Una gallina criolla contra el hambre en el Corredor Seco
La pandemia y los huracanes han agravado la situación en Guatemala, que tiene la mayor tasa de desnutrición crónica de América Latina. Con la crianza de un ave casi extinta, las mujeres indígenas maya han encontrado una solución
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Una gallina valiente. Así describe Vitalina Mejía a esta especie de ave criolla capaz de resistir al clima inhóspito del Corredor Seco de Guatemala. “Ellas aguantan hasta las tormentas”, asegura. Desde hace cinco años, la lideresa maya ch’orti’ cría gallinas pelucas o de cuello desnudo (Gallus domesticus nudicullis) en Chiquimula, uno de los epicentros de la hambruna en el país que tiene la tasa más alta de desnutrición crónica de toda América Latina.
“Aquí todo es seco y caliente, a veces tenemos que irnos lejos a buscar agua para nosotros y las gallinas”, cuenta Mejía. A sus 47 años, ha sido alcaldesa comunitaria hasta en tres ocasiones de la aldea Chispán Jaral que forma parte del Corredor Seco. En esa franja árida, que atraviesa El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala, no llueve con regularidad debido al fenómeno climático El Niño. Y si llueve es gracias a huracanes, como Eta e Iota, que arrasan los cultivos de frijol, maíz y café. Así, las familias ch’orti’ padecen hambre más de una vez al año. “Hay meses más duros que otros donde no hay trabajo para nadie y la gente migra por la falta de alimentos. Nosotras vendemos hasta nuestras gallinas para sobrevivir”, añade.
Esta es una de las caras más duras de la crisis del clima que azota a las aldeas al oriente del país desde 2012. Allí el BID Lab, laboratorio de innovación del Banco Interamericano de Desarrollo, ha financiado un modelo de adaptación climática junto a la Mancomunidad Copanch’orti’. La idea era recuperar el capital natural perdido por la deforestación y, con este, la producción de agua en cuatro municipios del territorio.
María de los Santos es otra de las lideresas de la región. A los 50 años recuerda bien cómo era la vida en la aldea Los Encuentros cuando era niña: “Teníamos unos bosques grandes y había agua, mangos y aguacates en cualquier lugar, pero hace unos 25 años empezaron a destruir todo con motosierras”. Para revertir esta pérdida, el modelo de adaptación trabajó con las comunidades en la siembra de árboles que restauren los suelos agotados por la sequía y, a la vez, den sombra a los cultivos de maíz, frijol y café frente a las altas temperaturas.
Teníamos unos bosques grandes y había agua, mangos y aguacates en cualquier lugar, pero hace unos 25 años empezaron a destruir todo con motosierras”, cuenta María de los Santos, otra de las activistas de la región
“Si botamos los arbolitos, el calor va a golpear fuerte a nuestra tierra y no va a producir agua ni nada. A mis compañeros les digo que recuerden eso cuando trabajan sin camisa bajo el sol y les quema”, relata de los Santos. Como coordinadora de las mujeres de su aldea, animó a otras compañeras a participar en la reforestación de la zona. Con incentivos económicos por proteger los bosques, hombres y mujeres recuperaron 5.000 hectáreas en los lugares más necesarios para generar el escaso recurso del agua.
Pero salvar los bosques no era una solución inmediata a la hambruna recurrente que, según datos del Gobierno guatemalteco, padecen más de la mitad de los niños de Chiquimula con desnutrición crónica. “Teníamos un gran reto porque cualquier programa de incentivo forestal lleva su tiempo. Tú siembras hoy y te pagan en uno o dos años después”, explica Lorena Mejicanos, especialista del BID Lab. En aquel momento, el equipo de técnicos tuvo que discernir entre lo prioritario y lo urgente para las aldeas. “No podíamos impulsar este programa mientras la gente moría de hambre”, asegura la experta, “Con las mismas comunidades encontramos que una de las causas de la desnutrición era la falta de proteína animal y fue ahí cuando supimos de la gallina peluca”.
Hacía varios años ya que un grupo de científicos del Centro Universitario De Oriente investigaba diversas aves de traspatio con el fin de paliar la inseguridad alimentaria en la región ch’orti’. Fue en una de las visitas de campo que una aldea les entregó dos gallinas pelucas. Así descubrieron que esta especie de dos kilos era más resistente al clima y el hambre con un instinto de supervivencia propio del Corredor Seco. Según Raúl Jáuregui, coordinador de la investigación, lo que hicieron fue trasladar el conocimiento ancestral de las comunidades a la ciencia y empezar a reproducir esta ave casi extinta debido a la introducción de otras variedades y el deficiente manejo sanitario de los animales. “Cada lugar tiene su gallina peluca, es decir, un animal que se adapta a las condiciones locales”, señala el zootécnico que ahora estudia otras especies criollas que puedan aguantar el clima extremo de la zona, como el pavo autóctono.
Para repoblar las aldeas con estas gallinas, hacían falta al menos 60.000 de ellas. La iniciativa del BID Lab recurrió entonces al “pase en cadena” y confió en el liderazgo de las mujeres para su éxito. “Deseábamos mucho un proyecto que trabajase con nosotras, porque siempre es con los hombres”, afirma Rosa Alonzo. Esta desigualdad a la que alude la caficultora es constante en todo el Corredor Seco y repercute en que, por ejemplo, las familias encabezadas por mujeres tengan 26% menos ingresos que la media; y que de estas, más de la mitad sufran hambruna, de acuerdo con el estudio Aquí lo que hay es hambre de Oxfam.
En las aldeas se montaron escuelas de campo para que las mujeres aprendan en dos meses sobre el cuidado, la reproducción y la provisión de vacunas para las gallinas pelucas. Cada una se hizo cargo de 10 gallinas y dos gallos de nueve meses de edad. “Las cuidamos y cuando se reprodujeron pasamos a otras familias una docena de sus crías y así se multiplicaron”, dice Alonzo que, al igual que otras mujeres ch’orti’, ahora tiene una producción de 50 huevos por semana para alimentar a su familia y vender los excedentes a sus vecinos.
Cada una se hizo cargo de 10 gallinas y dos gallos de nueve meses de edad. “Las cuidamos y cuando se reprodujeron pasamos a otras familias una docena de sus crías y así se multiplicaron”, dice Alonzo que, al igual que otras mujeres ch’orti’, ahora tiene una producción de 50 huevos por semana
Sin embargo, iniciar este proceso no fue fácil para las mujeres. El machismo aún impregna toda la vida en esta área rural a tal punto que, antes de las gallinas pelucas, los alimentos eran priorizados para los niños por su trabajo en el campo, relegando la nutrición de las niñas. “Al principio nos criticaron demasiado, hasta decían que nosotras queríamos matar a los hombres”, sostiene Mejía que, gracias a la venta de huevos, se ha unido a una asociación de ahorro y crédito de mujeres. “Aunque la vida aquí es difícil, nosotras hemos aprendido que tenemos derecho a trabajar para que nuestras hijas no pasen lo que nosotras vivimos”, agrega.
Con el esfuerzo femenino en la producción de gallinas y huevos, la iniciativa ha logrado que un tercio de las niñas aumenten de peso y estatura en 27% y 23% respectivamente. “Hubo un momento en que la población llegó a preguntarnos: ¿será que no es dañino consumir tanto huevo?”, recuerda, entre risas y satisfacción, la experta del BID Lab. Poco antes de la pandemia de la covid-19, además, las 6.000 familias de las aldeas generaban alrededor de 3,2 millones de dólares –2,6 millones de euros– al año en ingresos por la venta de carne, huevos, maíz y frijoles, y los incentivos forestales.
Poco antes de la pandemia de la covid-19, además, las 6.000 familias de las aldeas generaban alrededor de 3,2 millones de dólares –2,6 millones de euros– al año en ingresos por la venta de carne, huevos, maíz y frijoles, y los incentivos forestales
Pese a que el hambre en la región se ha agravado con el coronavirus y la temporada de huracanes, las gallinas de cuello desnudo han resistido y ayudado con sus huevos a que las familias sobrelleven mejor estas crisis. Para el BID Lab este es el resultado de un modelo de adaptación climática que rompe con el paradigma del asistencialismo muy presente en el Corredor Seco. En efecto, se trata de un modelo en el que la valentía de las mujeres y de sus aves alimenta un cambio en las próximas generaciones maya ch’orti’ que, en palabras de Alonzo, nunca más darán “lugar al machismo que solo trae más pobreza”.
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