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TRIBUNA
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Contra la polarización

Las contraposiciones ideológicas percibidas o sentidas son más fuertes que las reales. Incluso en sociedades con debates especialmente intensos, la centralidad no desaparece

Tribuna Innerarity 26 feb
Tomas Ondarra Galarza
Daniel Innerarity

Como categoría de análisis político, la polarización está sobrevalorada. Que fuera la palabra del año no la convierte en la descripción objetiva de la sociedad. Hay en nuestras democracias fuertes disputas, histeria y desprecio, pero no polarización, al menos no en las dimensiones ni con la categorización que de ella se hace habitualmente. A pesar del reciente incremento de la hostilidad y la división en el espacio público, mi tesis es que no hay polarización en las sociedades democráticas si por tal entendemos constelaciones de conflicto relativamente estables y duraderas que configurarían una escisión de grupos sociales según intereses e identidades. Es cierto que determinados antagonismos se han acrecentado, pero esto no significa que hayan dado lugar a bloques sociales estables y rígidos, sin ninguna porosidad y entre los que ya no fuera pensable ningún compromiso.

¿A qué se debe entonces la intensidad de nuestras contraposiciones ideológicas? La polarización percibida o sentida es más fuerte que la real. Quien se mueve solo en determinadas burbujas de las redes sociales puede terminar creyendo que la sociedad está compuesta únicamente por canceladores culturales y negacionistas. Incluso en sociedades con debates especialmente intensos, la centralidad no desaparece; lo que hay es una politización en los márgenes que afecta a toda la dinámica del conflicto.

Polarizar es una estrategia de quienes desearían que no se produjera ninguna convergencia en la centralidad. En ese espacio habita mucha gente que no tiene el kit ideológico que les encajaría perfectamente en una tribu política concreta. ¿Y si la tan cacareada “mayoría social” fuera esta? El manual de campaña convencional dice que hay que polarizar, pero no es menos cierto que hay una expectativa social de mensajes positivos e integradores, que la radicalidad no resulta tan atractiva para el grueso de la sociedad, que es posible crecer moderándose. Así se explicarían los avances de BNG, Bildu o ERC; la diferencia entre Podemos y Sumar es precisamente la que tiene que ver con el tránsito del antagonismo a la transversalidad.

En medio del fragor de las más intensas campañas electorales se sueña con coaliciones y acuerdos incluso con los enemigos. Lo que sabemos de la negociación de Feijóo con Junts y ERC muestra, al menos, dos cosas: que entre unos encarnizados adversarios hay de hecho un mayor nivel de acuerdo de lo que podía suponerse a partir de las declaraciones y movilizaciones realizadas por el PP contra una amnistía cuyo objetivo de fondo comparten y que deberíamos acostumbrarnos a entender que en política existen dos planos diferentes: uno el análisis de la realidad y otro la táctica de combate, y es en el segundo donde está la causa de la polarización, no tanto en el primero. Quienes exploraban una posible negociación de investidura estaban de acuerdo en que el conflicto catalán debe ser reconducido de manera que pueda abordarse políticamente y que no tiene nada que permita interpretarlo con las categorías del terrorismo. No es poco y desmiente al menos la versión maximalista de la polarización respecto del asunto más divisivo de la actual política española. Los políticos están más de acuerdo en el ámbito privado que en el público, son más sinceros en las relaciones personales que cuando están gesticulando ante el público.

Un grupo de sociólogos alemanes liderados por Steffen Mau ha ordenado los principales escenarios de batalla ideológicos en: redistribución, nación, diversidad y justicia climática. Demuestra que en todos ellos la mayor parte de la gente adopta posiciones moderadas, las opiniones se solapan entre los distintos seguidores de los partidos, los planteamientos no se reducen a un a favor o en contra y se valora el acuerdo con quienes piensan de diferente manera.

1. El primero de ellos tiene que ver con las desigualdades arriba/abajo, tal y como se plantean en el clásico conflicto socioeconómico sobre la redistribución. El eje izquierda/derecha se ha articulado especialmente en torno a esta confrontación, pese a lo cual podemos constatar un espacio común para el acuerdo. El desmontaje del Estado de bienestar no es un objetivo compartido por toda la derecha, sino por su versión neoliberal, que no es hegemónica. Quienes se manifiestan en contra de la protección social no lo hacen por un rechazo general a la idea, sino por considerar que son ayudas que les discriminan o que no están plenamente justificadas. No es demasiado el espacio de encuentro, pero lo suficiente como para no reducir la discusión sobre estos asuntos a una polarización entre los que están a favor o en contra del Estado de bienestar.

2. El segundo ámbito de conflicto se refiere a las desigualdades dentro/fuera, y agruparía los diversos debates en torno a la pertenencia, territorialidad e inclusión. La cuestión territorial, tan divisiva en España, no confronta a comunitaristas y cosmopolitas, sino a distintas concepciones de la distribución del poder y, sobre todo, un combate de las élites por tener más recursos de gobierno. Pese a la intensidad de nuestra confrontación sobre esta materia, salvo en pequeñas minorías, no hay nativismo, supremacismo o xenofobia en los diversos sentimientos de pertenencia nacional, ni entre los españolistas ni entre los independentistas. Son una excepción quienes viven y expresan esa identidad en términos de contraposición agresiva, superioridad y exclusión.

3. Otro escenario de confrontación ideológica es el de las desigualdades nosotros/ellos, donde se desarrollan los conflictos que tienen que ver con el reconocimiento de la identidad, la diversidad sexual y los asuntos relativos al género. Aquí también podemos constatar que casi nadie pone en cuestión el derecho de cada uno a vivir del modo como le parezca y a no ser excluido por ello. Tenemos el ejemplo del matrimonio igualitario, que se convirtió en un caballo de batalla constitucional, pero del que hicieron uso en la práctica también quienes se oponían a su legalización. Lo que la retórica política estaba separando, lo unía la vida real. Me parece interesante constatar a este respecto que incluso los contrarios al feminismo suelen aludir a que defienden “el buen feminismo”, aceptando así indirectamente el marco que en principio rechazan.

4. Tendríamos finalmente las desigualdades presente/futuro, donde estarían las discusiones en torno al medio ambiente y el cambio climático, que confrontan los diversos intereses generacionales o la oposición entre el corto y el largo plazo. Y aquí también encontramos más acuerdo del que asumen quienes reducen el debate a un antagonismo entre activistas climáticos y negacionistas. Una gran mayoría cree que hay que proteger el medio ambiente; entre los renuentes a la transición ecológica, más que una impugnación de los objetivos climáticos, lo que hay es una preocupación porque puedan entrar en contradicción con el desarrollo económico, una discusión acerca del ritmo y la realizabilidad de los objetivos.

Podemos dramatizar según nos convenga, pero el pacto de posguerra que dio lugar al Estado de bienestar es más resistente de lo que suele asegurarse. La ofensiva neoliberal fracasó y lo que hoy tenemos es keynesianismo y nuevos derechos sociales, aceptado también por los conservadores y solo impugnado por la extrema derecha. Las diferencias están más en el terreno de las políticas que en el de los valores. El nuevo consenso social es liberal-progresista. A eso aluden las extremas derechas con su cruzada contra “lo políticamente correcto”. Si están tan irritadas es porque han entendido bien que tienen perdida la batalla. Alguien podría objetar que se asoman nuevas amenazas iliberales o directamente autoritarias, a lo que cabría replicar que si nos sentimos en peligro es porque poseemos algo valioso y por eso hablamos de defender las “conquistas”

Incluso aunque, como es previsible, Europa gire a la derecha en las elecciones de junio, me atrevo asegurar que el PPE no se atreverá a gobernar en Bruselas con la extrema derecha, aunque solo sea por razones geopolíticas. Habrá una nueva Comisión, algo más a la derecha que la actual, pero no se quebrará ese consenso de fondo en materia redistributiva, migratoria, de diversidad y lucha contra el cambio climático. Seguirán ahí los problemas y las deficiencias (muy especialmente en lo que se refiere a la migración), pero la polarización tiene todavía menos futuro a nivel europeo que en el plano estatal.


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