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La vuelta de Trump al nacionalismo económico sacude la Casa Blanca

La abrupta apuesta del presidente por una guerra arancelaria choca con Wall Street, el Partido Republicano y su propio gabinete

Jan Martínez Ahrens
El presidente Donald Trump, el martes en la Casa Blanca.
El presidente Donald Trump, el martes en la Casa Blanca.Evan Vucci (AP)

Ya no es solo China, Europa, Canadá o México. La resistencia está ahora mismo dentro de la Casa Blanca. La abrupta vuelta de Donald Trump al nacionalismo económico y su empeño en una guerra arancelaria ha chocado con Wall Street, el Partido Republicano y su propio gabinete. La caída del influyente consejero Gary Cohn, una de las figuras más respetadas del Ejecutivo, es un indicador de esta involución. El presidente, otra vez, apuesta por las turbulencias.

Trump ha decidido dar la batalla. Ha mirado atrás y ha recogido la bandera del América Primero que tan buen resultado electoral le dio en 2016. El mundo, así visto, es un lugar plagado de enemigos y ha llegado el momento de defenderse. Como primer golpe, está preparando una subida arancelaria del acero (25%) y el aluminio (10%). Luego, vendrán más. La guerra no ha hecho más que empezar.

“Hemos sido maltratados como país durante muchos años; todos han sacado ventaja de nosotros, y esto no va a volver a ocurrir nunca más. Las guerras comerciales no son tan malas. Porque somos más poderosos que ellos”, clamó el presidente el martes por la tarde, una hora antes de que se hiciera pública la renuncia de Cohn.

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Y para que no quedaran dudas, redobló su ofensiva el miércoles por la mañana: “Desde el primer Bush hasta hoy, nuestro país ha perdido 55.000 factorías, 6.000.000 de empleos manufactureros y ha acumulado un déficit comercial de más de 12 billones de dólares. El año pasado, tuvimos un déficit de casi 800.000 millones. Malas políticas y mal liderazgo. Hemos de ganar otra vez”, tuiteó.

Las hostilidades han arrancado poco después de que Trump lograra su mayor triunfo político hasta la fecha. La reforma fiscal, con un recorte de 1,5 billones de dólares en 10 años, superó los obstáculos que hicieron encallar el intento de aniquilación del Obamacare. Por una vez, logró el apoyo de ambas Cámaras y apareció como un líder ante su partido y la nación.

En el plan tributario participaron tanto Cohn como el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin. Durante su diseño, ambos trataron de frenar los impulsos de Trump de activar una guerra comercial. A su favor, según los medios estadounidenses, jugaron dos pesos pesados del gabinete. El secretario de Defensa, Jim Mattis, y el de Estado, Rex Tillerson, quienes consideraban que la batalla tarifaria abriría un periodo de incertidumbre que podía acabar afectando tanto a la seguridad nacional como a la fluidez diplomática con países aliados.

El presidente esperó a la aprobación del proyecto fiscal a finales de diciembre, y entrado el nuevo año, volvió a la carga. El 12 de febrero, llamó a su despacho al director del Consejo Nacional de Comercio, Peter Navarro, y le encomendó poner toda la leña posible al fuego.

El ascenso del apocalíptico Navarro, un epígono del extremista Steve Bannon que tras brillar en las elecciones había quedado relegado a un segundo plano, fue un mensaje para el gabinete. La Casa Blanca retomaba el discurso de campaña. La satanización del déficit y los tratados comerciales volvían a primer plano. La primera andanada iba a ser el acero y el aluminio. Navarro junto con el implacable negociador del Tratado de Libre Comercio con América del Norte, Robert Lighthizer, y el secretario de Comercio, Wilbur Ross, se situaban en vanguardia.

La resistencia, hasta ahora, ha fracasado. Cohn ha renunciado y las presiones de Mattis y Tillerson han caído en saco roto. La reacción a la baja de Wall Street tampoco ha importado. Y las peticiones del Partido Republicano han sido clamorosamente desoídas, pese al daño que la guerra comercial puede ocasionarle en las ultrasensibles elecciones legislativas del 6 de noviembre. “Exigimos precaución”, imploró el jueves el líder de la mayoría conservadora en el Senado, Mitch McConnell. Días antes, el líder republicano en el Congreso, Paul Ryan, había urgido a dar marcha atrás: “Estamos extremadamente preocupados por las consecuencias de una guerra comercial y no queremos que amenace las ganancias de la reforma tributaria”.

Nada parece frenar a Trump. “Fui elegido, al menos en parte, por este asunto y llevo 25 años diciéndolo”, explicó el martes. Empecinado, como lo fuera en campaña, ha vuelto a representar el papel de outsider. El político que solo y contra todos se enfrenta al mundo. Pero esta vez desde la Casa Blanca.

La carta de 100 congresistas republicanos

El aislacionismo es para Donald Trump un artículo de fe. Su desconfianza hacia otros países, sean amigos o no, es profunda. Y en su defensa del nacionalismo económico no le importa perder apoyos. Uno de los últimos en apartarse de Trump ha sido el presidente del poderoso Comité de Finanzas del Senado, su antiguo amigo Orrin Hatch. En una amarga carta, este senador le recuerda que la subida de aranceles acabará siendo pagada por el consumidor estadounidense y que la medida socavará el éxito de la reforma tributaria. A esta misiva se sumó otra, adelantada por The Wall Street Journal, en la que 107 miembros de la Cámara de Representantes pedían a Trump que reconsiderara la subida de aranceles por sus consecuencias negativas y le pedían que actuase contra aquellos que sí hacen daño a EEUU.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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