Uribe, el patrón del ‘no’
El expresidente de Colombia, que mantiene una pugna frontal con su sucesor, ha sido el gran abanderado de la campaña contra el acuerdo con las FARC
En los años noventa, ser colombiano era considerado poco menos que una desgracia. Suponía vivir en un país azotado por guerrillas, paramilitares y carteles del narcotráfico. Colombia no era tanto García Márquez como Pablo Escobar y la cocaína. Si los colombianos lograron despojarse de la sensación de paria que les perseguía fue, en buena medida, por la llegada de Álvaro Uribe Vélez (Medellín, 1954) al poder en 2002. En medio de una crisis económica galopante y con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) a las puertas de Bogotá, Uribe congregó a todo el país en torno a la necesidad de una mayor seguridad y a un sentimiento que une a los colombianos casi tanto como la selección de fútbol: el rechazo a la guerrilla. Una máxima que, casi tres lustros después, aún le sigue dando réditos políticos, como quedó demostrado en el plebiscito de hace una semana tras la victoria del no, de la que fue el gran abanderado. El hombre que canalizó el odio de los colombianos al grupo armado se enfrenta ahora al reto de demostrar, contra pronóstico, que puede hacer lo mismo con el mayor anhelo: la paz.
“Uribe ha ido haciéndose a la teoría de que la única razón de los infortunios, de nuestras tristezas, radica en la amenaza de las FARC y que solo cuando logre acabar con ellas el país florecerá de nuevo como un ave fénix”, relata María Jimena Duzán en el libro Así gobierna Uribe, un perfil crítico del expresidente colombiano que 12 años después de su publicación conserva una extraordinaria vigencia, como los discursos de entonces: “Las limitaciones derivadas del Estado son limitaciones impuestas por el terrorismo”, aseguraba el político el año en que tomó posesión del cargo.
Siempre ha sido Uribe una figura controvertida, con grandes críticos y acérrimos defensores. Pero la mayoría le reconoce el mérito de haber dado un golpe mortal a las FARC a lo largo de sus dos mandatos (2002-2010), en los que llegó a ser el presidente más popular de Latinoamércia (con una aprobación del 91%). Con su estrategia de Seguridad Democrática, se multiplicaron las operaciones militares contra el grupo armado, que pasó de tener bajo control casi medio país a replegarse en lo más profundo de la selva. Los golpes contra las FARC, que dirigió su entonces ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, y la mano tendida a la reinserción llevaron a miles de guerrilleros a desertar para integrarse en la sociedad. La violencia común también disminuyó. Y, gracias a la mayor seguridad, la economía empezó a crecer a un ritmo récord al calor del aumento de la inversión extranjera, y la pobreza descendió a ritmo notable. La lucha contra la guerrilla, dejó también el escándalo de los “falsos positivos”, el asesinato de civiles que los militares hicieron pasar por guerrilleros muertos en combate.
La relación con el ahora presidente Juan Manuel Santos pasó de la estrecha colaboración al resentimiento, aunque él lo niega. “El rencor es como la vaca en el pantano: cuanto más patalea, más se atolla. No me pregunte por veleidades de la prensa”, aseguraba en una entrevista a EL PAÍS el año pasado. “Los valores democráticos en Colombia tienen hoy un riesgo proveniente del engaño”. Uribe aún no ha perdonado que la persona que él designó como su sucesor le humillase. Al poco de ser elegido, Santos decidió reunirse con el gran enemigo de Uribe, el presidente de Venezuela Hugo Chávez, máximo valedor y apoyo de la FARC. En aquel encuentro, Santos le expresó que preparaba unas negociaciones secretas con la guerrilla, lo que Uribe trató de hacer en la recta final de su mandato.
A partir de aquel momento, el enfrentamiento ha sido frontal durante seis años. Las críticas de Uribe al proceso de paz han sido demoledoras, en una guerra implacable vía Twitter. Tras el referendum del domingo, esta semana se produjo el primer deshielo: el expresidente se vio por primera vez con su sucesor. Y el viernes, al día siguiente de la reunión, Santos obtuvo el premio Nobel de la Paz. Uribe le felicitó, pero no bajó la guardia: esperaba, dijo, que el galardón llevara a modificar “acuerdos dañinos para la democracia”.
Se enfrenta al reto de demostrar que es capaz de canalizar el mayor anhelo
de los colombianos: la paz
Las personas consultadas para este perfil —una decena entre excolaboradores, gente de su entorno y políticos de diversas tendencias— y que, a tenor del momento que pasa Colombia, prefieren no ser identificadas para no incendiar más los ánimos, coinciden en que no hay un líder político en el país como Uribe, de quien destacan tanto su inteligencia como su intransigencia. Una colaboradora muy cercana durante su primer mandato y parte del segundo recuerda cómo, si no salían bien las cosas, por insignificantes que fueran, no se contenía a la hora de “limpiar el piso con alguien”, una expresión que en Colombia se emplea para explicar lo que uno puede llegar a decir estando enfadado. Era común que en las reuniones de Gabinete alguno bromease diciendo: “Está listo el Cresopinol”, un jabón desinfectante.
La última víctima de Uribe fue Juan Carlos Vélez, excandidato a la alcaldía de Medellín y gerente de la campaña del no al plebiscito. En una entrevista al diario La República reveló que su estrategia consistía en no explicar los acuerdos y conseguir que la gente saliese a votar “verraca”. Uribe forzó su renuncia del Centro Democrático. “Es un caudillo, su partido político está centrado en su figura”, asegura Iván Cepeda, senador del Polo (izquierda).
Promesa liberal en sus inicios, su biografía política está marcada por el asesinato de su padre a manos de las FARC, pero también por las innumerables acusaciones de vínculos con el paramilitarismo que han llevado a muchos de sus colaboradores a la cárcel. “Su carisma es lo que le mantiene”, zanja una senadora. Lo refrenda, sin duda, el apoyo que conserva seis años después de abandonar la Casa de Nariño.
De trato amable —nunca olvida un nombre y guarda las formas; pocas veces se le ve exaltado—, su proceder siempre ha sido una incógnita, lo sigue siendo incluso en el momento más trascendental de Colombia. Como escribía María Jimena Duzán: “Nadie sabe cuánto de show, de espectáculo, hay en ese Uribe mediático, que siempre quiere parecerse a un ciudadano de a pie, sin serlo; que siempre quiere parecerse a un campesino, cuando en realidad es uno de los propietarios de fincas más prosperas de Córdoba, o a un antipolítico, cuando en realidad es uno de los políticos más curtidos y avezados en las artes de Maquiavelo”.
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