Austria se encamina hacia un tripartito que deja a los ultras fuera del Gobierno
Democristianos, socialdemócratas y liberales anuncian que ultiman un pacto en su segundo intento de formar un Ejecutivo tras las elecciones del pasado septiembre
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Han hecho falta varios intentos y una vuelta al punto de partida, pero la formación de un nuevo Gobierno en Austria ha entrado en la recta final. Tras días de encuentros discretos, democristianos (ÖVP), socialistas (SPÖ) y liberales (Neos) han anunciado este sábado que ultiman la negociación de una coalición para superar el bloqueo político en el que está sumido el país desde las elecciones del 29 de septiembre de 2024. En su primera tentativa, los mismos protagonistas fracasaron en enero en cerrar un pacto y abrieron así la puerta a un posible Ejecutivo liderado por la ultraderecha, que ganó las elecciones. Pero esta opción también fracasó y abocó al país a posibles elecciones adelantadas para salir del impasse, lo que ha dado finalmente impulso a un tripartito que excluye del poder a los extremistas.
Los dirigentes de los tres partidos se han entrevistado esta mañana con el presidente del país, el progresista Alexander Van der Bellen, para informarle de las conversaciones en marcha. El mandatario había enfatizado en los últimos días el mensaje de que todos los implicados debían hacer un esfuerzo para alcanzar consensos. Los futuros socios han remarcado que han tomado buena nota de esa petición para avanzar en los últimos días en la negociación. El conservador Christian Stocker, que sería el canciller del futuro Ejecutivo, ha manifestado estar “muy confiado” en que el tripartito llegará a un acuerdo en las conversaciones aún pendientes, mientras que Andreas Babler, líder del SPÖ, ha afirmado que ahora es necesario poner “el interés del Estado por delante del de los partidos” para reforzar la democracia. Beate Meinl-Reisinger, jefa de los liberales, ha destacado que “no está todo hecho”, pero que están en el “buen camino” de eliminar los obstáculos que impidieron un acuerdo en enero.
Todos ellos han mencionado también la complicada situación geopolítica, que ha cambiado el escenario y hace aún más perentoria la formación de un Ejecutivo. El presidente ha sido más directo y ha aludido a las grietas en la relación entre Europa y la Casa Blanca de Donald Trump. “Europa tiene que ser consciente de su fuerza”, ha recalcado Van der Bellen, que se ha congratulado de que los partidos se encaminen hacia “un Gobierno de las soluciones”.
Los ultras del Partido de la Libertad (FPÖ) ganaron en septiembre los comicios, pero con el 28,8% de los votos se quedaron lejos de una mayoría. Su líder, Herbert Kickl, ha acariciado la cancillería por primera vez en democracia, pero no ha conseguido socios para hacerse con el Gobierno. Sin embargo, hasta ahora, casi cinco meses después de los comicios, tampoco el resto de formaciones ha sido capaz de ponerse de acuerdo. La república alpina, que nunca había tardado tanto en poner en marcha un Ejecutivo tras celebrar comicios, ha asistido a meses de diálogos frustrados y cruces de acusaciones públicas entre partidos.
El primer intento de formar Gobierno fracasó con estrépito a principios de enero tras semanas de negociaciones entre conservadores ―segundos en las elecciones con el 26,3%―, socialistas (21,1%) y los liberales de Neos (9,1%). Estos últimos se apearon de las conversaciones y achacaron a los primeros la incapacidad para abordar reformas que reactiven una economía austriaca en recesión. Le siguió una tentativa de reeditar una gran coalición (venida a menos) de democristianos y socialistas ―han gobernado de la mano durante décadas en Austria, aunque han estado muy distanciados en las últimas legislaturas―, pero los puentes ya se habían roto y apenas duró un día antes de que los conservadores abandonaran las negociaciones. Además, entre ambos solo alcanzan una mayoría raspada de un escaño en el Parlamento (92 de 183), lo que hace necesario contar con un socio para garantizar la estabilidad frente a la ultraderecha.
El fracaso del posible tripartito que ahora enfila la negociación final se llevó por delante al líder del ÖVP y canciller Karl Nehammer, que había prometido en campaña que no pactaría con Kickl y apostó por una coalición de centro que en ese momento no fructificó. A su formación, que calificó al dirigente ultra de peligro para la democracia, le bastaron entonces otras 24 horas para dar un volantazo y brindarse a ser el socio minoritario en un Gobierno del FPÖ.
Tampoco funcionó. El 12 de febrero, Kickl dio por imposible un acuerdo con el ÖVP y devolvió al presidente del país, el progresista Alexander Van der Bellen, el encargo de formar un Ejecutivo. El mandatario aprovechó la ocasión para dar un tirón de orejas a los partidos y reclamar un esfuerzo de consenso para evitar unas elecciones adelantadas. Las otras opciones que expuso, un Ejecutivo en minoría o uno de expertos, forzosamente de transición, no son variantes que haya favorecido ningún partido.
Al final se han vuelto a sentar en la mesa las mismas formaciones. La perspectiva de abrir de nuevo las urnas con una ultraderecha que ha seguido creciendo en las encuestas no seduce a nadie, salvo al FPÖ. Además, durante la negociación fallida con los ultras se multiplicaron las voces en el partido conservador contrarias a una alianza con la que el FPÖ pretendía controlar los ministerios más importantes, como Finanzas e Interior, y dejar la agenda europea en manos de un canciller prorruso y euroescéptico. Socialistas y liberales también reaccionaron al acercarse la posibilidad de un Ejecutivo extremista y volvieron a tender la mano para evitarlo.
El saneamiento de las cuentas públicas ha sido uno de los grandes escollos en todas las negociaciones, ya que el próximo Gobierno tendrá que ahorrar entre 18.000 y 24.000 millones de euros, según cálculos de la Comisión Europea. El déficit presupuestario se sitúa en el 3,7% del PIB, por encima del límite del 3% establecido por la UE. Las reformas y recortes que deberá abordar el Ejecutivo desembocaron en choques sin remedio en las primeras negociaciones del futuro tripartito, pero el segundo intento ha permitido allanar el camino a un acuerdo con cambios impositivos y un gravamen a la banca, entre otras medidas.
De llegar a buen puerto la negociación, como esperan los futuros socios, la cancillería quedará en manos de Christian Stocker, que se convirtió a principios de enero en jefe del ÖVP tras la dimisión de Nehammer. De posible vicecanciller con los ultras, pasará a encabezar un Gobierno con los socialistas como socio principal y los liberales como apoyo minoritario. Estos, cuyos estatutos exigen una votación de la militancia para bendecir la negociación, entrarían por primera vez en un Ejecutivo nacional.
Los antaño grandes partidos tradicionales, de capa caída ante el auge ultra, se distanciaron tras décadas de reparto común del poder cuando el exlíder democristiano Sebastian Kurz optó por el FPÖ como socio a finales de 2017. Aquella coalición se hundió por un escándalo de corrupción que afectó a las filas ultras, después de lo cual Kurz eligió a Los Verdes como socios. Estos han completado con los conservadores una legislatura de cinco años hasta las pasadas elecciones. Por el camino se quedó el propio Kurz, que tuvo que dimitir por una investigación judicial que aún está abierta.
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