El forcejeo territorial, enemigo del clima
De poco servirán los aspavientos ante las evidencias científicas de la crisis climática, si no se traducen en medidas que aceleren la transición ecológica
De poco servirán los aspavientos ante las evidencias científicas de la crisis climática, si no se traducen en medidas que aceleren la transición ecológica. El IPCC no ha dicho nada que no se viniera advirtiendo, pero tiene la fuerza de haberlo afirmado tras complejas discusiones y una revisión a fondo del conocimiento disponible. Jamás el panel que asesora a Naciones Unidas en asuntos climáticos había sido tan contundente, y este es el punto de inflexión.
Quizá por eso el mismo informe insiste en que, si se acelera la descarbonización, el calentamiento se ralentizará. Habrá quien diga que no es suficiente, pero olvida que cada 0,1 grados evitados supone salvar millones de vidas humanas. ¿Se entiende así mejor?
La transición ecológica necesita incrementar ambición y velocidad. Los retos son comunes a todo el mundo, y en especial en los países occidentales: cambio de modelo de desarrollo, reconceptualización de la idea de progreso, implementación de la transición justa... No hay soluciones fáciles.
En España, a estos desafíos se añaden las dificultades provocadas por las tensiones territoriales de un modelo agotado que ha acabado por viciar la relación entre algunas comunidades y el Gobierno de España, convirtiendo en ansioso forcejeo la reivindicación de infraestructuras de enorme impacto. Y es que pocas credenciales hay más solventes para presentarse a unas elecciones que un aeropuerto o unos kilómetros de autovía o AVE bajo el brazo.
En ocasiones tales reivindicaciones están plenamente justificadas, pero en otras han devenido en “aeropuertos peatonales”, autovías semivacías o ruinosas instalaciones deportivas, como los circuitos de Fórmula 1. Eso sí, han permitido exhibir la inversión como un triunfo frente a “Madrid”, quien tampoco suele desaprovechar la ocasión para explotar relaciones clientelares. Ajenas a procedimientos rigurosos de evaluación, buena parte de estas inversiones han acabado convertidas en obsesiones, incluso aunque provocaran conflictos en su propio territorio. Así ocurrió, por ejemplo, con la construcción de algunos embalses, especialmente los más recientes, que inundaron pueblos y valles en aras de dudosos beneficios de interés general. Dentro de una misma comunidad autónoma también unos territorios han sido subordinados a otros.
¿Cómo saber si una infraestructura es necesaria, o sólo se justifica por pretensiones megalómanas frente al Estado? Mediante evaluaciones rigurosas de sus impactos económicos, sociales y ambientales que incluyan su aportación a los objetivos de descarbonización. Es decir, sustituir la lógica del forcejeo frente a “Madrid” por la de la cooperación ante el mayor desafío que afronta la humanidad.
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