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Las mujeres de la yuca que cultivan en Surinam y venden en Holanda

Una cooperativa femenina del país caribeño catapulta el cultivo tradicional de este tubérculo a los mercados locales e internacionales para cambiar la vida de cientos de familias en una zona rural donde los hombres y el empleo escasean

Las mujeres han usado la yuca tradicionalmente para cocinar y la saben elaborar de muchas maneras.
Las mujeres han usado la yuca tradicionalmente para cocinar y la saben elaborar de muchas maneras.Tania Lieuw-A-Soe (Cedidas)

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Tania Lieuw-A-Soe es la presidenta y fundadora de la cooperativa agrícola Wi! Uma Fu Sranan (WUFS), que en español significa ¡Nosotras! Las Mujeres de Surinam. Una cooperativa que nació en las remotas comunidades de la región de Brakopondo, en el interior de este país caribeño que hasta hace poco fue colonia holandesa. Allí, casi todas las personas que habitan son mujeres, niños y niñas. Hay muy pocos hombres. El empleo escasea y ellos se van a cazar durante semanas, incluso meses, o, en el peor de los casos, emigran a trabajar a las zonas costeras o a las minas de oro. Ellas se quedan al cargo del cuidado de la familia y la tierra.

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En Brakopondo, de población mayormente cimarrona descendiente de africanos esclavizados históricamente excluida, la yuca siempre fue un alimento básico y muy especial que ayudó a subsistir a las comunidades. Este tubérculo presente en América Latina y el Caribe tiene múltiples formas de cocinarse. “Las mujeres conocen bien cómo cultivar y producir la yuca, así que vimos que ellas eran las verdaderas protagonistas de la cadena de valor. Gracias a su perseverancia y determinación, las de la cooperativa lograron en 2014 sacar sus primeros productos a la venta”, explica Lieuw-A-Soe a través de videollamada.

El trabajo de las mujeres de la yuca atrajo la mirada del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). “Habían formado una cooperativa y vimos la oportunidad para fortalecer su capacidad de emprendimiento. Nos llamó la atención que tenían una visión y ambición para crecer, mejorar su producción en términos de calidad y cantidad, e involucrarse más en las cadenas globales de valor”, explica por videollamada Michael Hennessey, especialista de la División de Competitividad, Tecnología e Innovación del BID. Así, enfocadas al mercado y la comercialización, ya no solo siembran yuca para subsistir, sino que la transforman, desarrollando nuevos e innovadores productos a base de este tubérculo, como las gachas de yuca, el pan de yuca listo para hornear, panqueque de yuca sin gluten o su famosa papilla para bebés y ancianos, entre otros. “Como BID nos parece importante identificar y apoyar proyectos con potencial de crecimiento que mejoran vidas, y en ese caso la yuca era un producto tradicional al que se le podía agregar valor”.

Para la presidenta de la cooperativa, lo más importante del proyecto ha sido y sigue siendo cambiar la vida de las mujeres. “Ver lo que han demostrado y la alegría de ganar su propio dinero. Simples cosas para el mundo occidental que para ellas es un gran paso”. Porque una de las claves de esta cooperativa es crear un ingreso sostenible para las mujeres y que esta experiencia pueda expandirse a proyectos similares.

A veces se olvida que las mujeres son emprendedoras por naturaleza, que deben serlo para cuidar a la familia y generar ingresos
Michael Hennessey, especialista de la División de Competitividad, Tecnología e Innovación del BID

Pero no todo han sido éxitos. Durante el proceso de conformación de la cooperativa empezaron 50 y quedaron tres. Según Lieuw, a muchas de ellas se les dijo que las estaban engañando, así que sintió que estaban perdiendo el tiempo. Pero la perseverancia de las otras dos mujeres levantó la cooperativa, ahora con 38 integrantes. “La mayoría proceden de zonas rurales y todas están capacitadas en buenas prácticas agrícolas, de higiene y de fabricación”. Además, en todo el proceso se siguen los requisitos necesarios para que el producto sea orgánico, sin usar pesticidas. Por otro lado, ante la amenaza de la migración del campo a la ciudad, en la cooperativa se busca llegar a las jóvenes. “Es importante que se queden en la tierra, que sean parte de la cadena de valor sostenible que hace que la migración sea menor”.

Aunque entiende que la gente migre. Ella misma fue criada por una familia campesina y nunca soñó con dedicarse a ello. En concreto, era su madre la agricultora, quien cuidaba de 15 niños y una granja de más de diez mil pollos. En 2002, Lieuw decidió irse una temporada a Holanda y, al volver, se enamoró de nuevo de un país donde descubrió la importancia de la unión entre mujeres para cualquier proyecto. Un proyecto que se ha convertido en su propósito en la vida. “Ahora que soy mayor entiendo que la agricultura es la clave para sostener la vida. Y también soy una mujer de negocios, así que ahora mi mayor objetivo es llevar la agricultura a grandes negocios”.

Gracias al apoyo del BID, respaldado con recursos del Fondo del Programa de Reducción de la Pobreza de Japón (JPO-JSF), unas 700 mujeres del pueblo de Kapasikele y de otras aldeas de Brakopondo recibieron capacitación sobre buenas prácticas agrícolas y sobre cómo mejorar los procesos de producción y comercialización. Con ese enfoque, ocho de ellas llegaron incluso a viajar a Holanda para participar en un festival de alimentos que les ayudó todavía más a ampliar su visión.

El camino no ha sido fácil. Las reglas del mercado son exigentes e incorporarse a las cadenas de valor con todas las garantías requirió esfuerzo, adquirir nuevos métodos de producción y de mucha capacitación. Las mujeres fueron capaces de innovar y reinventarse. Ahora, dicen que cada mes cosechan 12 millones de toneladas de yuca, producen y distribuyen 12.800 paquetes de papilla de yuca y sus productos están en más de 100 supermercados de Surinam. Además, han conseguido exportar a Holanda donde vive una gran parte de la diáspora surinamesa. “Todo esto les ha empoderado un poco más. El ver que sus productos se venden en los supermercados, se exportan y la gente tiene interés en el trabajo que hacen les da también mucho orgullo y aumenta su autoestima. Son cambios importantes en las vidas de las mujeres porque además ganan más dinero que ayuda a sus familias”, considera Hennessey.

Un grupo de mujeres del pueblo de Kapisekele (Surinam) mostrando orgullosas sus productos empaquetados, elaborados a base de yuca.
Un grupo de mujeres del pueblo de Kapisekele (Surinam) mostrando orgullosas sus productos empaquetados, elaborados a base de yuca.Tania Lieuw-A-Soe (Cedidas)

El producto estrella de la producción es el porridge o papilla de yuca, que usan, especialmente, para la alimentación de bebés y personas mayores. Además, también mezclan la yuca con plátano, harina de arroz y soja, para obtener más nutrientes sin la necesidad de importar, favoreciendo la producción local y visibilizando el trabajo de las agricultoras. “A veces se olvida que las mujeres son emprendedoras por naturaleza, que deben serlo para cuidar a la familia y generar ingresos. Y en la agricultura el trabajo es subestimado, ni se tiene acceso a los títulos de propiedad, ni se reconoce la labor, a pesar de que son las responsables de la seguridad alimentaria en el mundo”. Michael Hennessey no tiene los datos que lo corroboran, pero si la percepción de que los proyectos gestionados por mujeres suelen tener mayores garantías de éxito. “Para el desarrollo económico y social de la región es fundamental su participación. Hay mucho talento y ofrecen muchas ideas. Han sido un activo subutilizado”.

La covid-19 les golpeó muy duro y les puso freno. No tuvieron ingresos por más de seis meses. Justo ahora empiezan a retomar sus actividades. La tramitación de las certificaciones internacionales de Comercio Justo y de la Global Gap de buenas prácticas agrícolas que quieren conseguir, se paralizaron por la pandemia. También las capacitaciones tuvieron que posponerse y dejar de ser presenciales en el aula, pero las reemplazaron por videos de animación de cinco minutos que las mujeres compartían a través de sus teléfonos móviles.

Brecha de género

Surinam, al norte de América del Sur, es un país de una gran diversidad étnica. Además de los cimarrones, un buen número de su población desciende de la servidumbre india, indonesia y china que trajeron los colonizadores ingleses, franceses y holandeses. Hoy, en este país de cerca de 600.000 habitantes, entre el 50% y el 70% de sus hogares, dependiendo de la fuente consultada, viven por debajo del umbral de pobreza. Una buena parte de esa pobreza recae en las mujeres.

Entre el 50% y el 70% de los hogares en Surinam viven por debajo del umbral de pobreza. Una buena parte de esa pobreza recae en las mujeres

Según el Índice Global de Brecha de Género del Foro Económico Mundial que mide la relación de paridad entre hombres y mujeres, Surinam ocupa el puesto 77 de 153 países con una puntuación de 0′70, tres puntos por debajo del uno que marcaría la igualdad. “Avanzamos lentamente y la situación está lejos de ser la ideal, pero no es desastrosa. Hay muchas mujeres emprendedoras, pero desafortunadamente, pocas están en puestos de decisión”, indica vía WhatsApp la consultora surinamesa experta en género Annette Tjon Sie Fat. El país caribeño puntúa bien en temas como la salud y la educación, con el 92% de mujeres de 15 a 24 años alfabetizadas, pero muy mal en participación y en empoderamiento político. “Tras las recientes elecciones, la Asamblea Nacional tiene 15 mujeres del total de sus 51 miembros y de los 17 ministros del país, 6 son mujeres”, afirma.

El país caribeño sí cuenta con una política de género a largo plazo que aspira a conseguir la plena igualdad en 2035, pero el Comité de las Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW), aun reconociendo las mejoras, expresó hace dos años su preocupación por las altas tasas de pobreza femenina de las zonas rurales, cimarronas e indígenas principalmente, y también por las violaciones de los derechos sobre la tierra de las mujeres indígenas y las mujeres tribales. La ley de Surinam no regula los derechos a la tierra colectiva.

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