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Ensayos de persuasión
Columna
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El poder me encanta

La derecha está inmersa en un mero debate sobre quién detenta el poder. Ni una mención a ideas, principios, programas o estrategias

Alberto Núñez Feijóo, Pablo Casado; Alfonso Fernandez Mañueco e Isabel Díaz Ayuso, en el cierre de campaña electoral en Valladolid, el pasado 11 de febrero.
Alberto Núñez Feijóo, Pablo Casado; Alfonso Fernandez Mañueco e Isabel Díaz Ayuso, en el cierre de campaña electoral en Valladolid, el pasado 11 de febrero.Claudia Alba (Europa Press via Getty Images)
Joaquín Estefanía

Uno tras otro, los barones del PP emergían de la sede de Génova, ya de madrugada, cantando las bondades de un “liderazgo fuerte” que saldrá del próximo congreso del partido. Ni una sola mención a ideas, programas, principios o estrategias. Como si la principal formación de derechas del país no necesitase actualizaciones de su credo y en sus prácticas a pesar de la complejidad y velocidad con las que se está transformando el mundo en esta tercera década del siglo XXI. El poder puro. Sin desviaciones distractoras.

Tal vez les interesase, por ejemplo, profundizar en las razones de por qué parte del voto de la derecha tradicional se está trasladando hacia las extremas derechas en muchas partes, incluida España, lo que les da tantos dolores de cabeza. Esa “seducción por el autoritarismo” descrita por la historiadora y periodista estadounidense de origen polaco Anne Applebaum.

La potente emergencia electoral de las derechas radicales ha forzado una competencia por el control del espectro político e ideológico que las distintas familias liberal-conservadoras no conocían desde 1945. Las extremas derechas también pretenden cambiar el mundo, con combinaciones de nacionalismo, posiciones económicas libertarias (o todo lo contrario, ultraestatistas), xenofobia, racismo, misoginia, rechazo a la inmigración, condena del multiculturalismo, denuncia de las imposiciones de la Unión Europea, alegatos contrarios a la presunta islamización de Europa (“el gran reemplazo”), etcétera. No todas esas derechas son iguales; por ejemplo, ante el conflicto ucranio, unas simpatizan con Putin mientras que otras son atlantistas.

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En España el debate se concentra en si el PP ha de pactar con Vox y compartir las cuñas de poder que en las distintas elecciones van obteniendo o si hay que levantar un “cordón sanitario” que impida a Vox conquistar cuotas de gobernación. Para decidir sería práctico reflexionar acerca de las causas de que el estilo de la extrema derecha cale con fluidez en la derecha tradicional (la presionan para que abandone posiciones moderadas y gire hacia estribor) o el hecho de que sectores de la clase trabajadora abandonen su tradicional identidad de izquierdas y apoyen a la derecha radical.

Entre los motivos de estos desplazamientos se han desarrollado los factores culturales o identitarios, pero mucho menos los económicos. Ahora, economistas tan representativos como Olivier Blanchard (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y Dani Rodrik (Harvard) intentan desentrañar el efecto de las desigualdades en la política, y viceversa (Combatiendo la desigualdad; Deusto). La desigualdad económica aumenta desde principios de los años ochenta del siglo pasado por una combinación de los postulados desreguladores de la revolución conservadora, la globalización y la rapidez en la instalación de las nuevas tecnologías. Ello ha acentuado las divisiones ya existentes y creado otras.

Entienden que las desigualdades se manifiestan en una menor confianza en las élites políticas, descontento social y apoyo a la extrema derecha. La desigualdad frena el crecimiento al reducir las oportunidades económicas de las clases medias y bajas, y fomenta (o refleja) rentas monopolistas para los más poderosos. Ambos insisten en que se precisan políticas públicas que favorezcan la expansión de las clases medias o los empleos de calidad; la escasez de este tipo de empleos y las preocupaciones económicas que en los ciudadanos llevan aparejadas “han desempeñado un papel determinante en el auge de la extrema derecha”.

Todo orden social refleja un contrato social subyacente. Una buena parte de los científicos sociales en activo hace suya una de las máximas centrales del gran filósofo americano John Rawls: una sociedad justa debe distribuir los bienes básicos desigualmente, favoreciendo a los que se encuentran en peores situaciones. ¿Está de acuerdo el nuevo PP con ello? La desigualdad afecta a nuestras democracias en forma de una mayor polarización. Si su único problema fuese el nombramiento de un nuevo presidente que sustituya a Pablo Casado, sus dirigentes recordarán aquella frase de Adolfo Suárez, en el esplendor de su carrera política, cuando preguntado por un periodista de la revista Paris Match respondió contundente: “El poder me encanta”.

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