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LA BATALLA POR LA CASA BLANCA

Wall Street, a la espera de la 'clintonomics'

Financieros y empresarios se preparan para la eventualidad de una derrota de Bush

La ventaja de Bill Clinton frente a George Bush en todos los sondeos, a menos de tres semanas del martes 3 de noviembre, moviliza estos días a los poderes financieros y empresariales, a fin de poder controlar el alcance de los planes económicos de una futura Administración demócrata. Los comentarios apuntan que el equipo de Clinton dará la oportunidad a Wall Street para que un hombre de su máxima confianza, sin hoja de servicios sospechosa, pueda hacerse con el Departamento del Tesoro en el próximo Gobierno.

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La Bolsa de Nueva York sigue siendo una de las grandes atracciones turísticas de la ciudad. El gran mito del capitalismo americano está al alcance del público y es uno de los pocos museos donde no hay que pagar entrada. Esta tarde de octubre, a dos días del quinto aniversario del crash del 19 de octubre de 1987, Broad Street, sede de la Bolsa desde 1865, vive una jornada de perros. Llueve sin parar, pero un público mayoritariamente local -la atracción del american dream (sueño americano) aún no ha decaído del todo- se apretuja con gabardinas y paraguas chorreantes en una sala donde un funcionario de color de casi dos metros explica cómo funciona este mercado, que tiene en su lista 83.000 millones de acciones emitidas por más de 1.700 compañías, con un valor superior a tres billones de dólares y que cada día negocia 200 millones de títulos, con capacidad para llegar a 600 millones."Nadie se lo cree, pero es muy siniple", explica mientras apunta con el dedo hacia una cinta de ordenador por la que circulan unas siglas en color mercurio con unos números quebrados debajo de cada una de ellas. "Ven ustedes GM. ¿Alguien de los aquí presentes sabe qué es GM?", inquiere mientras una señora americana saludable que lleva chándal y zapatillas deportivas contesta orgullosa: "General Motors". ¡Muy bien. That's great!", contesta el funcionario.

"Y esta sigla, ¿alguien puede decir qué es?", pregunta otra vez, deteniendo el ordenador mientras señala la sigla KO. Nadie sabe de qué va. Insiste una y otra vez, sin resultado. "Pero si es Coca Cola!", suspira por fin

Más tarde, ya en la sala de operaciones, se ve que el mercado está tranquilo. Toda la incertidumbre que ha generado la candidatura del demócrata Bill Clinton en este templo republicano no ha logrado el desplome de las cotizaciones, que se sitúan en la línea de resistencia de los 3. 100 puntos. Al menos, de momento, nadie percibe la llegada de un nuevo crash.

"No creo que haya ningún movimiento significativo en la Bolsa. La gente sabe ahora que Clinton puede ganar las elecciones el próximo día 3. Por tanto, se está descontando la posible victoria. Si gana Bush, ya se conoce su política, no es ninguna novedad. Me parece que todo está bajo control", dice Robert Rubin, codirector del poderoso e influyente banco de inversiones Goldmán-Sahs."La gente de Wall Street es del Partido Republicano, pero ya hace tiempo que ha tomado nota del bloqueo de Bush y los crecientes problemas a corto y largo plazo de la economía norteamericana. Yo creo que no hay miedo real", agrega.

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Uno ele los asuntos que obsesionan al mundillo de Wall Street es el equipo de Bill Clinton. Sobre este asunto hay una gran incertidumbre. "Nadie tiene ninguna pista sobre el equipo. Es una gran incógnita. Yo creo que Clinton va a nombrar un secretario del Tesoro procedente de Wall Street, como podría ser Bob Rubin, y buscará un buen modus vivendi con Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal", aseguró a EL PAÍS Gary Hufbauer, economista del Instituto de Economía Internacional Bergsten.

Hufbauer cree que Clinton recibirá muchas presiones, si es elegido presidente, para poner en marcha estímulos fiscales rápidamente a fin de acelerar el pulso de una recuperación cuyo ritmo de actividad no es el de una economía que ha salido de la recesión. "Entonces, claro, Clinton puede desatar algunas tensiones inflacionistas reprimidas, y esto comenzará a generar tensiones en todas las instituciones", explica. El problema es que la tasa de inflación norteamericana, en la línea del 3% anual, se ha reducido apelando, entre otras cosas a la receta del desempleo, que las estadísticas oficiales sitúan en el 7,5% y que en términos reales, con cómputos a la europea, podría llegar fácilmente al 9% o al 10%. "Es siempre el mismo debate. Yo creo que el desempleo es tanto o más grave que la inflación. Pero es evidente que la eliminación de puestos de trabajo afecta a los sectores sociales cuya capacidad para influir en Washington es nula. En cambio, la inflación enseguida movilizará a los poderes financieros contra Clinton", dijo a este periódico Robert Heilbroner, profesor de Economía de la Facultad de Graduados en la New School de Nueva York.

"Conozco bien a Magaziner uno de los principales asesores de Clinton, y sé que, si ganan las elecciones, la nueva Administración intentará una ruptura con la etapa Reagan-Bush. Tienen un programa de infraestructura, por ejemplo. La clave está en cómo elaborar lo que llamaría un presupuesto de capital, para hacer las cosas que son vitales y no ampliar el déficit, que ya es insostenible", explica. Según Heilbroner, el modelo socialdemócrata a la europea de Clinton tiene un gran problema de partida: "Todo programa de reactivación fiscal provocaría, en las circunstancias actuales, una tensión inflacionista. Para atajarla seria necesario un pacto social. Y, claro, un pacto requiere unos firmantes que aquí no tenemos. Ni sindicatos ni patronos. Por otra parte, los controles de precios no funcionan".

La solución por la que parecería optar Clinton, según el programa electoral, es la de combinar el estímulo fiscal con una reducción del déficit público a largo plazo, algo que constituye la principal diferencia entre las plataformas del Partido Demócrata y de Ross Perot, quien propone eliminar el déficit inmediatamente y, al tiempo, acabar con todos los males económicos (desempleo, inflación, competitividad, reestructuración industrial, bajos salarios, educación y salud).

La calma del sector financiero americano por último, se debe también al hecho de que la feroz crisis de bancos, cajas de ahorro y cajas de inversión, tras los excesos de los años ochenta, ha desaparecido por arte de magia de la escena. Los debates electorales tampoco han entrado en el asunto. Bush prefiere olvidar los problemas, el Congreso apoya esta línea de bajo perfil y los periodistas parecen haber quedado exhaustos de escribir decenas de libros sobre el saqueo de los últimos anos, cuyas ventas han sido espectaculares.

La Reserva Federal siempre ha luchado para evitar que el sistema financiero sea objeto de debate en las campañas electorales, y además se muestra comprensiva con las dificultades de las entidades. El tipo de interés de los llamados federal funds, dinero que se prestan los bancos entre sí a un día, cayó en 32 meses de los últimos 40, lo que sitúa los tipos a corto plazo a su nivel más bajo desde 1963. La débil recuperación ha permitido un alívio de los bancos, ya que éstos no trasladan a sus clientes la baja de tipos de interés practicada por la Reserva Federal y mantienen una diferencia importante con el tipo que pagan por los depósitos de clientes. Ésta es una fuente de interesantes beneficios en los últimos nueve meses. Y para cerrar el negocio, los tipos de interés a largo plazo aún se resisten, por la incertidumbre, a bajar al nivel de los de corto plazo (actualmente la diferencia entre ambos es la mayor desde los años treinta), lo que permite ganar la diferencia invirtiendo, simplemente, en bonos gubernamentales.

Mientras Wall Street, el otrora bastión republicano, se va ha ciendo a la idea de una presidencia demócrata -sin abandonar hasta el último momento la posibilidad de que Bush recobre en estas semanas algo de fuerza-, otros empresarios americanos se han pasado al bando de Clinton al ritmo de los sondeos. El programa de incentivos que propone el candidato demócrata y su habilidad para incorporar las su gerencias empresariales ha enrolado a la flor y nata de Silicon Valley tras la bandera del cambio. Los consejeros delegados de Hewlett Packard (John Young) y de Apple Computer Inc. (John Sculley) encabezan un sector di námico que era fiel al Partido Republicano. Precisamente, el actual presidente y fundador de Hewlett Packard, David Packard, de 80 años, atacó pública mente a sus "buenos amigos" de la industria por olvidar "el hecho de que el Partido Demócrata ha sido el partido del socialismo desde la presidencia de Roosevelt".

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