Recesión, covid, guerra
Una generación de ciudadanos desconoce lo que significa la inflación. Pero ésta tumba gobiernos
Una generación de ciudadanos lleva desde 2008 —con algunos picos de sierra— arrastrando crisis sucesivas, de insólita profundidad. Sus componentes están descangallados después de tantos sacrificios, pasos atrás y, sobre todo, inseguridades económicas y vitales. La primera consecuencia de ello es política: la desconfianza. Desconfianza en que sus representantes, aquellos a los que eligen para arreglar los problemas colectivos, lo vayan a poder hacer. Desconfianza en los partidos políticos, viejos o nuevos, y en última instancia desconfianza en la democracia, a la que consideran instrumental, no finalista: la apoyo si resuelve mis dificultades.
Alguien ha escrito que esta generación percibe el tiempo histórico como una sucesión de catástrofes que trunca sus expectativas. José María Lasalle acuñó en uno de sus libros el concepto de “proletariado emocional”. En esta crisis permanente, los tres grandes hitos son la Gran Recesión de 2008, la pandemia de la covid de 2020 y la invasión de Ucrania en 2022. Pendientes de conocer el desenlace de esta última (intensidad, duración…), de las dos primeras se puede concluir que forman parte de las mutaciones mayores del capitalismo por sus consecuencias económicas y sociales, junto a la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado y las dos guerras mundiales.
La Gran Recesión se caracterizó por las políticas de austeridad a ultranza, bajo el principio de que cada palo (cada país, cada ciudadano) aguantase su vela. De ella se salió con más pobreza, mayor desigualdad en renta y en riqueza, menos protección social (continuos recortes en los servicios públicos) y mayor precariedad (se instituye el concepto de precariado como nueva clase social). Fue la peor crisis económica en las últimas ocho décadas. La mayor parte de los pronósticos indicaban que de la Gran Recesión se saldría con un nuevo paradigma económico, como había sucedido tras la Gran Depresión, que vio la hegemonía del keynesianismo que revolucionó la economía neoclásica a través del new deal del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt. Esos pronósticos no acertaron.
Cuando se comenzaba a remontar la Gran Recesión llegó el segundo cisne negro. La pandemia del coronavirus se ha caracterizado ante todo por el parón del cual todavía hoy estamos sufriendo las consecuencias. El mundo se detuvo. Esta vez el principal rasgo reactivo ha sido la aplicación de políticas económicas expansivas y la utilización de enormes cantidades de dinero público para volver a la normalidad. Todo ello acompañado de estabilizadores sociales como los ingresos mínimos vitales, los expedientes de regulación temporal de empleo, los bonos juveniles, etcétera, con la intención benévola de que nadie se quedase por el camino.
Es imposible hacer aún un balance definitivo de ese periodo porque se ha superpuesto con la aparición de la guerra a nuestro alrededor. En los últimos meses había un rebote robusto del crecimiento económico que corre el riesgo de quedarse en una especie de coitus interruptus tras el inicio de las hostilidades bélicas el pasado 24 de febrero. Si durante la Gran Recesión el rasgo dominante fue el austericidio, y en el coronavirus, el de los amortiguadores sociales, ahora el acontecimiento central es la vuelta de la inflación, ya veremos si acompañada o no del estancamiento (estanflación). La inflación, tan habitual en largos periodos de la historia económica, es un fenómeno desconocido para los componentes de la generación descangallada; los últimos datos de los incrementos de precios remiten, por ahora, a los años ochenta del siglo pasado. El manejo de la política económica se hace extremadamente complejo puesto que tendrá a la vez que soplar y sorber. Soplar para seguir corrigiendo los efectos recesivos de la pandemia y sorber para anclar los precios en porcentajes domesticables. La inflación tumba gobiernos.
Los riesgos geopolíticos de la guerra de Ucrania para la economía todavía no son del todo mensurables. Sabemos ya que la paz perpetua kantiana era una ilusión y recordamos los versos de Ferlosio: “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, vendrán más años ciegos y nos harán más malos”.
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