Se vende estudio centenario: Warner Bros pone Hollywood patas arriba
Paramount y Netflix pelean por hacerse con el estudio en una batalla clave para el sector con consecuencias artísticas, económicas y hasta políticas


En 2027, hará 100 años desde que Hollywood aprendió a hablar, cuando se estrenó El cantante de Jazz. Pero las últimas noticias alrededor de la industria del cine, y las que seguirán en 2026, han dejado mudo al sector. El acuerdo del gigante del streaming Netflix para comprar Warner Bros (que en 1923 fue uno de los pioneros de Hollywoodland), y la posterior opa hostil de Paramount (el estudio más antiguo, de 1912) ha abierto todo tipo de dudas sobre lo que significa este movimiento para el futuro de las salas de cine, para las plataformas de streaming, la televisión, el usuario, el mundo cultural y creativo y hasta por sus consecuencias políticas.
Las salas de cine son las que más recelo muestran a que Netflix gane la partida con su apuesta de 71.200 millones de euros por la compañía de Lo que el viento se llevó, Juego de tronos y The Big Bang Theory. No se fían de una empresa que lleva años claudicando que los cines no son su negocio, y ven el movimiento como una excusa para deshacerse de la competencia, asumir el choque de reyes contra Youtube y llenarse de más “contenido”, como lo llaman ellos. Porque, de llegar a buen puerto, Netflix podría relegar a HBO Max y dejar un jugador de peso fuera del tablero de las plataformas, reuniendo a más de 400 millones de usuarios globales bajo su algoritmo. Y Warner no es cualquier enemigo: hasta diciembre, era el estudio más taquillero de 2025, con éxitos como Minecraft, Superman, Los pecadores y Expediente Warren.
Pero la opción de Paramount, con una oferta de 93.250 millones de euros con la que convencer a los accionistas de que su trato es mejor que el de Netflix, causa otros recelos. El gran megaestudio proyectado estaría lleno de duplicidades en cine y televisión, y eso solo se traduce en todavía menos trabajo, tras despedir a más de 2.000 personas este 2025. Todo para llegar de facto a la destrucción de la marca de Bugs Bunny, que se convertiría en una subsidiaria, como antes hizo Amazon con Metro-Goldwyn-Mayer y Disney con 20th Century Fox. En ese camino a la consolidación, cada vez son menos en esta lucha oligopolista. También menos espacios donde explotar la creatividad: “Ya hay pocos compradores. Si quieres hacer una serie o película, la envías a todos y esperas que empiecen a pujar para darte lo que necesitas para hacer tu arte. Tener un cliente menos siempre es malo”, explicaba el director Darren Aronofsky.
En medio de todo, además, están las fauces de la política. El Gobierno de Donald Trump podrá postergar el acuerdo mediante los controladores del mercado, a quienes ambas fusiones tendrán que certificar que no reducen la competencia considerablemente. Pero mientras que Ted Sarandos, jefe de Netflix, visita el despacho oval, Trump tiene un amigo fiel en David Ellison, rico heredero y presidente de Paramount que le promete poner en orden el canal de noticias CNN, despide a presentadores críticos como Stephen Colbert y que incluso da luz verde a películas que el exmagnate tenía en su mira. No parece casualidad que el yerno de Trump, Jared Kushner, figure como inversor, junto a financieros saudíes, en su oferta.
Pase lo que pase, Hollywood está frente a un cambio histórico en su funcionamiento, más reduccionista, con nuevos magnates tecnológicos y que afectará a todos los que hacen películas, y quienes las proyectan. Como en 1927, Hollywood no solo tendrá que aprender a cantar, sino también a hacer las cosas de otra manera.

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