Ceviche, agua de coco y empoderamiento femenino
Historias de emprendedoras del Chocó colombiano que han hecho realidad sus sueños de autonomía
Durante décadas, los chocoanos han vivido mirando al mar. En él se encuentran su pasado, su presente y las oportunidades de su futuro en forma de pesca y turismo sostenibles. Una realidad en la que el papel de la mujer es cada vez más importante.
Con la ayuda de ONG y líderes locales, mujeres de diferentes localidades del departamento del Chocó, en Colombia, están tomando la iniciativa y formándose para emprender. Juntas han aprendido a organizarse y a sacar partido a los infinitos recursos que ofrecen sus tierras, en un lugar donde la selva se mezcla con las aguas del Pacífico.
Entre sus objetivos está impulsar el desarrollo de sus comunidades y avanzar en el empoderamiento femenino. Estas son las historias de varias colombianas que, de la mano de su comunidad, están cambiando la realidad en la que viven y cumpliendo sus sueños de independencia y autonomía.
Chachita y la promesa del turismo
En la costa de Nuquí se encuentra La Posada de Chachita, una cabaña con vistas al océano escondida entre los manglares. Chachita es el nombre con el que se conoce a Ruthnibet Martínez Caizamo, una líder comunitaria que está detrás del proyecto Posadas Nativas Corredor Turístico Arutepa.
Chachita tiene una red con varios alojamientos. El sendero por los manglares que conduce a una de ellas lo hizo junto a su familia. “A hombro”. Detrás de tanto trabajo hay un objetivo: el de formar una red de establecimientos por todo el Chocó que funcionen como empresas responsables con la comunidad y la naturaleza y mediante las que los nativos puedan valerse por sí mismos.
Si nosotros no empoderamos a las comunidades, este turismo lo desarrollará otro y se llevará toda la riqueza que tenemos
“Queremos fomentar un turismo sostenible manteniendo la autenticidad de los habitantes locales. Si nosotros no empoderamos a las comunidades, este turismo lo desarrollará otro y se llevará toda la riqueza que tenemos”, explica. “Pero una golondrina no hace el verano, hace falta que estemos todos”.
Esta líder comunitaria denuncia la falta de medios, pero cree que con el esfuerzo colectivo y mediante la organización podrán lograr sus objetivos. “Otras comunidades están soñando, soy un ejemplo a seguir para ellas. Aquí no hay que esperar a que a uno le den la cuchara: si usted le pide cucharas a una institución, no le dan nada. Piensan que es haragán. Pero si usted pide como empresa plataformas para desarrollarse, servicios para mejorar la calidad como la energía o la conectividad, infraestructuras… Eso sí que se apoya”.
A unos kilómetros de sus posadas, siguiendo la costa hacia el sur, en el corregimiento de Partadó, una asociación formada por seis mujeres y tres hombres participa en la red impulsada por Chachita. Han conseguido atraer a viajeros interesados en un tipo de turismo diferente: les abren las puertas de sus casas, les ofrecen su misma comida y les invitan a participar en su día a día.
“Esto empezó por una amiga que tuvo un sueño, el de renovar las casas de nuestros padres”, cuenta Clara Inés Perea, miembro de la asociación. “Con esta idea empezamos a reunirnos y a hacer talleres de capacitación para organizarnos”.
Uno de los atractivos principales de las posadas nativas son las Noches de Vichera. “Contamos chistes y cuentos, comemos y bailamos alrededor de una fogata en la noche. Se trata de una tradición muy antigua, de nuestros abuelos y tatarabuelos”, añade. “Nos ha servido mucho porque ahora nos vienen a visitar. Estábamos abandonaditos, no existíamos”. Ofrecen, también, sus mermeladas tradicionales, que han llegado a venderse en restaurantes como el afamado Leo de Bogotá.
Aunque insisten en que estas actividades son las que han realizado toda la vida, en realidad han ido más allá. De la mano de Cachita, diferentes organizaciones locales han recibido formación para profesionalizar su actividad. “Hemos organizado talleres de danza y de música para aprender a tocar los tambores y hasta el joropo”, explica Betsaida Mosquera, otra de las mujeres pertenecientes a la asociación.
“Ellas han venido realizando un ejercicio de fortalecimiento, para ofrecer sus servicios como una empresa”, señala Luis Alberto Angulo, miembro de Riscales, una de las organizaciones que buscan capacitar a los habitantes de la región. “Es un avance muy significativo en una zona que fue azotada durante años por la violencia”.
Dora y el valor del mar
El mar es el principal sustento de los habitantes del Chocó. Cada día, los pescadores salen al océano cargados con sus equipos de pesca tradicional (los mismos que han usado durante generaciones) para hacerse con su manutención y con el género que luego enviarán a otras regiones de Colombia. Se trata de una actividad en la que juegan un papel fundamental, de nuevo, las mujeres.
“En Cabo Marzo tenemos una excelente pescadora, se llama Dora. Es tremendísima en la mar. Pesca, maneja los motores y los arregla mejor que muchos mecánicos, le hace a todo. Tiene un equipo de trabajo con tres lanchas y 15 hombres a su cargo. Trabaja de sol a sol”, cuenta Carmen Yaneth Asprilla Martínez, trabajadora de la pesquera La Merluza, en Bahía Solano.
Cabo Marzo quedó prácticamente deshabitado en los años 2000 por el conflicto entre la guerrilla y los paramilitares. Ahora, este corregimiento del municipio de Juradó se ha recuperado y cuenta con un campamento en el que trabajadores como Dora y Carmen Yaneth pasan temporadas de entre 20 días y un mes, pescando y recogiendo el fruto en centros de acopio, facilitados por organizaciones como la Fundación MarViva.
“Llevo 24 años yendo allá. La primera vez a los 15 años, muy jovencita. Empecé yendo a cocinar, después como monitora y heladora, y ahora a veces salgo a faenar, aunque normalmente recibo el pescado”, explica Carmen Yaneth. Ella es la encargada de mantener la cadena de frío para que las capturas lleguen a la pesquera en buenas condiciones y se envíen a restaurantes como WOK y Takami, en las principales ciudades colombianas, y a supermercados de la cadena Éxito.
Muy unida al trabajo de los pescadores del Chocó y a gran parte de los planes de mejora que se llevan a cabo en la región está Lorena Marmolejo Hurtado, coordinadora local de pesca responsable de la Fundación MarViva. Su trabajo consiste en que a los trabajadores de los proyectos no les falten nunca recursos, ideas o motivación.
“Empezamos con cuatro iniciativas y ahora tenemos muchas nuevas”, explica la coordinadora local de MarViva. “Toda la comunidad está muy agradecida por el trabajo realizado. Han aprendido a cuidar el pescado, comercializarlo y proteger los recursos naturales. A ser responsables para que nuestros hijos puedan conservar el recurso de la pesca en el futuro”.
Aminta y los números de la gastronomía
Uno de los proyectos en los que participó Lorena Marmolejo fue la creación del restaurante Asociación Afroinnovadora Productos del Mar, que une los dos grandes sustentos de la región para las próximas décadas: el turismo y el mar.
Un total de 11 mujeres del corregimiento de El Valle, en el municipio de Bahía Solano, son las protagonistas que han hecho realidad este restaurante, en el que se ofrecen productos locales cocinados de forma tanto tradicional como creativa. Así, en su menú pueden encontrarse desde tortas de pescado hasta sushi, carpaccio o ceviche. Una manera de mantener viva la gastronomía del Chocó (un lugar en el que la mayoría desayunan, comen y cenan pescado) con un valor añadido para los turistas.
Detrás de este proyecto común hay más de dos años de trabajo, formación y esfuerzo. Se han organizado talleres para aprender de cocina, comunicación, buenas prácticas, trabajo en equipo, sostenibilidad y un largo etcétera. Todo con el objetivo de formar un proyecto consolidado que pueda sostenerse y generar ingresos.
En El Valle, para muchas familias la economía es prácticamente de subsistencia. “Yo soy ama de casa y mi esposo es agricultor. Vivimos de la tierra, cultivamos arroz y plátano y criamos pollitos allí en la granja”, describe Aminta Córdoba, la tesorera del grupo. “Nos da para el sustento de la familia, pero es difícil comercializar la cosecha. Por eso queremos organizarnos bien y tener un grupo bien consolidado, que se pueda sostener”.
Es importante para una, también como mujer, empoderarse para no ser nomás ama de casa, sino demostrar lo que una siente y quiere
A Aminta Córdoba la eligieron como tesorera sus compañeras por su lucidez y su buena cabeza para los números. El grupo cuenta también con una vocal, una secretaria, una vicepresidenta y un presidente, Martín Mosquera, que les ha apoyado durante el proceso de creación del proyecto.
Los planes van más allá de montar el restaurante en El Valle. “La idea es que podamos fortalecer el mercado local y después salir de acá y tener restaurantes en Medellín, una ciudad con mucha más gente donde va a haber comercio durante todo el año”, explica Martín Mosquera. “Lo interesante es que podamos mostrar todo el proceso del trabajo, desde que se captura hasta que llega a la mesa. Cómo trabaja el pescador, a qué hora se levanta, cuáles son sus herramientas o cómo lo captura”.
Para el grupo de mujeres, el restaurante es la materialización de un objetivo común en el que han volcado todas sus expectativas y su ilusión. “Pertenecer a un equipo era uno de mis sueños, y yo sentí que tenía la oportunidad junto a mis hermanas, compañeras, de hacer que este grupo saliera adelante”, reflexiona Fansieni Palacios, otra de las integrantes.
Y dice en voz alta algo que comparten muchas de sus compañeras, protagonistas de estas historias: “Es importante para una, también como mujer, empoderarse para no ser nomás ama de casa, sino demostrar lo que una siente y quiere”.
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