Menos porno y más bibliotecas
Hay millones de estudiantes que dan el mismo crédito a un artículo de ‘Nature’ que a un comentario de Forocoches. No saben nada de jerarquías del conocimiento ni de la verdad ni de la realidad
La paternidad exige al menos dos conversaciones serias: una sobre los Reyes Magos y otra sobre sexo. Ni los padres ni los hijos queremos tenerlas, y la vida sería más elegante si las eludiésemos y los padres nos muriésemos y a los hijos les salieran canas sin haber pasado por ese trámite de yo sé que tú sabes, pero tengo que actuar como si no supieses que yo sé lo que tú sabes. La de los Reyes sigue un guion con pocas variaciones desde hace más de un siglo. La del sexo, en cambio, ha evolucionado mucho desde lo de las abejitas y las florecitas. Ahora, según me dicen los padres que han pasado el trago (yo aún soy virgen), lo que se lleva es hablar de porno, sobre todo con los chicos que traen la hormona agitada y revuelta.
El porno preocupa, como preocupan los pederastas y las violencias y acosos de las redes sociales. Son terrores que quitan el sueño a cualquier padre cuando le regala el primer móvil a su prole y casi siempre están justificados, pero me da la impresión de que ocupan un espacio avasallador en el debate. Tanto, que evitan la discusión sobre otros terrores que tienen que ver con la enseñanza, eso que solo da titulares cuando los alumnos suspenden las pruebas de PISA. A mí me asustan más estos.
Cuando tengo pesadillas sobre mi hijo e internet nunca van de depredadores sexuales o de que le aparece un vídeo de orgías al buscar uno sobre Minecraft. A mí me escalofría que no sepa usar la información. La tragedia del alumnado —esa que el Gobierno pretende parchear con profesores de refuerzo para Matemáticas y comprensión lectora— es que se educa en un mundo sin libros ni fuentes fiables. Hay millones de estudiantes que dan el mismo crédito a un artículo de Nature que a un comentario de Forocoches. No saben nada de jerarquías del conocimiento ni de la verdad ni de la realidad. Los jóvenes están prevenidos contra acosadores y pederastas, y reciben abundantes sermones sobre la irrealidad violenta del porno, pero a nadie le preocupa que naveguen sin criterio, a merced de bulos y delirios. No digo que dejemos de lado las charlas sobre los Reyes Magos y sobre el sexo, pero es hora de añadir otra conversación incómoda al repertorio paternal del tenemos-que-hablar. Ya que la escuela ha renunciado a impartir conocimiento, por lo menos, que enseñe a los alumnos el camino a la biblioteca, donde no todas las opiniones valen lo mismo.
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