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TRIBUNA
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La ‘Bideneconomía’ no funciona

Con Clinton, George W. Bush y Obama, EE UU sirvió de ancla para el resto del mundo al absorber el exceso de ahorro de la economía globalizada. La del actual presidente es una política para que EE UU se beneficie a costa de los demás

Biden, el día 16 en la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC) en San Francisco.
Biden, el día 16 en la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC) en San Francisco.CARLOS BARRIA (REUTERS)
Wolfgang Münchau

La Clintoneconomía fue el último modelo de política económica estadounidense que tuvo éxito y, como política, funcionó para Estados Unidos y para muchos otros países que la probaron. A Tony Blair y Gordon Brown les dio resultados. Los principales pilares de la Clintoneconomía eran la estabilización macroeconómica, la liberalización del comercio mundial, la reforma del bienestar y la liberalización económica. Esta última fue demasiado lejos. Pero como paquete, funcionó.

Sin embargo, la Bideneconomía no está funcionando como política, ni siquiera para Joe Biden. El último sondeo de The New York Times y el Siena College muestra que Donald Trump supera a Biden en cinco de los seis Estados bisagra más importantes. La idea central de la Bideneconomía era volver a dar poder económico al Cinturón de Óxido, pero los Estados del cinturón manufacturero se decantan por Trump.

Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, citaba como primer objetivo de la Bideneconomía la inversión de la tendencia al vaciado de la base industrial estadounidense. Este relato reverbera con fuerza en las cámaras de eco políticas del centroizquierda europeo. Rachel Reeves, la portavoz de Economía laborista, alaba lo que ella denomina un consenso global incipiente a favor de una política industrial más fuerte, un Estado más activo y el friendshoring, la vinculación de las cadenas de suministro entre países amigos, alejándolas de China.

Aparte de los 550.000 millones de dólares de inversión en infraestructuras y la ley de empleo, no hay mucho en el programa de la Bideneconomía que pueda funcionar para el Partido Laborista o para cualquier otro partido en Europa.

El vaciado de las bases industriales lleva varias décadas produciéndose en el Reino Unido y en muchos países occidentales, con la excepción de Alemania y Japón. Fue el resultado de la liberalización del comercio y de la especialización económica en sectores como el financiero.

La de Alemania es una historia aleccionadora sobre las consecuencias políticas de apoyar a la industria contra viento y marea. Alemania necesitaba gas más barato, por lo que vendió su alma a Vladímir Putin. El resultado fueron los gasoductos Nord Stream en el mar Báltico, causa de muchas fricciones políticas incluso antes de que Putin invadiera Ucrania. Los gasoductos rusos y la dependencia de China fueron el precio que Alemania pagó para garantizar su competitividad industrial. También tuvo que introducir dolorosas reformas por el lado de la oferta para contener los salarios.

La política más importante del Gobierno de Biden, admirada también por Reeves, es la Ley de Reducción de la Inflación. No tiene nada que ver con el aumento del nivel de precios, sino que pretende atraer a las empresas extranjeras a Estados Unidos mediante grandes subvenciones. Su prioridad son las tecnologías que reducen las emisiones de carbono y la mejora de la atención sanitaria. El coste total estimado es de unos 300.000 millones de dólares (unos 276.000 millones de euros) en una década.

La contrapartida de estos programas ha sido una expansión fiscal masiva. El estímulo fiscal combinado durante la pandemia de los gobiernos de Trump y de Biden ascendió a cinco billones de dólares (unos 4,6 billones de euros). El último informe Perspectivas de la economía mundial del Fondo Monetario Internacional (FMI) sitúa el déficit estadounidense de este año en el 8,2% de la producción económica y pronostica más de un 7% tanto para 2024 como para 2025.

La Clintoneconomía y la Bideneconomía constituyen opuestos exactos: consolidación macroeconómica frente a gasto deficitario; deslocalización frente a relocalización; desregulación frente a reregulación. Pero la diferencia más importante es que la Bideneconomía no puede exportarse. No todos podemos atraer a las empresas de los demás quitándoselas a base de subvenciones masivas y esperar que nos vaya mejor. Esto es, globalmente, un juego de suma cero.

Si el Reino Unido y otros países europeos intentaran jugar al mismo juego, saldrían perdiendo. Al Reino Unido posterior al Brexit le iría mejor si cosechara los beneficios de sus especializaciones, en lugar de imitar los modelos económicos de otros.

Afortunadamente, Reeves no emula las irresponsables políticas macroeconómicas del Gobierno de Biden. Estados Unidos se encuentra en una posición única para incurrir en grandes déficits gracias al papel del dólar como principal divisa mundial. Pero no es una política sin costes. Mantendrá la inflación y los tipos de interés más altos durante más tiempo. De momento, funciona. Pero lo más importante es que solo funciona para Estados Unidos.

Con Clinton, George W. Bush y Barack Obama, Estados Unidos sirvió de ancla para el resto del mundo al absorber el exceso de ahorro de la economía globalizada. En cambio, la Bideneconomía es una política para que Estados Unidos se beneficie a costa de los demás, muy similar a las doctrinas económicas basadas en la competitividad de Alemania y China.

El Reino Unido siempre ha sido una versión en miniatura del antiguo Estados Unidos. Ha registrado déficits por cuenta corriente y se ha especializado en servicios, como las finanzas, y en campos de alta tecnología, como las vacunas y la tecnología financiera. El Reino Unido no estaba tan obsesionado con su competitividad como Alemania.

La base de la Bideneconomía es la reindustrialización, el aspecto que Reeves está ansiosa por reproducir. Pero es más fácil decirlo que hacerlo. La industria requiere de mano de obra altamente cualificada, formada en procesos industriales especializados. ¿De dónde vienen estas personas?

Los alemanes saben un par de cosas sobre lo que se necesita para garantizar un flujo de personal cualificado para la industria. Hasta ellos lo están pasando mal. Ahora intentan remedar una parte específica de la Bideneconomía con un coste masivo: las subvenciones a los semiconductores. La Ley de Chips y Ciencia aprobada por el Congreso estadounidense el año pasado es un programa de 280.000 millones de dólares (unos 257.600 millones de euros) para relocalizar la producción de semiconductores, inteligencia artificial, robótica y computación cuántica.

Alemania también ha empezado a subvencionar a los fabricantes de chips: 10.000 millones de euros a Intel y 5.000 millones a Infineon. Nunca un Gobierno alemán había subvencionado con semejante cantidad a una sola industria en tan poco tiempo. Una respuesta mejor a las presiones en la cadena de suministro habría sido diversificar los proveedores, en lugar de gastar miles de millones en conseguir que estos produzcan en el país.

Pase lo que pase en las elecciones de 2024, no alterará básicamente el rumbo de la política económica estadounidense. Gran parte de la Bideneconomía es una continuación filtrada de lo que Trump había iniciado en 2017: la guerra comercial contra China y la relocalización industrial mediante incentivos fiscales. La razón por la que estas políticas no son exportables a otros países es que van dirigidas contra ellos.

La Clintoneconmía y la Bideneconomía reflejan dos filosofías contrapuestas de política económica, el enfoque globalista frente al mercantilista, o lo que es lo mismo, salir ganando todos o salir ganando uno y perdiendo los demás. Para una economía mediana y abierta como la británica, la Clintoneconomía funcionó. La Bideneconomía es veneno puro.


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