de la antelación en los preparativos, si uno se asoma a sus talleres en las últimas horas antes del debut, ve que todavía están las costureras hilvanando lentejuelas, añadiendo tules y encajando plumas en las coronas, mientras los bailarines y bailarinas se pasean nerviosos alrededor, inquietos por probarse los trajes de luces. Los talleres son casas de los suburbios con todas las puertas y las ventanas abiertas, con niños revoloteando, ansiosos por ponerse los prometidos disfraces. Todos los vecinos andan por la calle, llegan los parientes de visita, se cierran comercios y lo que no sea esencial para el carnaval.

En estos días, en Mindelo, no queda nadie al margen del corso. Hay sigilo y muchos cotilleos en torno a estas campañas cuidadosamente elaboradas para asombrar. En baldíos celosamente custodiados por la relevancia social del certamen (no se pueden escapar los secretos ni contarse las sorpresas entre escolas), los pintores y soldadores se afanan en que las carrozas sean escenarios móviles firmes; disimulan las penúltimas rugosidades del cartón piedra, moldean cabezotas de figuras gigantes y lijan manivelas para que los reyes y reinas del carnaval puedan moverse seguros por encima de la multitud que les aclamará. El carnavalesco, que es el arquitecto y director artístico de cada troupe, se pasea supervisando los trabajos.

David Leite es el carnavalesco de Samba Tropical, una escola fuera de concurso que este 2025 ha decidido honrar la vida social y la trayectoria del carnaval de Mindelo con una carroza que, como en la vida real, muestra fachadas de casas que exhiben rostros pintados de próceres como el Che Guevara (el otro retratado por excelencia en estas islas es Amílcar Cabral, gran exponente de la época de independencias en África). Sobresale de la carroza una estatua enorme de un héroe del carnaval espontáneo que fue Kakoy, un hombre del pueblo que solía desfilar disfrazado de mohicano y, como tal, terminaba los carnavales coronado. “La organización y el estilo de las comparsas proviene de Río de Janeiro, pero los temas y los símbolos son nuestros, para despertar a la sociedad y que se sienta orgullosa de sí misma”, sostiene Leite.

Una de las participantes del carnaval de Mindelo de la 'escola' Samba Tropical.
Una de las participantes del carnaval de Mindelo de la 'escola' Samba Tropical.Mic Dax

Antes de que llegue la hora del concurso habrán desfilado las escuelas de los barrios que se divierten imaginando bailes tradicionales, que evocan estéticas antiguas del continente, con cuerpos oscurecidos mediante la práctica del black face, ya que las tinturas de un negro profundo cubren las pieles melanizadas. En un ejercicio libremente inspirado en costumbres tribales mandingas, en algunos barrios se cultivan destrezas de personajes que encarnan a valientes guerreros. Milton Rodrigues —estibador y conductor de grupo de los mandingas de Ribera Bote— explica que, probablemente, los ancestros caboverdianos hayan conocido las danzas mandingas en las plantaciones de cacao en Santo Tomé y Príncipe, mientras compartían jornadas de trabajo con los guineanos, inmigrantes como ellos. “100 por ciento mandinga”, leemos en la camiseta de Milton mientras cuenta que, en los barrios más rezagados de Mindelo, la ayuda que reciben de turistas y participantes extranjeros en sus juegos escénicos resulta esencial. Este año, han conseguido juntar 200 kilos de comida y otras donaciones para una población que sufre especialmente la desatención en asuntos como la salud mental y el abandono escolar, admite.

Todo está preparado, por fin, para el gran martes. Y cuando llega el gran desfile competitivo, todos los bailarines rinden homenaje a las reinas y reyes de la vieja guardia carnavalera, los clowns se entremezclan con los músicos en vivo, el creóle se canta fuerte, los tambores percuten la tierra. Las carrozas se han vuelto mares y Poseidones, exuberancia vegetal amazónica, alegorías indígenas e historia caricaturizada entre tácitas peticiones e ironías que hacen a la vida comunitaria y los roces compartidos. El carnaval vuelve a ser una manifestación contra toda solemnidad, en favor de la disidencia de géneros, de cuerpos y de clases sociales. ¡Larga vida a Mindelo!

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.
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